Desde que el Borbón sacó la patita en su discurso televisado sobre Cataluña y nos regaló un pensamiento preñado de derecha extrema, se ha instalado entre los sostenedores del Régimen la convicción del «Aquí vale todo». Debe de ser la versión hispana del mundo al revés. ¡Fuera máscaras! La bufonada sirve para que «Hazte oír» […]
Desde que el Borbón sacó la patita en su discurso televisado sobre Cataluña y nos regaló un pensamiento preñado de derecha extrema, se ha instalado entre los sostenedores del Régimen la convicción del «Aquí vale todo». Debe de ser la versión hispana del mundo al revés.
¡Fuera máscaras! La bufonada sirve para que «Hazte oír» se atreva a pedir cárcel a un líder asturiano de Podemos con el manido argumento de «incitación al odio» (la homofobia y demás fijaciones del grupo ultracatólico deben de ser amor ya que según el «diccionario de la Real Academia de Zoido: «Odio es todo pensamiento político que no gusta al PP»), la Audiencia Nacional condene a dos años y un día de cárcel -asegurándose con el añadido de las veinticuatro horas el ingreso en prisión- a doce raperos de la insurgencia por un difuso concepto de enaltecimiento del terrorismo; la Fiscalía pida 90 euros de multa a los ultraderechistas que agredieron a Lagarder y así poder mostrar la «tolerancia cero» ante los grupos neonazis que campan a sus anchas en tantas ciudades o que la asociación de jueces «Francisco de Vitoria» satirice con horrendos versos machistas en su revista oficial a Irene Montero/Podemos pregonando a la vez (¡ja,ja!) «independencia». De propina también para que Rajoy en sede parlamentaria se erija en paladín de una Constitución que en 1978 su partido respaldó con la boca chica (de los 16 diputados de Alianza Popular 5 votaron en contra y 3 se abstuvieron).
A los conservadores hispanos les encanta la memoria siempre que sea selectiva. Para tapar sus vergüenzas promueven la desmemoria y así acallar las tropelías del franquismo (durante el periodo «estaban tan a gustito»), despreciando a las víctimas. Pero cuando surge la ocasión, saltan como un resorte protegiendo el recuerdo del general golpista. Siendo alérgicos al referéndum -les produce sarpullido y choques anafilácticos escuchar la palabra- reivindican esa fórmula de participación política cuando en estos días el Ayuntamiento de Córdoba plantea algo «tan radical» como intentar cumplir la ley de la Memoria Histórica que obliga a borrar del callejero las vías dedicadas a prohombres de la sanguinaria dictadura. Tienen muy claro quiénes son los suyos.
De esta manera y amparados por la cobertura que proporciona el control de los medios de difusión, imponen una realidad virtual y paralela en la que cualquier parecido con lo acontecido sí que es pura coincidencia. El cuestionar privilegios sempiternos (binomio monarquía/jerarquía católica: un tándem inseparable) se convierte en un » nos persiguen». Con la porra de la Ley Mordaza silencian las denuncias de corrupción y abusos.
Y al realizar la lectura «Como somos propietarios del Estado, éste sólo debe dedicarse a defender nuestros intereses» crean ese caldo de cultivo en el que flotan energúmenos como los que atacaron a manifestantes pacíficos en Valencia o descerebrados subidos a un tanque en Zaragoza desde el que vierten amenazas a Puigdemont y Pablo Iglesias.
Lo hacen porque saben que Alfon, Andrés Bódalo, los de Alsasua, titiriteros, raperos… terminan en la cárcel pero que a ellos saltarse la ley viene con un paquete «gratis total». Además si se les va la mano y los pillan siempre habrá un oportuno tercer grado o una mano amiga deslizando el indulto bajo la puerta.
La dinámica por ellos creada (sus think tank no descansan) nos debería pillar sin el pie cambiado. El sistema capitalista nos quiere hastiados para que la ola transformadora entre en reflujo y se estanque. Pecaríamos de ingenuos si esperamos que tiren de freno ético o moral a la hora de defender sus prebendas. Basta con repasar actuaciones recientes. En Venezuela o Bolivia patrocinan caos, descontento e intentos de golpe de Estado. En Brasil y Honduras los llevan a la práctica.
Para que la noche negra del fascismo cubriese el horizonte saben que hizo falta encargar a los perros de presa de las SA el trabajo sucio. Hoy modulan los actos y si pueden los enmascaran limándoles las aristas más impresentables. Pero han comprobado la efectividad neutralizadora de la trilogía: pensamiento único, patria y bandera.
El último elemento trae de fábrica el certificado «éxito seguro». Al envolverse con la enseña, ésta actúa como el bálsamo de Fierabrás: lo cura todo mientras tapa los rotos de la corrupción y los descosidos del saqueo planificado a la riqueza pública.
Tras enarbolarla amplios segmentos de la clase trabajadora compran el relato identitario mientras abandonan la crítica social. «¿Qué importan los hospitales desmantelados, las escuelas sin recursos o el asalto a la hucha de las pensiones si el mamón de mi vecino ha colgado en su balcón la bandera que no me gusta? Y eso que coincidimos en la cola del paro y nos contamos penurias compartidas en las largas esperas del ambulatorio».
«¿Por qué me voy a fijar en que Puigdemont, Arrimadas y Albiol suscriben el mismo diseño económico ultraliberal y comparten modelo social y hasta colores del pendón, si luego a uno le gusta la que tiene cuatro barras y a los otros las tres franjas? ¡Esa diferencia es la importante para mi vida cotidiana!».
De aquí al 21D veo muy difícil (¿misión imposible?) construir un correlato alternativo. A ello, sin duda, ha contribuido nuestros error de análisis a la hora de lanzar un mensaje propio enfrentado al de los babeadores pro DUI o pro 155. No hemos logrado mover el foco a lo social.
A pesar de ello la ciudadanía catalana aún tiene en sus manos la herramienta capaz de dinamitar el infernal entramado si da fuerza suficiente a una tercera vía: la de gente hastiada que desearía colgar banderas blancas con letras negras en las que ponga: Diálogo. No a los recortes. Derechos. Pensiones. Trabajo. Vivienda. Vida digna. Que además pueden compartir espacio con las oriflamas identitarias. Son compatibles.
No nos conformemos con ser llave, aspiremos a ser palanca de cambio. Sin estancarnos en el día después porque los problemas traen una fecha de caducidad muy larga. Sabiendo que harán falta toneladas de vendas, ungüentos, mimos y respeto mutuo hasta que cicatricen los costurones abiertos.
Trabajemos coordinados y sin desmayo hasta devolver al cubil a los monstruos de la intolerancia, fanatismo o franquismo sin complejos que han aflorado en las dos orillas del Ebro para extenderse por todos los rincones del país. Que en el recuento se descubran minoritarios.
Cuando en la política se impone la chabacanería y la falta de rigor toman el liderazgo quienes carentes de escrúpulos simplifican el discurso hasta la caricatura, convierten la pugna ideológica en un todo o nada, reducen los colores al blanco o negro y apelan al conmigo/contra mí.
En el trazo grueso esconden para que pase desapercibido el injusto modelo social que nos han impuesto a calzador.
El rey Felipe VI y sus acólitos pueden sentirse cómodos en posiciones de derecha extrema pero nosotros no somos súbditos deseosos de decirles «amén» por lo que preferimos potenciar lo que tenemos en común y cortocircuitar el enredo.
Kafka nos gusta para leerlo, no para vivirlo. Y siempre será preferible la banda sonora de tolerancia y bonhomía que gente como Xavier Domenech quiere hacernos escuchar a desfilar uniformados soportando ladridos de sargentos de hierro, se apelliden Arrimadas o Puigdemont. Iceta puede seguir en la silla moviendo los pies hasta que Sánchez termine de bailar su tango con Rajoy.
Juan Rivera. Colectivo Prometeo. Coordinador Mesa Estatal FCSM.
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