Días atrás, en un pueblo del sur del Estado español, un vecino que entró por su propio pie en las dependencias de la Guardia Civil salió horas más tarde con los pies por delante. Además de golpes en todo el cuerpo, el vecino presentaba el esternón roto. El ministro de Interior español, Alonso Suarez, comparecía […]
Días atrás, en un pueblo del sur del Estado español, un vecino que entró por su propio pie en las dependencias de la Guardia Civil salió horas más tarde con los pies por delante.
Además de golpes en todo el cuerpo, el vecino presentaba el esternón roto.
El ministro de Interior español, Alonso Suarez, comparecía ante los medios para prometer una profunda investigación sobre lo sucedido que dejase claro si hubo «excesos» por parte de los beneméritos guardias o si la muerte del vecino fue resultado de un insólito y fatal infortunio.
A destacar el énfasis que puso el ministro en defender la impoluta hoja de servicios de la guardia civil a lo largo de su inmaculada historia, hasta el punto que, de confirmarse los «excesos», estaríamos hablando del primer caso del que se tenga conocimiento de «celo excesivo» en el cumplimiento del benemérito deber.
Ni siquiera contuvo la entusiasta defensa del ministro el hecho de que, sobre los mismos guardias civiles de ese pequeño pueblo ya hubiera denuncias y antecedentes de torturas a otros vecinos, todas sobreseídas.
Uno entiende que el ministro Alonso no de crédito alguno a las miles de denuncias de torturas, vejaciones y asesinatos de la Guardia Civil en el País Vasco por la natural querencia de los vascos a exagerar o autoagredirse, querencias de las que tampoco han sido ajenos catalanes, gallegos y canarios.
Uno entiende que tampoco el ministro Alonso, tan circunspecto él, conozca un solo caso de atropello a la ciudadanía por parte del benemérito cuerpo armado, que nunca haya oído hablar del general Galindo y su afición a la cal viva, por ejemplo.
Lo que cuesta creer es que Don Alonso no haya leído nunca el romancero de Federico García Lorca, para nada sospechoso de connivencia con exaltados nacionalistas vascos, y los versos que dedicara hace 75 años a la Guardia Civil, la misma que lo fusilara, aquella de la que decía: «pasan si quieren pasar y ocultan en la cabeza una vaga astronomía de pistolas inconcretas/Con el alma de charol, vienen por la carretera, jorobados y nocturnos por donde animan ordenan, silencios de goma oscura y miedos de fina arena/La ciudad libre de miedo multiplicaba sus puertas, 40 guardias civiles entran a saco por ellas, los sables cortan las brisas que los cascos atropellan… Oh ciudad de los gitanos, apaga tus verdes luces que viene la Benemérita».
Pero si tampoco el ministro Alonso conoce a Lorca como para seguir respaldando de tan rotunda manera los transparentes antecedentes de la Guardia Civil, tal vez hoy tenga tiempo de entrar en los periódicos andaluces y conocer el caso de un joven andaluz que, en Algeciras, fue víctima de una brutal paliza a manos de un benemérito miembro por haber pronunciado el joven, mientras conversaba con su hermano en la terraza de un bar, unas palabras en vasco. Al grito de «Mierda a los vascos», el guardia civil que ocupaba una mesa próxima arremetió, contra el joven andaluz y le rompió la tibia y el peroné, entre otras gracias.
Me muero de ganas por conocer mañana las declaraciones del ministro.