Hemos pasado duras pruebas en nuestra historia de luchas, pero indudablemente esta batalla para controlar la pandemia que azotó y azota al mundo, demostró la fortaleza de nuestro sistema de Salud y la calidad de nuestros científicos.
Cuba comienza la tercera semana de noviembre con la alegría de los niños que regresan a sus aulas, de los jóvenes que cantan con pañuelos rojos al cuello, del pueblo que respira en las calles, luego de dos años de pandemia, con optimismo, firmeza, y la convicción de vencer siempre a quienes pretenden hacer retroceder las conquistas revolucionarias y nuestro socialismo.
Hemos pasado duras pruebas en nuestra historia de luchas, pero indudablemente esta batalla para controlar la pandemia que azotó y azota al mundo, demostró la fortaleza de nuestro sistema de Salud y la calidad de nuestros científicos para lograr tres exitosas vacunas, dos candidatos más en fase de pruebas y medicamentos efectivos contra la COVID-19, pese al recrudecimiento del bloqueo impuesto por Estados Unidos hace casi 60 años.
La Cuba mambisa aprendió hace mucho tiempo a no dejarse manipular por cantos de sirena fabricados a 90 millas de nuestras costas, las generaciones de cubanos aprendieron en enero de 1959, con el ejemplo y liderazgo de nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro y del General de Ejército Raúl Castro, que nacimos para vencer y no para ser vencidos, y que, como dice el refrán popular «el miedo no come aquí».
Mucho falta por hacer, es cierto. Muchos obstáculos burocráticos por romper, luchar contra manifestaciones de corrupción, muchas acciones por hacer en los barrios y comunidades vulnerables, muchos problemas de vivienda por resolver e ineficiencias por combatir para lograr avanzar en el camino de justicia social, que conquistaron nuestros próceres en una lucha, que comenzó hace 163 años, el 10 de octubre de 1868, cuando iniciaron la guerra por la Patria independiente que defendemos hoy y siempre.
Es preciso, en medio de nuestras dificultades cotidianas, detenernos un momento para mirar atrás, hacer un balance de todo lo logrado en 62 años de Revolución, y compararlo con la realidad de Cuba antes de 1959 y, además, con las condiciones en que viven la mayoría de nuestros hermanos de América Latina y el Caribe.
Los cubanos de menos de 60 años no conocieron el desalojo de viviendas por falta de pago, el camión en la puerta de la casa para llevarse los muebles o el televisor, por atraso en los pagos de un crédito leonino, un alto porciento de la población analfabeta, y muchas madres trabajando de sirvientas por carecer de preparación para aspirar a otro empleo.
A eso se suma, la falta de tierras para los campesinos por estar enormes extensiones en manos de latifundios extranjeros, la economía nacional en poder de consorcios y monopolios estadounidenses y de las mafias de ese país, el desempleo en niveles jamás conocidos después de 1959, y se agrega, también, el sacrificio para las familias poder costear el mantener un hijo en una universidad o para formarse como técnicos, las mejores playas del país privatizadas para disfrute de los ricos, la salud restringida a pocos hospitales en la Isla y a quienes pudieran pagar por la atención médica y especializada.
Son esas solo algunas cosas de las que valdría la pena conversar con los abuelos, que sí la vivieron, y que viven aún gracias a la extensión de la esperanza de vida lograda por la Revolución.
Valdría la pena también detenernos a pensar cuánto pudiéramos haber hecho si desde 1962 nuestro Gobierno revolucionario no hubiera quedado aislado diplomáticamente, agredido sistemáticamente por incursiones y sabotajes orquestados desde Miami, con su mercado más cercano bloqueado y del cual dependía para la casi totalidad de sus importaciones y sus pocas exportaciones, incluyendo la eliminación de su cuota de importación de azúcar cubano, sin posibilidad de créditos externos por presiones de Washington a todos los posibles países interesados en comerciar con Cuba, y que ese bloqueo económico, que eufemísticamente ellos llaman embargo, ocasionara a Cuba mediante un enjambre de leyes extraterritoriales, sanciones, y medidas, daños recrudecidos a niveles sin precedentes en los dos últimos gobiernos de Estados Unidos.
«Para muestra un botón», dice el dicho popular. Solo desde abril de 2019 hasta marzo de 2020, el bloqueo ha causado pérdidas a Cuba por 5 570,3 millones de dólares, un incremento de 1 226 millones de dólares respecto al periodo anterior y que por primera vez rebasa la barrera de los 5 000 millones de dólares.
Estas cifras no contemplan las acciones de la administración estadounidense durante el periodo de la pandemia de la COVID-19, en el cual el Gobierno cubano tuvo que invertir más de 300 millones de dólares para atender a su población, pese a la prohibición de importar vacunas, medicinas, insumos, respiradores artificiales y otros equipos e insumos médicos.
A precios corrientes, los daños acumulados durante casi seis décadas de bloqueo económico ascienden a 144 413,4 millones de dólares, que, relacionados con la depreciación del dólar frente al valor internacional del oro, ascienden a más de un billón 098, 8 millones de dólares.
¡Cuánto hubiera podido hacer la Revolución en 62 años con esos montos financieros si no hubieran sido confiscados o impedidos de vender al mundo!
Por todo eso, con ánimo renovado en el inicio de esta nueva normalidad, optimistas con la reanudación de la llegada de turistas y visitantes y alegres con nuestros pañuelos rojos al cuello, decimos junto a nuestro Presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez, que ¡Nadie podrá aguarnos la fiesta!