La continuidad es un modo de proyectarse. Lo es también de refractar la realidad política y cotidiana, de relacionarse con ellas, de actuar. Genera su propio lenguaje, discurso, códigos y estructuras. Por tanto, no le faltan las trampas que ella misma se pone.
El discurso de la continuidad usa las más sencillas de las herramientas para reforzar el elemento que sostiene la propia continuidad: el centro de la estructura. El centro de la estructura es el líder. La continuidad se articula alrededor de este, de varios, en jerarquía, donde a un nivel superior le corresponde un mayor grado de blindaje. Y así lo muestra.
La gramática de la continuidad delata. Genera su paradoja al cometer el error de poner más visible lo que más protege, debilidad de las representaciones inherentes a los caudillismos y a todos los escenarios que giran alrededor de un hombre: no poder ocultar su motor inmóvil. Mientras más lo cuida, más lo arriesga. El precio de ser el centro de todo es estar expuesto.
Las pulsiones de la continuidad alteran la estructura y cambian los roles del discurso, del mensaje. Para el discurso de la continuidad el sujeto es el líder; el proceso, tan solo un complemento circunstancial. En otros casos, la engañosa voz pasiva pone a un sujeto que no es tal, porque el que realiza la acción es otro (el sujeto de la continuidad). Y es que los líderes clausuran, inauguran, presencian, encabezan, despiden… eventos, encuentros, congresos, delegaciones…
El discurso de la continuidad condena los procesos de la vida pública a la pasividad, a ser un mero acompañante que adorna y enriquece la labor del líder. Él es el sujeto, en la gramática, en el discurso, en la imagen, en el inconsciente que nos carcome.
¿Y los sujetos que verdaderamente realizaron el proceso? Son reducidos a aparecer implícitos en la segunda implicitud, en el sustantivo específico (congreso, evento, encuentro, conversatorio, etc.). Algunos tienen mejor suerte, entonces se ven en forma de hombre-masa (campesinos, estudiantes, federadas) en otro complemento de otra oración.
Pero no todo es oscuro. Por ejemplo, quien redacta el titular, sutilmente, ya que no se puede cambiar el sujeto, al menos se toma el trabajo de que no aparezca al inicio de la oración. Para ello, se pone el verbo o forma verbal al inicio. Me suena en los oídos, quizá, “Instó Machado…”
La máxima expresión es que no sea nada raro que, de pronto, en los medios Fidel sea una especie de Adán y Eva (ambos a la vez) de Cuba post 59. Hizo la Revolución mientras construía escuelas, calles (tal vez esto no), edificios, universidades, centros de investigación (de milagro no fue él quien fue al cosmos) y ganaba la guerra de Angola. Luego de poblar la tierra, entonces, daba tareas. Así orientó salvar La Habana, hacernos universitarios, ganar en el deporte (ahí sí entra aquello de que mandó a alguien al espacio) y todo terminó por ser un encargo. De ahí hacia abajo, disminuyen los niveles de importancia, pero no de sustantividad.
Así, el verdadero héroe, el anónimo, ya condenado al hombre-masa, por si fuera poco, si aparece, queda como complemento. Pero triunfa la gramática de la continuidad para destacar a su sujeto.