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La habitación 13

Fuentes: Rebelión

Charles Darmancour Perrault publicó en 1687 su inmortal obra Cuentos de Mamá Oca, recopilación de relatos infantiles de tradición oral. Y no quiso firmarlos porque eran cuentos de mil abuelas. Uno de ellos el de Barba Azul. Barba Azul a la par que rico era temido por su aspecto fiero y su conducta salvaje. Y […]

Charles Darmancour Perrault publicó en 1687 su inmortal obra Cuentos de Mamá Oca, recopilación de relatos infantiles de tradición oral. Y no quiso firmarlos porque eran cuentos de mil abuelas. Uno de ellos el de Barba Azul.

Barba Azul a la par que rico era temido por su aspecto fiero y su conducta salvaje. Y aunque desposado siete veces nadie conocía el paradero de sus mujeres. Le temían las jovenzuelas del entorno. Y siempre que acudía a casa de algún vecino solicitando la mano de una de sus hijas éstas le daban calabazas. Terminó convenciendo a la pequeña para que se casara con él. Y la condujo a su hermoso castillo, donde había una habitación 13 misteriosa. La habitación prohibida. Un día le anunció su partida por largo tiempo y le entregó todas las llaves del castillo a la nueva esposa, incluida la de la misteriosa habitación 13. Y partió dejando la casa en manos de su última mujer, quien quiso indagar qué se escondía en tan misterioso cuarto. Había sangre en abundancia y vio con espanto colgados en las paredes los cadáveres de sus anteriores esposas. Barba Azul regresó de repente y se dio cuenta de inmediato que la mujer había entrado en el cuarto 13 al observar sangre en la llave. Y también quiso decapitarla, deseó que corriera la misma suerte que sus anteriores mujeres. La esposa se refugió en la almena más alta y cerró la puerta con siete llaves; y estando a punto de descerrajarla llegaron los hermanos de la esposa y dieron muerte a Barba Azul.

Se cuenta que Perrault se inspiró en las leyendas que en Francia circulaban sobre Gilles de Rais, que de combatiente junto a Juana de Arco en la guerra de los Cien Años pasó a convertirse en asesino en serie de niños.

De nuevo una redada nocturna de un Barbazul salvaje con un millar de sus huestes ha robado y saqueado casas y hogares de nuestro pueblo amparado en las tinieblas. Esta vez se han llevado a 34 jóvenes con el aplauso del facherío español o, lo que es lo mismo, al mando de jueces de la Audiencia Nacional y acompañados de la banda de tricornios lorquianos y grises, brazo armado del abuso. Y, de nuevo, 34 jóvenes han descubierto la habitación 13 del gobierno español donde la tortura tiene barra libre con permiso, consentimiento y amparo esta vez del juez de turno, el Barbazul Fernando Grande-Marlaska, en palabras de Rosa Montero, «con la camisa entreabierta tiene todo el aspecto del vividor que regresa a su apartamento al amanecer llevando los excesos de la noche adheridos al rostro». Vienen como representantes de un gobierno, el español, que a lo largo de la historia, tras saquear sus colonias y esclavizar a sus gentes, siempre tuvo que huir de todas ellas con el rabo entre piernas dejando ruinas y penuria tras sus pasos. El ejemplo más reciente es la República Árabe Saharaui Democrática, reconocida por 88 países pero por ningún país europeo, tampoco por España y esto es grave porque ha habido mil y una declaraciones de las Naciones Unidas confirmando su derecho de autodeterminación. Y es aún más grave porque hasta hace treinta años fue colonia española y España tenía el deber de amparar su independencia. ¿Saben en treinta y pico años de colonización cuántos universitarios saharauis formó? Tres: un médico, un abogado y un perito mercantil. El Sahara es hoy día la última colonia de África gracias, en parte, a España, que guarda silencio ante el gemido y lamento de un pueblo, que languidece en parte por su culpa y abandono, por su traición, en las arenas del desierto, en la vastísima nada rodeada de nada y donde, como dice el gran Eduardo Galeano, sólo crecen las piedras. Y la solidaridad de algunas gentes. Abandono y solidaridad que estos días siente en su soledad y huelga de hambre Aminettou Haidar. España no ha perdido su obsesión colonial con el paso del tiempo, lleva la represión en su gen.

Pero regresemos a la mazmorra de Barba Azul, a su habitación de tortura, contemplemos las huellas de los mutilados y escarnecidos por órdenes de jueces y látigos de verdugos, entremos en la habitación 13, escuchemos a los ajusticiados, a los muertos, veamos las violaciones de derechos perpetradas contra hombres y mujeres año tras año… Torturados que vienen contando desde años la misma historia de terror, jueces que se mofan de los derechos humanos, que raptan al acusado, que mienten al familiar, que esconden al abogado lo que chivan a la prensa amiga y sumisa. Señores jueces, no me callo. Les denuncio con ira porque ustedes e n nombre de la justicia roban, saquean, torturan, inventan historias, mienten y pisotean derechos humanos y dignidades. Al gobierno del estado español no tengo palabras para calificarlo, no me merece respeto alguno. Es un gobierno sin dignidad, su palabra es aire y vacío. Nos ofrecen a diario lecciones de miseria humana y codicia, de sumisión y chulería. Desconoce el respeto a la verdad, tergiversa los hechos y miente al hablar.

Frente a esta inmundicia, que nos ha tocado en suerte, nos queda lo que ha hecho siempre grandes a los hombres y los pueblos: los hermanos de la esposa, la solidaridad de las gentes de buen corazón, la mano tierna de los otros. Un beso a los torturados por jueces y rufianes, un beso solidario a Aminettou Haidar. Y como tarea pregonar lo que la España facha y su gobierno encierran en su habitación número 13.

Y termino, no sin ironía, con la moraleja del cuento de Perrault:

Por poco que tengamos buen sentido
y del mundo conozcamos el tinglado,
a las claras habremos advertido
que esta historia es de un tiempo muy pasado.

Rebelión ha publicado este artículo con autorización del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.