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Noviembre 2005: 3er. Aniversario de la catástrofe del "Prestige"

La fatalidad no viene de la mar

Fuentes: Rebelión

Sector del Mar de la Federación de Comunicación y Transporte de CC.OO.

Los marinos españoles, mercantes o de la pesca, hemos leído con verdadero asombro y estupor los artículos publicados con motivo del tercer aniversario del naufragio del «Prestige». Estupor provocado no tanto por lo escrito como por lo que no se ha dicho, por los silencios inexplicables acerca de lo que, a juicio de todos los marinos, fue la causa esencial de la catástrofe del «Prestige»: la incompetente y alocada gestión de la crisis que efectuaron las autoridades competentes, es decir, el Director General de la Marina Mercante del Ministerio de Fomento.

Culpabilizar, incluso demonizar, a los capitanes y a los buques se ha convertido en España en una cómoda escapatoria para las más flagrantes incompetencias. Sucedió en el caso del «Urquiola», se repitió en el del «Aegean Sea» o en la explosión del «Petrogem One» y «Camponavia» en Algeciras, y se vuelve a hacer ahora con el «Prestige». No se quiere investigar ni sancionar la deplorable gestión que las autoridades competentes efectuaron en todos ellos, y que fue la causa determinante de las muertes y pérdidas materiales sufridas. Siempre se arguye por el gobierno de turno que el interés público es el de cobrar unas indemnizaciones lo más substanciosas posibles de los armadores y de los fondos internacionales de compensación y que para ello hay que cargar las tintas contra los buques. Pero se olvida que el verdadero interés público es el de evitar que se repitan, una vez tras otra, este tipo de catástrofes. Y que la única forma de evitarlo es investigar y sancionar a los culpables, a los verdaderos culpables, en lugar de echar balones fuera.

El 12 de Mayo de 1.976 una Autoridad de Marina «precipitada, incompetente y absurda» (son palabras del Tribunal Supremo) ordenó al capitán del «Urquiola» ciabogar y salir a alta mar por un canal en el que acababa de tocar fondo. Se obligó al Capitán a estrellar su buque contra una ya celebre aguja rocosa. A ese Capitán, incluso muerto, se le abrió un Consejo de Guerra. A la Autoridad de Marina se le concedió la medalla al mérito naval por su acertada gestión de la crisis.

El 2 de Diciembre de 1.992 la Refinería de REPSOL en La Coruña y el Práctico de guardia ordenaron al capitán del «Aegean Sea» entrar a puerto, en unas condiciones atroces de temporal y, además, incumpliendo flagrantemente las propias normas de seguridad del puerto. El buque fue incapaz de efectuar la maniobra en aquellas turbonadas y acabó encallando. Mientras que el capitán acabó en la cárcel, el Informe oficial de la Dirección general de la Marina Mercante sobre el siniestro concluyó que el sistema portuario había funcionado impecablemente aquella noche.

En la transcripción de las conversaciones del Centro de Control de Finisterre con el remolcador «Ria de Vigo» a las 17.30 de la tarde del 13 de Noviembre que ha publicado EL PAIS (12.11.05) hay una frase más importante y significativa que todos los sinsorgos comentarios de los pilotos del helicóptero. Es ésta: «Vosotros las instrucciones que tenéis son de que cojáis el remolque y lo saquéis hacia fuera, hacia alta mar»,. Se lo dice el Centro de Coordinación de Salvamento al «Ria de Vigo». A las cinco de la tarde de aquel día fatídico, cuando los hechos habían comenzado a ocurrir, cuando el derrame era mínimo, cuando el «Prestige» se encontraba a más de 25 millas de la costa, el Centro de Finisterre tenía ya las instrucciones claras: sacar el buque a alta mar. No estudiar la situación, no enviar un equipo a bordo para evaluar el daño y su más adecuado tratamiento, no pedir su opinión al capitán. No, en lugar de ello, «sacar el buque a alta mar», alejarlo como fuera. Y, claro está, las instrucciones las había recibido el Centro de alguien, de alguna autoridad exterior. Una autoridad que había decidido, a bote pronto, sin seguir el protocolo de actuación establecido para estos casos después del ejercicio «Galicia 2000», sin reconocer el buque ni hablar con su capitán, «sacar el buque hasta que se hundiese en alta mar». Lo que finalmente consiguió y fue la causa real de la catástrofe. El Centro de Finisterre graba automáticamente las conversaciones con la Dirección General y la pregunta obligada es: ¿por qué no se entregan al Juzgado las grabaciones en las que el Director General ordenó sacar el buque a alta mar y hundirlo? ¿Por qué tanto empeño en lavarle la cara? ¿De verdad se cree que escondiendo los terribles errores cometidos por la administración en la gestión de la crisis se ayuda en algo a la seguridad marítima, se avanza algo en la prevención de futuros desastres?

Galicia ha sufrido en sus carnes terribles y repetidas agresiones ecológicas, esto es obvio. Pero es también patente que en todas ellas ha concurrido como factor esencial la mala gestión de las autoridades terrestres. En todas, aunque suene terrible el decirlo: «Urquiola», «Cason», «Aegean Sea», «Prestige», en todos se repite un asombroso patrón de incompetencia o precipitación ante un accidente. Pues bien, como marinos también queremos decir «basta ya», aunque en nuestro caso sea «basta ya de echarnos la culpa». Mientras Galicia no sea consciente de que la responsabilidad principal está en tierra, no en la mar, mientras no tenga el sentido y el coraje cívico de exigir la investigación profunda de los siniestros, éstos se seguirán repitiendo. Tan fatalmente como las olas llegan a sus costas.

PSUC viu