Ser editor implica una responsabilidad, pues no solo se mide por las veces que se es incluyente, sino también por las que decanta. La cuestión de los temas es muchas veces un acertijo. En ocasiones creemos que un tema será el más interesante, oportuno y provocador, y resulta el más aburrido, y viceversa. En esto […]
Ser editor implica una responsabilidad, pues no solo se mide por las veces que se es incluyente, sino también por las que decanta.
La cuestión de los temas es muchas veces un acertijo. En ocasiones creemos que un tema será el más interesante, oportuno y provocador, y resulta el más aburrido, y viceversa. En esto también intervienen los compromisos institucionales. La Gaceta de Cuba ejerce autonomía en la selección de sus temas y autores, pero está vinculada a una institución, y por ello le debe correspondencia orgánica [1]. Es lo que llamaba Arturo Azuela «revista institucional».
En una plenaria de escritores celebrada hace unos años, un perspicaz ensayista señalaba que la gran mayoría de las revistas culturales cubanas no estaban vivas. A mi juicio, pecó de injusto y absoluto, tentado por el protagonismo de la polémica, del provocador. En parte no le faltaba razón, es cierto que hay las que padecen de «muerte virtual», que es peor que la real. Y es cuando sus lectores potenciales no saben cuando salen… o si siguen saliendo. Pero para nada creo que esa «existencia fantasmagórica» sea válida en todas las publicaciones. Aunque cada uno de nosotros, ¿hasta qué punto somos una revista viva? No soy, en lo más mínimo, la persona indicada para decirlo; que se agoten o no los cinco mil ejemplares de la tirada no es necesariamente un índice porque, además del placer de la lectura y el ansia de conocer y debatir, nuestro papel puede utilizarse para envolver viandas o basura, o padecer una mala promoción e infame distribución.
A una buena amiga le gusta citar que esa maestra de bibliotecarios que fue la Dra. María Teresa Freyre de Andrade, cada cierto tiempo reunía al colectivo de dirección de la Biblioteca Nacional y les decía: «Estamos en crisis». La Gaceta… ha pretendido mantener ese espíritu, reunirse cada cierto tiempo, replantearnos lo que estamos haciendo y hacernos ese llamado: «Estamos en crisis». Porque lo otro sería conformarnos y ahí sí no sería una revista viva, comprometida con la actualidad para dejar el testimonio de una época. Aunque esta regla de oro con frecuencia se nos olvida.
Igualmente el día de mañana el tema de la diversidad de nuestras revistas nos va a seguir acompañando. Creo que la intención de que tengamos una mayor diversidad será para beneficio de todos. Mantenerse vivo como publicación, ser el mismo e ir cambiando, es fundamental. El mañana de nuestras revistas culturales está muy asociado al de nuestra cultura y sociedad. Siempre creo que un tiempo futuro será mejor en todo sentido y lo que hacen las revistas de cultura cubana en general puede, como «el rasguño en la piedra» lezamiano, contribuir a ello.
No debemos ser complacientes a la hora de reivindicar ese espacio plural de la cultura. Y por otro lado, contraponerlo a las lecturas reduccionistas y tendenciosas, que tratan de reflejar el panorama cultural de la Isla como un páramo monolítico, negando su riqueza, complejidad y diversidad. Esas lecturas prejuiciadas enuncian como «una concesión» la posibilidad de reconocer muy contadas diferencias y singularidades en el espectro de las revistas culturales cubanas. Contrario a esa visión maniquea, hace unos años una publicación, que para nada se puede «etiquetar» de «oficialista», brindó esta valoración:
[…] desde hace aproximadamente quince años el país ha vivido un notable resurgimiento de sus publicaciones periódicas. Ha sido importante el papel desempeñado por revistas socio-culturales pertenecientes a centros de investigación y a otras instituciones. Si bien es cierto que poseen una circulación algo limitada, revistas como Temas, La Gaceta de Cuba, Criterios, las publicaciones asociadas a la Iglesia Católica, entre otras, constituyen uno de los mejores ejemplos de esa pluralidad de voces en el momento actual [2].
Por otro lado, está el perfil de la publicación, y hay que tener cuidado con él porque cada publicación tiene su propia identidad. Aspecto importante es la dirección de arte como reflejo de ese perfil y personalidad editorial. En los últimos diez años, La Gaceta ha ido cambiando sustancialmente en el diseño; en abril del 2007, al celebrar los 45 años de la revista, presentamos una exposición sobre el diseño y la gráfica de La Gaceta. Pero, sin lugar a dudas, en varias ocasiones nos hemos olvidado del diseño, y eso se relaciona con el diálogo, con la discusión dentro de la revista, con la tensión creativa que se logre en ella y el respeto hacia los diseñadores.
Mantener una revista cultural al día, con determinadas ambiciones, buscando el diálogo, el debate, la diversidad, la pluralidad… no en Cuba, no solo en el ámbito latinoamericano, sino en el mundo de hoy, cuando no hay detrás de esto poderosos financiamientos de marcas comerciales o empresas, implica dedicación y entrega. Por ejemplo, en los 80 y 90 del pasado siglo la revista Vuelta, de Octavio Paz, amén de tener el aura del prestigio intelectual de su promotor y la indiscutible importancia de esa publicación, merecedora del premio Príncipe de Asturias en Comunicación, dependía de que aproximadamente el cuarenta por ciento de sus páginas fueran anuncios.
En la tradición cubana, las revistas y suplementos culturales desde sus inicios en el siglo XIX, aunque numerosos y diversos, en su gran mayoría tuvieron una existencia breve, como dan fe, entre otros, los acuciosos estudios de Bachiller y Morales, Ambrosio Fornet y Cira Romero.
Alguien dijo que las revistas culturales en América Latina son de carácter religioso, porque salen «cuando Dios quiere», y haber mantenido La Gaceta de Cuba saliendo con relativa puntualidad en los últimos veintisiete años ha sido un desafío, porque si no hay calidad, si no hay diversidad, si no hay representación acompañadas de una frecuencia responsable, evidentemente no está cumpliendo su cometido. Son muchas las ambiciones y las metas que pretendemos. Otra cosa es lo que pueda pensar el lector o el colaborador de la revista [3].
Para mí ha sido apasionante porque pudimos generar líneas de trabajo nuevas [4], como han sido los concursos de la revista. Tuvimos veinte ediciones de un concurso de cuentos, y llevamos otras veinte con uno de poesía que en su tipo han sido de los más importantes del país; o la publicación en diferentes editoriales de una docena de títulos cuyos volúmenes parten de selecciones de textos aparecidos en la revista, a los que se pueden sumar una presencia estimable en los volúmenes de varios de nuestros colaboradores.
Un tema que ha sido fundamental es que la divulgación de los escritores y artistas se propicie por una valoración general de calidad, que se debe aplicar por igual a los del llamado del «interior», a los de La Habana, y a los del «exterior», siempre con la intención de promoverlos sin nada de «populismo» o «paternalismo». Nunca hemos estado de acuerdo con el principio de que «le toca» a este o a aquel, aunque, como ya he planteado, esta es una publicación de la UNEAC y tiene un nivel de responsabilidad y representatividad con la plataforma de la institución [5].
El reconocer a los escritores e intelectuales cubanos que viven fuera del país, en cualquier punto del orbe -no solo en Estados Unidos o España, la llamada diáspora cultural cubana (que suma exilio, emigración, o simple nomadismo, propio del mundo que vivimos)- fue desde principios de los años 90 un eje fundamental del perfil editorial [6]. Desde 1992, cuando empezamos a sistematizar este empeño y dejó de ser algo aislado o coyuntural, hasta ahora -número seis de 2014-, suman 772 los asientos que hay de bibliografía activa y pasiva de la cultura cubana de la diáspora aparecidos en La Gaceta. Al punto de que existe un libro de Ambrosio Fornet, de la editorial Capiro, titulado Memorias recobradas. Introducción al discurso literario de la diáspora, que compila los cinco dossiers que Ambrosio antologara y publicara en la revista sobre este tema.
Los autores de la diáspora aún es un tema de alta sensibilidad dentro y fuera de la Isla; aunque hemos avanzado mucho, sigue siendo por momentos controvertible. Mantener estos espacios que identifican nuestro perfil ha sido un reto.
Como en el desconocimiento antes señalado a la diversidad representada por La Gaceta… y otras revistas culturales, los mismos autores [7] niegan, o tergiversan, el reconocimiento que la llamada cultura de la diáspora, después de ser postergado durante tantos años, ha tenido con justicia en nuestra revista. Más que las cifras, que son elocuentes, está la clara voluntad de ver la cultura cubana como una sola.
En el caso de los escritores no radicados en la capital, los dos concursos han ayudado mucho. Nos ha sucedido que los miembros de la UNEAC de las filiales provinciales, con una susceptibilidad no siempre condicionada por el fantasma de «el fatalismo geográfico», han reclamado su visibilidad en los espacios nacionales, y una presencia más comprometida de su interactuar en la cultura nacional.
A veces un autor del llamado «interior» puede aparecer en reiteradas ocasiones en la revista y otros autores no aparecer nunca. Aplicamos un rasero de selección que, como todos, puede ser injusto, pero es un principio de todo editor. Como diría Roberto Fernández Retamar, un editor se mide por las veces que dice «no», no por las veces que dice «sí», aunque la revista pretenda ser inclusiva. Esa amplitud, ese principio de acceso inclusivo, requiere por parte del editor una decantación.
Con el espacio de la diáspora ocurre igual [8]. Han dicho: tal tema no se publica porque el protagonista está fuera del país, o se publica después que se murió. En el otro extremo, hay quien ha preguntado si para publicar en La Gaceta… hay que irse del país. Las críticas pueden ser de ambas partes.
Creo que cualquier publicación cultural -o por lo menos, esa ha sido la intención de La Gaceta– tiene que estar alerta con los llamados márgenes o silencios en la cultura. A qué me refiero: hablamos de los escritores de la diáspora, de los artistas e intelectuales del interior del país, pero tenemos que hablar también de la presencia de la mujer, del negro, de la literatura homoerótica, de generaciones más nuevas, de distintas representaciones, aunque está claro que una revista se asocia a un grupo determinado, que muchas veces puede tener una impronta generacional. En nuestro caso, en la revista se reúnen dos o tres promociones de creadores, pero la dirección de la revista ha sido en estos veintisiete años -con Padura, con Arturo, conmigo- de una sola promoción, y eso también influye. Aunque los editores y los diseñadores han sido mucho más jóvenes, no podemos ni debemos ser ingenuos. Lo que sí debe cumplirse otra regla de oro, y cito de memoria a Pedro Henríquez Ureña, cuando dijo que una publicación cultural debía gestarse «en torno a un grupo afín en alta tensión intelectual».
Cuando hablaba de los silencios, me refería también a aquellos de los escritores y artistas importantes que, por moda, a veces son olvidados, y a lo que funciona a veces como lecturas políticas prejuiciadas y arbitrariamente excluyentes, que pueden ocurrir bajo cualquier signo. Lo que es la heterodoxia de hoy puede ser la ortodoxia de mañana. Un gran poeta como Nicolás Guillén -por cierto, nuestro fundador- en un momento determinado pasó del canon más estereotipado al olvido más ramplón, como también lo han sido, por otras lecturas y otros prejuicios, autores como Gastón Baquero o Eugenio Florit. Pero no estoy hablando solo de lecturas tendenciosas que pudieran estar bajo un signo de política: por ejemplo, en el año 2008 fue el centenario de Emilio Ballagas, y por fortuna se tuvo presente, pagando una deuda indiscutible. Es uno de nuestros grandes poetas, y tal vez por una razón de carencia de espacios (dicen que la memoria en el trópico es muy ligera, porque no sabemos divulgar o salvaguardar nuestros valores culturales emblemáticos, y se le adjudica a Virgilio el comentario de que «las cosas en el trópico duran poco porque se derriten») creo que Emilio Ballagas, como Regino Pedroso o Regino Boti o Félix Pita Rodríguez, cuyo siglo de nacimiento pasó casi imperceptiblemente, no tuvieron, o siguen sin tener la suficiente divulgación en nuestro país. Otros ejemplos podrían encontrarse en la música, la pintura o el teatro.
En el caso de otras figuras, también nos enfrentamos al silencio, al olvido, sobre todo por la desidia y la arbitrariedad que generan las modas y anti-modas. Por eso hemos tratado, desde nuestra perspectiva y posibilidades reales, darles a algunas de ellas una mayor visibilidad. Un ejemplo es el narrador Miguel Collazo, que por su sencillez y timidez protagonizó una «vidita entre los márgenes y estancias», y tuvo un desenlace trágico, acorde con la angustia que atravesaba su obra. Fue un escritor de una singularidad que incluso marcó con su influencia a las promociones más jóvenes. Entre otras cosas, nunca ganó el Premio Nacional de Literatura, ni fue jurado de moda, ni objeto de homenajes, y aunque todo el mundo coincide en su admiración, pueden pasar años sin que se publique nada sobre él.
En 1992, cuando reapareció La Gaceta de Cuba, en la primera nota editorial establecimos que la revista se proponía ser la de antes y distinta. Creo que eso no se puede perder de perspectiva, y no lo debe perder del enfoque y perfil editorial ninguna publicación. Si La Gaceta… ha llegado a un estadio, es un desafío para el futuro inmediato.
Para concluir, quisiera hacerlo con alguien que, como «madrina cartesiana» de la revista, ha sido parte medular de este puñado de ideas, y mi interlocutora lúcida y entrañable de más de un cuarto de siglo, Graziella Pogolotti:
A través de la historia, las publicaciones culturales se han forjado en torno a un núcleo, una falange sectaria, dispuesto a vencer obstáculos para formar un público lector hecho a su imagen y semejanza. Auspiciada por la organización de los escritores y artistas cubanos, La Gaceta de Cuba ha tenido que articular un diálogo destinado a tender puentes entre intereses diversos, con vistas a contribuir a la ejecución de una política cultural definida de manera general en términos conceptuales y modulada por la constante renovación impuesta por la práctica, apegada a las demandas del día que transcurre. Identificados con ella, sus destinatarios se agrupan en círculos concéntricos de profesionales de la cultura, de intelectuales en el más amplio sentido del término y de estudiantes en constante relevo generacional. Ha sembrado inquietudes y atravesado pequeños huracanes. Ha removido prejuicios y tabúes. Por eso, ha participado activamente en la modelación del presente y habrá de constituir, sin dudas, fuente documental indispensable para el investigador del porvenir.
Notas:
1. «Como he tenido oportunidad de escuchar de Leonardo Padura, jefe de redacción de La Gaceta… durante la primera mitad de los 90, para que la publicación fuera una verdadera caja de resonancia de dichos debates, fue fundamental la sinergia que se estableció entre todo su colectivo gestor -que incluía también, desde posiciones directivas de la UNEAC, a Abel Prieto y a la doctora Graziella Pogolotti-. Ello posibilitó que, a diferencia de otros períodos, la revista funcionase sin un dictado en política editorial, sino sobre un sustrato más o menos consensuado de inquietudes, intereses, experiencias y opiniones» (Daniel Salas. «Varias Cubas, varias Gacetas». Revista Espacio Laical, no. 3, 2009, p. 31).
2. Lenier González. «La radicalidad de la esperanza». Revista Espacio Laical, no. 2, La Habana, 2009, p. 60.
3. Rufo Caballero, como lector crítico y como colaborador entusiasta, nos dejó su opinión: «La Gaceta de Cuba sigue siendo entre nosotros la revista. Uno la crítica, la veja algunas veces, se pregunta cómo es posible que publique esto o aquello, pero nadie debe ocultar que cuando abandona la sala Villena, no puede hacer ninguna otra cosa en este mundo que entregarle esa noche completa a las páginas de La Gaceta, presa del sobresalto, la placidez, la polémica. Dónde está el misterio […]: en que la gente que la hace son revisteros natos, unos tíos a los que parece irles la vida en la revista, y esa devoción se siente en las páginas que recorremos».
4. Alguien muy comprometido con lo que ha hecho la revista en su última época, como el narrador Abel Prieto, resume esta voluntad editorial: «Esta publicación ha reflejado la vanguardia del pensamiento intelectual cubano y tanto en los 60 como después en los 90 y en años más recientes, ha desempeñado un papel importante en el debate y esclarecimiento de los temas más complejos de nuestra realidad cultural».
5. Ese revistero de experiencia que es Arturo Arango, y al que tanto le debemos, recuerda cómo «nuestro perfil se ha hecho sobre la marcha y, como es natural, atendiendo también a razones institucionales (somos una revista de la UNEAC, y tenemos obligaciones hacia sus miembros). Luego, su centro es la cultura cubana. Hemos tratado de ampliar ese espectro, cerrado por muchos años, a la cultura cubana que se hace fuera de la Isla. Y creo que lo hemos hecho seriamente, y eso ha sido útil». Aunque la primera obligación, como «regla de oro», es con la revista misma.
6. «Como recuerda Padura, el deseo de todos era confeccionar una revista intelectualmente provocativa. ‘Sabíamos que queríamos algunas cosas, por ejemplo, que no se podía seguir sabiendo que existía Celia Cruz y no sacar el nombre de Celia Cruz. Y como mismo te digo su nombre, hablo de Gastón Baquero, de Severo Sarduy, de una infinidad de escritores y artistas que vivían fuera de Cuba y que se rescatan y se vuelven a mencionar desde la revista. Teníamos también el concepto de que la cultura cubana era una, y que las valoraciones políticas estaban detrás de esa unidad […] Pero no hay dudas de que lo fundamental era la reflexión. La reflexión que se estaba haciendo sobre el presente y el pasado cubano desde una perspectiva que trataba de clarificar, de llenar silencios, de ubicar en su contexto figuras y procesos de etapas anteriores que iban desde la colonia hasta los años 80» (Daniel Salas. ob. cit., p. 31).
7. Para poner un ejemplo reciente. Ver Rafael Rojas. El estante vacío. Literatura y política en Cuba (Editorial Anagrama, Barcelona, 2009).
8. Graziella Pogolotti: «Uno de los asuntos acuciantes en los años 90 fue la postura respecto a la comunidad cubana en el exterior, un exilio transformado en emigración. Porque quienes abandonaron el país en los tempranos 60, lo hicieron por motivos políticos. Eran los representantes de una burguesía dependiente que apostaron por el rápido fin de la Revolución. Pero, al cabo, ese universo, instalado en Miami y en otros lugares del mundo, se fue tornando más heterogéneo. Intervenía la reunificación familiar y, en la medida en que la situación económica se fue haciendo más difícil, la búsqueda de mejores y más inmediatas posibilidades de bienestar propio y para los familiares, beneficiados por el envío de remesas. La Gaceta abría sus páginas a la literatura de la diáspora, a los temas de género, a los problemas de la racialidad, rindió homenaje a Orígenes, dedicó un dossier a Lunes de Revolución y a Ediciones El puente, rescató la memoria viva de la ciudad. Ha sido, en los años 90 y en lo andado por el presente siglo, una vía de actualización abierta al debate».
Fuente: http://www.lajiribilla.cu/articulo/la-gaceta-de-cuba-algo-de-su-historia-mas-reciente