Afrontar lo que se nos viene encima con el «Monólogo Político – Social» exige una descripción rigurosa de sus contenidos. Pero también el análisis de su proceso y la cartografía de su contexto político y sindical. Sobre todo, consiste en desvelar los contenidos que se ocultan tras la máscara de reformismo y consenso con que […]
Afrontar lo que se nos viene encima con el «Monólogo Político – Social» exige una descripción rigurosa de sus contenidos. Pero también el análisis de su proceso y la cartografía de su contexto político y sindical. Sobre todo, consiste en desvelar los contenidos que se ocultan tras la máscara de reformismo y consenso con que se presenta.
La ausencia de ciertas palabras convierte las luchas en impotentes. Las palabras que faltan son las que nombran un trabajo sin capital en lugar de un capital sin trabajo; un capital sujeto a las necesidades humanas, en lugar de unas necesidades humanas sujetas al capital; un sindicalismo que coordine las luchas desde abajo, en lugar del sindicalismo que hoy coordina la desmovilización social desde arriba; unos representantes que, en lugar de hacer buenos negocios para ellos mismos a costa del esfuerzo de los representados, hagan buenos negocios para los representados a costa de la participación y el esfuerzo de tod@s; un empleo que se adapte a los cuidados de las personas y no un cuidado que debe – aunque no pueda – adaptarse al empleo; un sindicalismo de participación y no de gestión; unas relaciones sindicales y políticas que destapen la violencia de las condiciones de trabajo en lugar de ocultarlas tras el consenso; una fuerza sindical que brote de la suma, la coordinación y la organización de las luchas que se libran cada día y no de su dispersión, invisibilización o destrucción. Cuando en las palabras de los conflictos se mezclan salario, asamblea, readmisión, salud, jornada y solidaridad con: productividad, consenso, competitividad y crecimiento económico, las palabras del capital, estamos perdidos.
Cuando Fidalgo dice que «el mercado de trabajo es el reflejo del aparato productivo», clausura toda esperanza. El aparato productivo formado por edificios, tecnología, instalaciones, energía, organización y fuerza de trabajo es un conjunto de mercancías que cobran vida por el impulso y la voluntad del capital. Si la fuerza de trabajo, que en su naturaleza no es una mercancía, se comporta como una mercancía, entonces, la economía y el trabajo, se convierten en un instrumento para los fines exclusivos del capital.
Solo a partir de este hecho político, que pasa por ser algo natural y que Fidalgo ratifica, la cooperación humana y la división social del trabajo se transforman en un mercado similar al mercado de las herramientas o las materias primas, sometido a las leyes de la oferta y la demanda. Si se obliga al trabajo a adaptarse a un mercado donde rigen la productividad y la competitividad, que son determinaciones del capital, cualquier solución que no respete dichas determinaciones es políticamente imposible. El paro no puede resolverse rebajando la jornada laboral, es decir repartiendo las horas de trabajo necesarias para la producción social entre el conjunto de trabajador@s. Esta forma de resolver el paro es atentatoria para las necesidades del capital porque al rebajarse la jornada laboral desciende la productividad y en una economía abierta y competitiva, los beneficios se resienten. Aceptar este hecho supone aceptar que la economía no esta para resolver los problemas de la gent e, sino que por el contrario, es la gente la que está para resolver los problemas de la economía.
Partiendo de la propiedad privada de los puestos de trabajo en manos de los empresarios y de la mayor fuerza legal de los derechos del capital sobre los derechos de las personas trabajadoras, la única forma de resolver el paro creado por la incorporación de nuevas tecnologías en el proceso productivo y por la deslocalización, es la redistribución del tiempo de trabajo. Es decir, repartir el volumen de trabajo que la economía necesita en cada momento entre el número de personas que necesitan un empleo y adaptar constantemente ese reparto a las inestabilidades de los mercados. Esto es incompatible con la regulación política de la relación entre la persona trabajadora y su puesto de trabajo, del salario suficiente, de la jornada laboral respetuosa con las necesidades sociales y con los cuidados. Si partimos de que el beneficio, la productividad y la competitividad son la clave para el empleo estable, con derechos (para empezar con el derecho a la vida, a la integridad física y m ental y a cuidar y ser cuidados), tenemos un problema. No hay más remedio que desregular la protección legal a la jornada (límite de horas y garantía de espacios de vida social, de cuidados, de cultura, de política, al margen del tiempo productivo), a la relación entre el tipo de contrato laboral y el tipo de actividad que supone el puesto de trabajo ocupado (principio de causalidad) y a un salario suficiente para una vida digna.
La desregulación jurídica va siempre detrás de la desregulación de hecho. Los derechos y libertades fundamentales del Título I, no se eliminan de la Constitución pero se violan a diario para la inmensa mayoría de los trabajadores y trabajadoras. No se elimina del Estatuto la precisa regulación de convenios, jornadas, condiciones laborales y derechos sociales. Pero se incumplen para la mayoría de las personas precarizadas, para todas las que trabajan en la economía sumergida y para un número creciente de personas con contrato indefinido. La desregulación «de hecho» significa el incumplimiento de las normas, garantías, leyes, convenios y reglamentos existentes. Eso es lo real. Las reformas laborales van ajustando las leyes de rango inferior a la realidad política del mercado de trabajo sin modificar – hasta ahora – la protección de esos derechos en las leyes orgánicas y en la Constitución legalizando muchas situaciones que antes eran tan ilegales como reales, aunque dicha legal ización sea anticonstitucional.
Esta dinámica se realiza sin reformar la constitución en la que se consagran derechos y libertades incumplidos para la mayoría. El resultado es una incongruencia entre la formalidad de la ley y la materialidad de su aplicación. Esta dinámica deja, para quien quiera verlo un resplandeciente espacio de fraude de ley, prevaricación y privación de derechos y libertades fundamentales para la mayoría de los trabajadores.
Una anomalía de esta dimensión se sostiene entre otros factores, por la complicidad del poder judicial que consiente una lectura jerarquizada de las normas. El resultado de esta lectura es una mayor seguridad jurídica para las inversiones y una creciente inseguridad jurídica para las personas en sus dimensiones de trabajador@s, consumidor@s y ciudadadan@s sujetos de derechos y libertades.
La ficción se mantiene por la integración y centralización política de los poderes judiciales, políticos, sindicales, académicos y mediáticos. Los jueces violan las leyes en sentencias prevaricadoras, los políticos violan la democracia invocando su defensa, los sindicatos[1] garantizan que nadie pueda, mediante la organización de los conflictos, mostrar la posibilidad de impedir los abusos. Las mafias académicas condenan al ostracismo a quien se atreva a «pensar» y decir lo que sucede realmente en la sociedad. Los grandes medios de comunicación social complementan el cierre. Solo existe lo que ellos reproducen. Cuando algún movimiento escapa al control político y alcanza la suficiente importancia, si ha cuidado sus mensajes a la sociedad, existe la posibilidad de que, en una primera etapa, esa lucha se difunda e ilumine como un fogonazo el deseo y el espíritu de lucha de millones de personas. Referirse a la gente trabajadora como mercado de trabajo y vincular su destino al de mero instrumento del capital, es apología de un sistema que mata, enferma, oprime, miente y agobia, más que ningún otro en la historia de la humanidad. Es decir, es apología del terrorismo.
Fidalgo y todo el aparato que le secunda ha llegado muy lejos. Pero Fidalgo, como Zapatero y Mendez, son la izquierda. Esta es la izquierda que avanza en el control de los movimientos sociales, una vez desmovilizados y traicionados en la primavera del 2003. Quien trabaja por la unidad con «esta izquierda», trabaja por la impotencia del movimiento popular.
Fidalgo es vicario de las fuerzas del mercado. Predica, como hace el Papa respecto a la voluntad de Dios, que no se puede hacer nada contra la voluntad de los mercados. Esta izquierda que despolitiza la vida cotidiana para ocultar su radical politización a favor de las necesidades del mercado, controlado por los poderosos, es la responsable del imperio de la economía, de la degradación de la política y de la propia izquierda. Coopera en la inoculación del principio de desesperanza: «puesto que todo está podrido y no hay salida colectiva, solo cabe competir eficazmente y ofrecerse al poder como esquirol para gozar de un éxito a costa de mis iguales». Este ciudadano progre, consumidor, calculador y oportunista es la base del «fascismo dulce». Los colectivos sociales que observan este comportamiento son la base del sometimiento de los movimientos sociales a la «unidad de la izquierda».
Esta izquierda es el huevo de la serpiente, lleva dentro la impotencia y, por lo tanto, la sumisión al poder, a cualquier poder. Su impostura le exige eliminar de las relaciones sociales el diálogo y la razón, sustituyéndolas por propuestas irracionales imposibles de cumplir como: acabar con los accidentes de trabajo, pleno empleo, empleo estable con derechos, conciliación de la vida familiar y laboral, competitividad y progreso social, flexibilidad para las empresas y estabilidad para los trabajadores, derechos humanos, dignidad humana, derecho a la vida, imperio de la ley, estado de derecho, igualdad de oportunidades.
Mientras la ficción funcione y la gente que «lo sabe» haga «como si no lo supiera», el fascismo no necesita eliminar la democracia y la libertad de partidos y sindicatos, porque dicha democracia, con sus partidos y sindicatos, es el instrumento con el que cumple sus fines de explotación, dominio, sumisión social y envilecimiento general.
Aunque son necesarias, las palabras críticas escritas en un papel no son suficientes para impedir la reforma laboral que traerá el «diálogo social». Un programa de medidas alternativas – más verdaderas, por partir con más sinceridad de los problemas reales y venir acompañados de invocaciones a la lucha, pero sin fuerza propia para garantizar su aplicación – tampoco es suficiente para convertir la denuncia en una fuerza real.
La crítica teórica es real solamente en el sentido «inmaterial». La fuerza de la crítica es incompleta porque si se queda en el papel no es material y por lo tanto, no existe (en la acepción política del término existir). Es una teoría sin práctica. Los teóricos que la formulan son profetas desarmados. Por eso, si no se vinculan con las luchas reales, acaban siendo cooptados por la izquierda alterglobalizadora para que, una vez tras otra, nos cuenten en jornadas y foros rigurosamente separados de las movilizaciones, lo mala que es la globalización neoliberal. LO SABEN, PERO NO LO HACEN.
Dialogar sin movilización contiene efectos perversos: sustituye e impide la movilización y legitima lo acordado y por lo tanto la desmovilización. Cuando la gente trabajadora ve aumentar su inseguridad y disminuir sus derechos sociales y sindicales, lo que hace falta no es diálogo sino fuerza para revertir el proceso. Cuando crece la angustia por la falta o el exceso de empleos, las mujeres ingresan en el mercado de trabajo basura sin reducir su actividad en los cuidados familiares y crece la osadía, la ilegalidad y el abuso de los empresarios, un sindicato de clase (obrera) solo puede dialogar sobre la base de la fuerza. Esa fuerza depende de la expresión, unificación y organización de la lucha por las necesidades insatisfechas y los derechos vulnerados.
El sindicalismo «oficial» hace lo contrario. Esto le conduce a tener cada vez menos fuerza propia como representante de los de abajo y al tiempo, tener cada día más fuerza otorgada como instrumento de los de arriba. Los enfrentamientos que surgen por doquier no son alentados y apoyados como fundamento de su fuerza social sino sofocados como una amenaza a su representación burocrática.
El coste de los escasos beneficios que se derivan de la acción de CCOO y UGT es abundante. Sí te están machacando lo que hay que hacer es organizarse para impedirlo y no dialogar sobre las formas y los ritmos del machaque. Por el contrario, el mensaje del «diálogo social» transmite la imagen de que la lucha es una aventura peligrosa e indeseable.
El funcionamiento de esta lógica sindical – momentánea y puntualmente interrumpida por el Movimiento contra la Europa del Capital y la Guerra, que obligó a CCOO y UGT a plantar cara al «decretazo» del desempleo del PP, mediante una huelga general el 20-VI-2002 – conduce al decaimiento paulatino de las luchas y de la conciencia de su necesidad en las generaciones de jóvenes, hombres y mujeres trabajador@s. Sobre esta impotencia avanza la globalización capitalista y sus gestores de derecha y de izquierda.
Este avance es el avance de la inseguridad, el aumento la diferencia y la exclusión social. Estos azotes sociales no generan rebelión sino sumisión porque con ellos avanza también el individualismo que desplaza la competitividad al interior de la clase trabajadora, bajo la forma de lucha por los puestos de trabajo escasos y por el favor del empresario.
Si la marginación y el aislamiento que los grandes sindicatos ejercen sobre las minorías combativas no es suficiente, entra en juego la criminalización y el aislamiento del movimiento.
Este cierre, tan aparente como real, contiene en su interior los factores de su voladura a condición de 1) La elaboración de palabras que, a pesar del linchamiento y la calumnia, se abran paso explicando las causas de que la izquierda sean el PSOE, CCOO, UGT y sus agentes, 2) La creación de un espacio de encuentro de los colectivos en lucha, para el apoyo mutuo y la mutua supervivencia. Una red de plataformas unitarias contra los abusos patronales y la Reforma Laboral. La Reforma Laboral «alterglobalizadora» además de una grave amenaza, es una oportunidad para organizar este bloque, 3) La vinculación de la actividad sindical anticapitalista con otras áreas de la lucha antiglobalización, 4) La clara delimitación entre estos organismos para la lucha social anticapitalista y las estructuras «alterglobalizadoras» pastoreadas por los mismos que nos imponen la Reforma Laboral y la explotación de cada día.
MANIFESTACIÓN EN MADRID CONTRA LA REFORMA LABORAL
MIÉRCOLES 14 DE DICIEMBRE A LAS 19’30 h. DESDE ATOCHA A JACINTO BENAVENTE
* Agustín Morán es miembro del CAES
NOTA [1] La mayor maquinaria social que con cientos de miles de cuadros diseminados en el aparato productivo y con una presencia creciente en los movimientos sociales (solidaridad internacional, ecologismo, feminismo, cooperativismo, movimiento altermundialización, etc).