Reflexión sobre la manera de repensar la masculinidad en el siglo XXI.
Quienes soñamos con un mundo mejor, un «mundo donde quepan todos los mundos», tenemos sin reparo en tiempo ni escusas, que replantearnos todo el sentido de la existencia humana, revisando la historia como ejercicio que proyecte los caminos venideros por los que habremos de andar para dar sentido y razón al eventual porvenir, los reclamos sociales de hoy tienen la misma fuerza del ayer, pero manifiestan significativas particularidades relegadas al fondo de los grandes manifiestos que guiaron la batallas acaecidas, uno de esos pendientes urgentes e impostergables a la luz del siglo XXI, es la revisión y el replanteamiento de la idea del hombre y su consecuente interpretación de la masculinidad.
El feminismo a puesto las bases para que la mujer reclame su lugar en la historia y se apodere de él, pues las conquistas en la historia son todo menos paliativos derivados de la bondad o la merced del opresor, la voz del feminismo a logrado construir la fuerza más pujante en estos tiempos alrededor de la necesidad y el deseo de superar cada una de las estructuras déspotas que la han sojuzgado por siglos, los pasos que la mujer da para conquistar sus derechos plenos resquebrajan, cuarteadura por cuarteadura, las viejas paredes del sistema patriarcal sustentado en el seno mismo del capitalismo; la apuesta feminista es sin lugar a dudas anticapitalista por esencia.
En este contexto, de reclamos y reivindicaciones de los llamados grupos marginales por la igualdad y equidad, contra el racismo y la discriminación, por los derechos humanos y frente al despojo material y espiritual que sufrimos los seres humanos, el hombre, su idea y esencia, se ve cuestionado por el desarrollo de las demandas sociales, cada una de esas rajaduras en las paredes del patriarcado que genera el avance del movimiento feminista, es sin duda, una rasgadura en la vestidura tradicional del hombre y su masculinidad.
Es un reclamo para el despertar consciente de la necesidad de aceptar la validez de esas demandas como una tarea que debemos asumir despojados del orgullo, el ego, la vanidad, la soberbia y cada uno de los rasgos que sustentan el supuesto poder del hombre, las reacciones violentas, despectivas y totalmente desquiciadas que miles de hombres asumen frente al feminismo, no es otra cosa que la manifestación del miedo generado por las inseguridades que subsisten en un sistema que se ha sostenido únicamente por la violencia, pues en el campo de las ideas, hace mucho tiempo que el patriarcado perdió la batalla y quedo demostrada su absurda existencia.
Hace algunos años, en la introducción de su célebre obra, El segundo sexo, Simone De Beauvoir, puso el dedo en la llaga, al referirse al hecho innegable de que el hombre, en la historia como en el presente, no ha tenido por principio que definirse a sí mismo para dar sentido a su existencia ante el colectivo social ni en la particularidad de la intimidad, esta situación sustentada por la idea de superioridad insertada como fundamento ideológico del patriarcado, el lugar del hombre se ha asumido como seguro y bien definido, en contra posición al lugar de la mujer, que por la opresión padecida, sí tiene en principio que definirse a sí misma como mujer para ser reconocida, una vieja injusticia compartida con otros grupos y sectores marginados como los pueblos originarios a quienes desde la conquista les fue negó su esencia cultural para ser redefinidos a partir de la mirada impuesta por el conquistador occidental.
La propia Simone De Beauvoir, párrafos más adelante, vuelve a lanzar una importante llamada de atención cuando dice: «A un hombre no se le ocurriría la idea de escribir un libro sobre la singular situación que ocupan los varones en la Humanidad».
El tiempo de atender esta afirmación a llegado, seguir con el absurdo discurso que justifica la indiferencia como reafirmación sistémica y opresiva, únicamente acrecienta la violencia divisoria entre seres humanos, el replanteamiento de la idea del hombre y la masculinidad ha de ser un ejercicio expiatorio de aquello que nos ata al eterno condicionamiento del ser masculino representado por el macho, aquello que se ha creído y sostenido tiene que ser derribado y reconfigurado para desnaturalizar las formas opresivas ejercidas de manera consciente e inconsciente por el hombre sobre la mujer y también sobre otros hombres.
La frágil situación por la que atraviesa la masculinidad en el siglo XXI, no debe verse como una agresión al hombre, no es para nada una ofensa que nos haga dejar de ser hombres, pero sí es y debe ser, un grito urgente de atender para dejar de ser los hombres que hemos sido a lo largo de la historia, es decir, es para finalizar con el machismo, es aceptar nuestra responsabilidad en la reproducción del patriarcado y de la opresión violenta sobre la mujer, y por supuesto, debe ser la toma de conciencia de que para poder construir de verdad «un mundo donde quepan todos los mundos», tenemos que reconstruirnos y reconstruir nuestras relaciones entre hombres y mujeres, replantearnos la idea misma de humanidad, trabajar en conjunto para ese otro mundo posible, emancipándonos de toda explotación, discriminación y desigualdad, en un mundo justo, democrático, anticapitalista y antipatriarcal.
El autor es integrante del Colectivo Disyuntivas
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