El 24 de marzo, miles de personas estuvimos en Alsasua. Mientras intentábamos avanzar por las calles de un pueblo abarrotado, mi mente voló, de montaña en montaña, hasta Roncesvalles; fue el escenario de aquella legendaria victoria del año 778. Nuestro pueblo no pretendió entonces dominar a los francos, pero tampoco consintió que unos extraños nos […]
El 24 de marzo, miles de personas estuvimos en Alsasua. Mientras intentábamos avanzar por las calles de un pueblo abarrotado, mi mente voló, de montaña en montaña, hasta Roncesvalles; fue el escenario de aquella legendaria victoria del año 778. Nuestro pueblo no pretendió entonces dominar a los francos, pero tampoco consintió que unos extraños nos redujeran al vasallaje. Carlomagno, con el ejército más poderoso de aquellos tiempos, no fue capaz de doblegarnos. La historia ha vuelto a repetirse en Alsasua. El Reino de España, haciendo gala de un poder agresivo, eligió este pueblo para convencernos de que estas tierras nuestras son suyas. Bastó una trifulca de taberna para que todo el engranaje español se pusiera en marcha; como consecuencia, siete jóvenes del pueblo fueron condenados a largas penas de cárcel.
Parecía que la causa quedara zanjada. ¡Grueso error! Otro intento inútil por someter a un pueblo que conserva intacta su dignidad. La convocatoria ya presagiaba desde la víspera una jornada apoteósica y las previsiones se cumplieron. La población organizó los mil detalles que implica acoger a una multitud: alojamientos cordiales, desayunos confortables, espacios de aparcamiento, improvisadas agentes de tráfico, megafonía, paneles que ubicaban los domicilios de los siete cautivos…Ya de mañana, las compuertas se abrieron y la justicia irrumpió a borbotones. Interminables colas de vehículos intentaban aparcar; una torrentera amiga se iba descolgando por cuetos y vericuetos. La puerta de Sakana resultaba pequeña.
Suele ocurrir entre personas decentes, que la solidaridad se activa cuando un fanfarrón arremete contra alguien más débil e inocente. Para estas fechas, Alsasua es población conocida y admirada; las familias de los jóvenes, y gran parte del pueblo, se enfrentan -armados de dignidad- a un poder bruto y ciego ¿Cómo no colocarse del lado de los lugareños agredidos? Entre las 60.000 personas del domingo, estábamos gentes de muchos pelajes, condiciones, edades y procedencias. Nos saludábamos como viejos amigos; nos entendíamos con miradas cómplices; nos sentíamos tan catalanes como ellos alsasuarras. Banderas asturianas, lazos amarillos, gentes llegadas del ultra Ebro… Lo que sucedió aquella mañana, era más importante que la denuncia de siete encarcelamientos injustos. Era una eclosión de democracia que se extiende por toda la geografía del Estado. Un pueblo de 7.000 habitantes se ha convertido en referencia para quienes intentamos liquidar un franquismo disfrazado de Transición.
Acabada la marcha, cada cual regresamos a nuestras casas. La prensa del régimen – como era de esperar- ocultó la noticia; los jóvenes secuestrados siguen en la cárcel y la ciudadanía consciente puja por parir un cambio necesario. Después de aquella mañana, nada es igual. Conseguimos desnudar a los jueces y vimos, bajo sus togas, la ruindad de una justicia politizada. Arrebatamos a Inda y a Casado la cámara con la que pretendían ultrajarnos. Pusimos a prueba los discursos electorales para reclamarles contundencia; pero hubo algo todavía más importante. Con la gran marcha del domingo, colocamos a los presos en el centro del escenario político; confirmamos la existencia de mucha gente honrada y saboreamos la alegría de una solidaridad militante. Sin conocernos de nada, caminábamos juntos y felices. No era para menos; nacidos en cunas diferentes, nos sentíamos sujetos irreductibles, constructores de una sociedad solidaria, nueva y justa.
Fuente: http://halabedi.eus/2019/03/28/la-fuerza-de-la-dignidad-jesus-valencia/