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Palabras de Roberto Fernández Retamar en la presentación del número 36 de Criterios, leídas el 16 de febrero de 2010 en la Feria del Libro Cuba 2010

La hazaña de Criterio

Fuentes: La Ventana

En 1882, en ensayo sobre Oscar Wilde, escribió José Martí: «Conocer diversas literaturas es el medio mejor de liberarse de la tiranía de alguna de ellas». Años después, en su ensayo fundador «Nuestra América», añadió: «Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas». A estos consejos, aplicados […]

En 1882, en ensayo sobre Oscar Wilde, escribió José Martí: «Conocer diversas literaturas es el medio mejor de liberarse de la tiranía de alguna de ellas». Años después, en su ensayo fundador «Nuestra América», añadió: «Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas». A estos consejos, aplicados a los estudios sobre teoría de la literatura, las artes y la cultura, ha sido fiel como nadie entre nosotros, durante décadas, Desiderio Navarro.

Lo prueban sobradamente los treinta y seis número de la revista Criterios, los libros de la colección del mismo título, las antologías Textos y contextos, la organización de conferencias y encuentros, traducciones ofrecidas generosamente a publicaciones periódicas -como la revista Casa de las Américas, y a antologías-, el Centro Teórico-Cultural Criterios. Y otro hecho debe destacarse: esta enorme labor es, prácticamente, la obra de una sola persona. Pues si Desiderio ha podido contar, en casos raros, con la colaboración de un editor o un traductor (en el mismo número 36 de Criterios uno de los textos fue traducido del inglés por María Teresa Ortega), la descomunal faena de Criterios es en esencia obra suya.

Y en este sentido, esa obra es comparable, no obstante las muchas diferencias entre ambas, con la que realizara Samuel Feijoo, a quien, por cierto, tenemos con injusticia medio olvidado. En los dos, Samuel y Desiderio, se ha dado el caso de tratarse de personas-instituciones. Cada uno de ellos ha funcionado (en el caso de Desiderio, felizmente, sigue haciéndolo) como una institución: una institución más eficaz que algunas con abundante personal.

Recordemos en pocas palabras en qué consiste la hazaña de Criterios. Para hacerla realidad, su íngrimo director ha tenido que leer incontables textos escritos en catorce idiomas. Un personaje de un relato de Adolfo Bioy Casares asegura que en nuestro mundo hemos sustituido el conocimiento clásico del griego y el latín por el del inglés y el francés. Puede ser. También es verdad que, según nos repetía en sus clases el profesor André Martinet, al hablante de una lengua romance, como la nuestra, deben serle asequibles otras lenguas de igual raíz. En la práctica, sin embargo, solo leemos, ayudados por gramáticas y diccionarios, el italiano y el portugués. A las demás lenguas neolatinas estamos obligados a estudiarlas, trátese del francés o el catalán, y ni qué decir el rumano.

Y he aquí que Desiderio se pasea por dichas lenguas, y además por otras de familias distintas. A nuestro compañero, extraordinario autodidacta, le ha sido dado (o él ha conquistado) el don de lenguas, y existe el comentario risueño de que los fines de semana, que los demás mortales dedican al descanso o la playa, Desiderio aprovecha para aprender otro idioma. En este mismo número 36 de Criterios, que hoy se presenta, hay traducciones hechas por Desiderio del inglés y el francés, claro, pero también del esloveno, el polaco, el holandés y el rumano. En números anteriores hay traducciones del alemán, el ruso, el serbio o el húngaro (esta última, como se sabe, no es una lengua indoeuropea).

Al conmemorar «30 años de Criterios: hacia una globalidad sin Centro», en el número 33 de la revista (correspondiente a 2002), Desiderio hizo un balance del múltiple trabajo de Criterios. Ese balance sigue teniendo vigencia, y los ejemplos han crecido desde entonces. Dijo allí Desiderio:

    Criterios ha respondido a la urgente necesidad de que a críticos, investigadores, profesores y estudiantes universitarios, escritores y artistas de Cuba y de lengua española en general -o sea, de la América Latina y, también, de la europea España- se les ofrezca la posibilidad de sostener un contacto directo, amplio, continuo y sistemático con lo mejor del pensamiento mundial sobre la literatura, el arte y la cultura, y sobre la metodología de la investigación y crítica de estos.

Al final de su balance, refiriéndose a aquel número especial (33), dedicado a Globalización cultural: Occidente/ Oriente, Norte/ Sur, escribió Desiderio que tal número se hizo «posible gracias a la generosa ayuda económica de la Fundación del Príncipe Claus para la Cultura y el Desarrollo». Y añadió que a dicha Fundación agradecía

    la posibilidad de dedicar más de un año a la lectura, selección, correspondencia internacional, traducción, revisión y demás trabajos que la publicación de un volumen teórico monográfico internacional implica, y la aparición del primer fruto de esa labor no en España o en México, sino precisamente en Cuba, mi país de origen y de elección, cuyo pensamiento socio-cultural tan necesitado está de una apertura al conocimiento y diálogo con lo mejor del pensamiento realmente mundial, esto es, del «Norte» y el «Sur», del «Occidente» y el «Oriente».

Volviendo al número 36 que hoy nos convoca, no se trata de un número monográfico, sino de uno de variados temas. En sus más de cuatrocientas páginas aparecen, en tres bloques, diecinueve textos sobre estas cuestiones: circulación de las ideas, censura, esfera pública, la repolitización del arte; filosofía intercultural, Occidente, mestizaje, sincretismo, world music, turismo; estudio, instalación, kitsch, Stanislavski-Grotowski, postcomunismo. Lo que revela que, además de ser políglota, Desiderio posee una información descomunal en muy variados campos.

Y la suya no es esa erudición adiposa, por innecesaria o vacua, que lastra tantos estudios, sino un saber vivaz, que se adentra en los asuntos y escoge con mano sabia. De acuerdo con la advertencia martiana, ha estado injertando en nuestras repúblicas buena parte del mundo, y lo hace para fortalecer el tronco de nuestras repúblicas, no para alardear de una vaga taracea. Ahí está esa declaración suya que he recordado según la cual su faena se da a conocer primordialmente «en Cuba, mi país de origen y de elección».

Unos pocos textos se deben a autores cuyos trabajos ya habían aparecido en otros números de Criterios (tales son los casos de Pierre Bourdieu, Ales Erjavec y Hal Foster), pero la gran mayoría de los autores están presentes por primera vez. Y como nueva muestra del merecido prestigio de la revista, dos de los trabajos (el de Foster y el de Virginie Magnat) le fueron entregados directamente a Criterios.

Tristemente desaparecido en 2002, Bourdieu encabeza el número con un trabajo magistral, como suyo, de 1989, donde, a partir de la relación intelectual francoalemana, aborda las condiciones sociales de la circulación de las ideas. Dado que estas se trasmiten sin sus correspondientes contextos, tal transmisión suele dar lugar a malentendidos. Así, por ejemplo, aduce que Heidegger fue importado a Francia para oponerlo a Sartre. O que, al ser publicado Chomsky en Seuil, en una colección de filosofía, siendo Seuil, según Bourdieu, católica de izquierda y personalista, «Chomsky se vio inmediatamente marcado, a través de una estrategia de anexión típica». Bourdieu recomienda «hacer una sociología comparada de los prefacios: son actos típicos de transferencia de capital simbólico».

Los trabajos de Beate Müller sobre la censura y de Nancy Fraser sobre política, cultura y la esfera pública, son sólidos aportes a sus temas. Los debidos a Jacques Rancière, Ales Erjavec, Artur Zmijewski, Hal Foster y Pavel Moscicki abordan, desde perspectivas no coincidentes, lo que en la portada del número se sintetiza con el sintagma «la repolitización del arte», y deben contribuir a replantear la cuestión entre nosotros sobre nuevas bases.

El filósofo africano Kwasi Wiredu y el indio A. Raghuramaraju consideran asuntos que nos conciernen de modo especial. El primero se pregunta, con «un punto de vista africano»: «¿Puede la filosofía ser intercultural?» Y responde que tal pregunta para los filósofos académicos africanos actuales debe sonarles muy superflua, y «[l]a razón más obvia es el hecho de que su discurso filosófico está generalmente en la lengua de alguna cultura extranjera: inglés, francés, alemán, español o quizás portugués». El autor añade que «[a] causa de nuestra historia colonial, nuestra educación misma ha sido no solo una educación en lenguas extranjeras, sino también en filosofías extranjeras». Y más adelante: «nada es más fácil que desarrollar un punto de vista de universalismo provinciano en la filosofía occidental», y que «otra circunstancia que ha facilitado el universalismo provinciano entre algunos filósofos occidentales es el éxito que su tradición ha tenido como correlato del colonialismo occidental».

Wiredu afirma luego que «la filosofía india contemporánea tiene una posición más resuelta contra el neocolonialismo filosófico que su contraparte africana». Hubiera sido de desear que el autor emitiera su opinión sobre la filosofía de nuestra América. El texto del pensador indio se titula «Rethinking the West» (quizá por alusión al libro The West and the Rest), lo que puede ser traducido como «Repensando el Oeste»; pero Desiderio lo ha llamado «Reconsiderando a Occidente». El proyecto de tal autor indio es sin duda loable. No obstante lo cual, no podemos estar de acuerdo con él cuando afirma a propósito del término «Occidente» (¿o será «Oeste»?) que Hegel usó el término positivamente.

No he leído todo Hegel. Pero en vano busqué el término en los dos tomos de sus Lecciones sobre la filosofía de la historia universal. Él habla allí de «el corazón de Europa», «el hombre europeo», «la humanidad europea» o «el mundo germánico», pero no de «Occidente», si bien dijo que el Espíritu universal viaja de Oriente a Occidente, y que Europa es la meta final de ese viaje. Lo que sería refutado a mediados del siglo XIX por Andrés Bello, al recordar que América está al oeste del Oeste europeo. Tampoco el autor indio menciona al capitalismo, sin el cual queda coja toda meditación sobre Occidente, como supo nuestro Mariátegui.

Dominique Chateau y Charles Stewart abordan en sus trabajos cuestiones sobre las que se ha discutido en nuestra América: «Mestizaje o pluralismo», «El sincretismo y sus sinónimos. Reflexiones sobre la mezcla cultural». En el primer caso, Chateau recuerda, sensatamente, que esa «o» de su título («Mestizaje o pluralismo») puede ser disyuntiva o identificativa, Es lo primero en expresiones como «Inventamos o erramos», la divisa tan viva de Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar; e identificativa en otras, como «lenguas romances o neolatinas». El autor francés se inclina a usar dicha «o» en un sentido disyuntivo.

Jocelyne Guilbaud ofrece una visión atinada de «La world music«, con su sístole y su diástole entre el mundo caribeño y el mainstream. Y Jonathan Culler, en su «Semiótica del turismo», siguiendo la confesada estela de Roland Barthes, rechaza la dicotomía viajero-turista que suele otorgar al primero calidades que se niegan al segundo, y nos sorprende con lo que quizá pudiera llamarse elogio del turismo.

Los textos de Frank Reunders «La intervención del estudio» (tomada esta última palabra en el sentido de atelier), Sven Lütticken sobre la instalación, Tadeusz Pawlowski «El valor estético y el kitsch» consideran las artes plásticas, si todavía cabe emplear esta denominación. Me ha llamado la atención (no sé si estaré equivocado) que nombres como el de Picasso brillan por su ausencia en tales textos, y sin embargo vuelve una y otra vez el de Marcel Duchamp, de cuya «Fuente»/urinario, más que decir que es una obra plástica, debe reconocerse que ha puesto en solfa al arte entonces moderno, cuando no al arte en general. Sus numerosos continuadores no están puestos menos en solfa.

Virginie Magnat, en «La filiación Stanislawski-Grotowski», estudia con rigor la relación de los dos grandes teatristas: aquello que los separó y, sobre todo, aquello que los unió, con ocasionales referencias a otros como Meyerhold, de tan trágico destino.

Antes de terminar estas palabras, quiero destacar que varios de los textos comentados aluden a artistas cubanos, como René Francisco y la generación de pintores de los 80, o a sabios nuestros como Fernando Ortiz y José Juan Arrom, lo que da idea del vasto radio que dichos textos abarcan.

«La modernidad del postcomunismo», de Ovidiu Tichindeleanu cierra brillantemente el número. En 2009 se cumplieron veinte años de la caída del muro de Berlín y del comienzo de la ardua y amarga transición de los países europeos que se decían socialistas al capitalismo. Ese es el postcomunismo a que se refiere el autor rumano. Aprovecho para decir que entre los muchos méritos de Desiderio está permitir familiarizarnos con manifestaciones de la nueva izquierda que ha ido surgiendo en aquellos países, y cuyo conocimiento nos es fundamental. No creo adolecer del mal que en otros órdenes llaman entre nosotros titimanía. Pero no puede sino complacerme saber que Tichindeleanu nació en 1976. Podría ser no ya mi hijo, sino mi nieto.

Sin olvidar la lección perdurable de los grandes maestros, tenemos el deber de escuchar a lo mejor de las nuevas promociones. Al otro lado del desvanecido muro de Berlín ha estado surgiendo un pensamiento desafiante y original, para tener acceso al cual contamos con la mediación formidable de Desiderio Navarro y su Criterios.

Fuente: http://laventana.casa.cult.cu/modules.php?name=News&file=article&sid=5358