Este lunes 13 de octubre a las 4 pm, en la sala Rubén Martínez Villena de la UNEAC será la presentación en Cuba del recién publicado libro Back Channel to Cuba. The Hidden History of Negotiations Between Washington and Havana (The University of North Carolina Press, 2014), de los investigadores estadounidenses William. M. Leogrande […]
Este lunes 13 de octubre a las 4 pm, en la sala Rubén Martínez Villena de la UNEAC será la presentación en Cuba del recién publicado libro Back Channel to Cuba. The Hidden History of Negotiations Between Washington and Havana (The University of North Carolina Press, 2014), de los investigadores estadounidenses William. M. Leogrande y Peter Kornbluh, y de la segunda edición ampliada del título, De la confrontación a los intentos de «normalización«. La política de los Estados Unidos hacia Cuba (Editorial de Ciencias Sociales, 2014), de los autores cubanos Elier Ramírez Cañedo y Esteban Morales Domínguez, quienes han colaborado en nuestro blog en varias ocasiones.
Ambos textos abordan, desde la visión de los autores, una arista muy poco explorada en estudios anteriores sobre el conflicto Estados Unidos-Cuba: los momentos de negociación, acercamientos o diálogos entre las autoridades de ambos países, o lo que pudiera denominarse la historia de la diplomacia secreta, que ha pervivido por más de 50 años junto a la conocida conflictividad bilateral. Lecciones imprescindibles para el presente y el futuro de las relaciones entre ambos países.
A propósito publicamos el prólogo del destacado diplomático cubano Ramon Sánchez Parodi a la segunda edición ampliada del libro de Elier y Esteban
Prólogo a una obra singular Ramón Sánchez Parodi
De la confrontación a los intentos de ‘normalización’ escrita por los doctores en Ciencias Históricas Elier Ramírez Cañedo y en Ciencias Esteban Morales Domínguez y presentado ahora por la Editorial de Ciencias Sociales de La Habana, Cuba, en una nueva edición ampliada y perfeccionada, tiene características propias que la convierten en una obra singular sustancialmente diferente a otras, especialmente de factura estadounidense, que han abordado el tema de los enfrentamientos de los Estados Unidos con la Revolución Cubana.
Elier y Esteban constituyen un binomio cubano donde se articula la visión del primero, un dinámico y acucioso joven, nacido, criado y formado en los años cuando la Revolución Cubana se enrumbaba hacia el establecimiento de una sociedad socialista y él mismo protagonista en la pléyade de jóvenes cubanos que transitaron con heroísmo por los difíciles años de la época que Fidel calificó como el «Período Especial en Tiempos de Paz», quien aporta las vivencias y las experiencias formativas acumuladas en lo que constituye el período más difícil que desde el ejercicio del poder ha enfrentado la Revolución Cubana. Elier ha estado activamente involucrado en esas batallas y bebido de manera directa en las fuentes primigenias las razones históricas más recientes de la lucha popular que constituye uno de los hitos más relevantes de la historia mundial desde el comienzo de la segunda mitad del pasado siglo.
Por su parte, Esteban, quien ya en el medio de la lucha popular contra la tiranía militar entronizada en Cuba desde comienzos del año 1952, se había formado y ejercido como maestro cuando la Revolución toma el poder el 1ro de Enero de 1959, ha ido entretejiendo su actuar ciudadano revolucionario con una sólida formación profesional y el conocimiento práctico del desarrollo del conflicto entre los Estados Unidos y Cuba en lo cual ha tenido muchas experiencias personales que constituyen un valioso aporte a este libro.
Con la singular acumulación y articulación, como diría Ortega y Gasset, de estas vivencias y experiencias conjugadas, la obra sobresale al ofrecer de manera única entre todo lo que sobre el tema se ha publicado dentro y fuera de Cuba -incluyendo en los Estados Unidos-, con inéditos documentos oficiales y testimonios personales de la parte cubana, una visión integral que permite la valoración de lo acontecido en el terreno de las relaciones entre ambos países desde el triunfo de la Revolución hasta este comienzo del segundo milenio, que todo indica está ya marcando un cambio de época para el mundo en que vivimos.
Este acervo añade otro elemento a la singularidad del libro: la objetividad al abordar la historia de este proceso reciente. Dejando a un lado el manido recurso de lo anecdótico -sin por ello excluir las experiencias personales de muchos de los protagonistas- los autores evitan la «cosificación» de la historia sobre la base del «toma y daca» o del «regateo mercantil» a que tantas veces se reduce la exposición de los hechos que conforman hitos relevantes de la humanidad como sin exageración se puede calificar el principal tema del libro. Esta es una obra que expone los elementos esenciales del proceso.
En tal sentido, y al partir del punto de vista y la experiencia cubanos, resaltan las diferencias entre las motivaciones de ambos Gobiernos, oponiendo al pragmatismo estadounidense la actitud cubana basada en los principios y fundamentos que deben caracterizar las relaciones internacionales.
Desde las primeras páginas, en el capítulo 1, se establece la causa fundamental de la confrontación: «La voluntad soberana de Cuba y las ansias hegemónicas de los Estados Unidos continúa siendo la esencia del conflicto bilateral». Y abunda en una valoración del desarrollo de la pugna que en esta última etapa se prolonga por cincuenta y cinco años, resaltando las diferencias entre las posiciones de negociación de cada una de las partes: «Cuba no iba a ceder ante las presiones de los Estados Unidos en ningún aspecto que tuviera que ver con su derecho a la libre determinación». Las palabras finales de este capítulo hacen una apretada síntesis de las razones de la confrontación: «-el objetivo de la política de los Estados Unidos hacia la Cuba revolucionaria siempre ha sido el mismo: ‘el cambio de régimen’, el derrocamiento de un sistema que en sus propias narices ha practicado y aún hoy practica una política interna y externa absolutamente soberana».
En el siguiente capítulo se valora cuáles fueron las circunstancias de las tres variables fundamentales que condicionaron en la década de los ’70 los intentos de encontrar una «normalización» de las relaciones durante los mandatos presidenciales de Nixon, Ford y Carter: el entorno internacional, la dinámica interna de los Estados Unidos y la realidad interna de Cuba, mientras que en el capítulo 3 se narra la sucesión de pasos que condujeron a los primeros contactos confidenciales directos entre representantes de ambos Gobiernos y las consideraciones acerca de las causas que impidieron su continuidad ya desde 1975.
Un elemento debe resaltarse de esta etapa, la voluntad cubana, y particularmente del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, de no rechazar la posibilidad de una negociación bilateral entre ambos Gobiernos para dar solución al conflicto, con la única condición de que se respetara la igualdad de derechos entre ambas partes y la soberanía, la independencia, la autodeterminación y la integridad territorial de Cuba.
Por eso, cuando Cuba recibió la propuesta del Gobierno de los Estados Unidos de abordar las diferencias entre ambos países, reconociendo que las diferencias políticas y sociales entre los sistemas imperantes en cada uno de los países no constituían una razón para la hostilidad perpetua entre ambos, la voluntad cubana dio el paso de aceptar la propuesta aun cuando el Gobierno de los Estados Unidos mantenía contra Cuba la genocida política de bloqueo económico, comercial y financiero, calificada por el propio Fidel como «una daga» que los Estados Unidos tenían presionada contra el cuello de Cuba.
Es uno de los tantos ejemplos que a lo largo de estas décadas de confrontación ponen en evidencia la posición de principios de Cuba a favor de lograr la existencia de una relación oficial bilateral normal entre Cuba y los Estados Unidos, tal como la mantiene con todos las naciones (excepto Israel) integrantes de la comunidad internacional, incluyendo aquellos países que son los principales aliados políticos, económicos y militares de los Estados Unidos. A pesar de ello, predomina en las obras y en la cobertura informativa de origen estadounidense y de sus aliados, la falacia de que Cuba se opone a «normalizar» las relaciones con los Estados Unidos y que de la parte cubana -sobre todo Fidel- se prefiere que Washington mantenga el bloqueo y la hostilidad contra Cuba para justificar los supuestos fracasos y falta de «libertades» impuestas por la Revolución. Otra de las enormes patrañas propaladas por los medios de difusión bajo control del Gobierno de los Estados Unidos y que la propia realidad cubana desmiente fehacientemente cada año cuando la casi absoluta mayoría de las naciones de este planeta aprueban una y otra vez en el período anual de sesiones de la Asamblea de las Naciones Unidas la resolución sobre la necesidad de poner fin al bloqueo de los Estados Unidos contra Cuba. Este es un aspecto que se expone con mucho acierto en el libro.
Como no es el objetivo de este prólogo relatar o resumir el contenido de esta obra, abordaremos ahora otros aspectos de interés alrededor de ella, dejando a los lectores que descubran en su lectura todo el interesante caudal de consideraciones formuladas por los autores, fundamentados en hechos y documentos de por sí, muy reveladores.
Las ambiciones inglesas (y luego estadounidenses) por dominar a Cuba surgen desde que las potencias europeas implantaron el sistema de dominación colonial en el mundo y con ello las guerras de rapiña por el dominio de los territorios a los que arribaban sus ambiciosos exploradores. Guantánamo, An American History, del escritor e historiador en la Universidad de Harvard, John M. Hansen, publicado en 2011, nos ofrece un interesante antecedente sobre las acciones y posiciones de los «Padres Fundadores» de la nación norteamericana con relación al interés de dominar Cuba, desde antes de que las Trece Colonias arribaran a la condición de nación independiente.
El 18 de julio de 1741, el almirante británico Edward Vernon, al frente de una poderosa escuadra de 62 buques y un contingente de tres mil soldados, varios cientos de los cuales provenían de las trece colonias ingleses en la América del Norte, así como unos mil esclavos jamaicanos, se apoderó de la bahía de Guantánamo, sin encontrar ninguna resistencia, sino más bien curiosidad, de los escasos súbditos españoles e indios radicados en la zona.
El objetivo de Vernon, quien tres meses atrás había fracasado en sus intentos de apoderarse de Cartagena de Indias, era avanzar por tierra para conquistar Santiago de Cuba y con ello toda la porción oriental de la isla de Cuba. Fue una operación similar a la que acometió la corona inglesa veinte años después para tomar La Habana. Uno de los tantos episodios en las constantes guerras entre los territorios coloniales. A pesar del fácil éxito inicial, Vernon no pudo alcanzar sus propósitos por la negativa del general Wentworth de emplear sus tropas en el ataque a Santiago de Cuba y tuvo que reembarcarse de vuelta a Jamaica, sin gloria alguna, el 16 de noviembre de ese mismo año. Un destacado tripulante del navío de Vernon, quien había tenido una actuación relevante en la campaña de Cartagena, era un joven veinteañero proveniente de Virginia, de nombre Lawrence, a quien su padre, Agustine (un agrimensor y propietario de haciendas y concesiones mineras), le había trasladado días antes de zarpar, una propiedad de 1 250 acres junto al rio Potomac, llamada Epsewasson.
Lawrence contrajo tuberculosis en su estancia en las Antillas y murió en Virginia el 26 de julio de 1752. La plantación (rebautizada Mount Vernon en honor al Almirante) pasó a ser administrada por su medio hermano, también agrimensor, nombrado George, quien finalmente la heredó en 1761 al morir la viuda de Lawrence, y que pasaría a la historia como el primer presidente de los Estados Unidos.
En esa época en Virginia predominaba la economía esclavista, principalmente dedicada al cultivo del tabaco para su exportación a Inglaterra. Sin embargo, los dueños de plantaciones tenían puestos sus ojos en expandirse hacia el territorio del Valle de Ohio (el término comprende el actual estado de West Virginia, la mayor parte del de Ohio, el occidente del de Pennsylvania y partes del de Maryland), donde existían abundantes y fértiles tierras y serviría como vía para exportar los productos navegando por los ríos Ohio y Mississippi hasta llegar al Golfo de México y de ahí por el Atlántico hasta los mercados europeos.
Para expandirse hacia esa zona, un grupo de propietarios crearon en 1748 la Ohio Valley Company. Entre los fundadores estaban Lawrence Washington y el gobernador de la colonia, Robert Dinwiddie. Cuatro años después se fundó una organización rival: Loyal Company of Virginia, que contaba entre sus propietarios a Peter Jefferson, padre de Thomas, en aquel momento un niño de nueve años de edad que con el tiempo llegaría a ser el principal redactor de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América que se dio a conocer el 4 de Julio de 1776 y el tercer presidente de ese país de 1801 a 1809.
El Valle del Ohio (parte de la Nueva Francia, territorio colonial galo de América del Norte que abarcaba desde el actual Canadá hasta el Golfo de México) era también el país que ocupaban numerosas tribus de pueblos originarios. Entre 1754 y 1756 se produjeron incursiones militares inglesas contra los franceses, la primera de las cuales dio lugar el 28 de mayo de 1754 a una emboscada dirigida por George Washington contra una partida de exploración franco-india que los historiadores estadounidenses consideran el inicio de la llamada Guerra Franco-India. Mientras estos acontecimientos enfrentaban a franceses e ingleses en la América del Norte, se arreciaban los conflictos entre las potencias europeas. Francia, Austria y Rusia se aliaron contra Prusia, la cual a su vez concertó una alianza con Inglaterra. El 16 de mayo de 1756 Inglaterra declaró formalmente la guerra a Francia marcando con ello lo que muchos historiadores califican como el inicio de lo que posteriormente se conoce como la Guerra de los Siete Años (1756-1763).
El fin de las hostilidades se logró mediante diferentes tratados entre las partes en conflicto que implicaron sobre todo un nuevo reparto de las posesiones coloniales. En lo que se refiere a las hostilidades en la región americana, hubo tres tratados fundamentales. El primero suscrito en secreto entre España y Francia en Fontainebleau en noviembre de 1762 y estipulaba la cesión por Francia a España del territorio de Louisiana que formaba parte de la Nueva Francia. El 10 de febrero de 1763 se firmó en París otro tratado mediante el cual Francia cedía a Inglaterra los territorios canadienses de la Nueva Francia así como aquellas regiones al este y norte del Mississippi reclamadas por Inglaterra, al tiempo que Inglaterra devolvía a España la región de La Habana y las Filipinas, así como la Florida.
Las experiencias militares de George Washington en esa contienda contribuyeron a su nombramiento en 1776 por el Segundo Congreso Continental como Comandante en Jefe del Ejército Continental.
Queda por resaltar otro elemento clave que muy raramente es manejado por los historiadores: el papel determinante que desempeñaron en el proceso de independencia de los Estados Unidos las contradicciones entre las potencias coloniales europeas, particularmente entre los protagonistas de la Guerra de los Siete Años. Aunque Inglaterra ganó territorialmente la guerra, desde el punto de vista financiero la Corona estaba endeudada. Una solución fue imponer tributos a las colonias para pagar por su protección y seguridad y por el costo de las acciones contra la potencia rival: Francia. Es bien conocido que esta situación provocó descontento entre los colonos y eventualmente desembocó en el movimiento de independencia de las Trece Colonias, cuyos representantes proclamaron el 4 de Julio de 1776 su decisión de separase de Inglaterra.
El curso de las acciones militares posteriores se hubiese tornado desfavorable para las armas independentistas de no haber contado desde un inicio con el apoyo de Francia, lo cual se hizo notar en la derrota de las tropas inglesas en la batalla de Saratoga, Nueva York entre el 19 de septiembre y el 7 de octubre de 1777 en la cual las fuerzas americanas recibieron piezas y municiones de artillería de Francia, dándole superioridad en armamento frente a las tropas inglesas.
Con posterioridad a esta batalla, Luis XVI firmó un tratado secreto de alianza con los nacientes Estados Unidos, representados en este acto por Benjamin Franklin, a lo que siguió la declaración de guerra a Inglaterra, (a la cual se sumaron el reino de España y las Repúblicas de los Países Bajos). A partir de ese momento Francia intervino abiertamente con todo su poderío en las operaciones militares junto con el Ejército Continental y también desarrollando acciones de este tipo en coordinación con sus otros aliados europeos en otras regiones, incluyendo las Antillas, Centroamérica, la región del Golfo de México, el Mediterráneo, África e India. Adicionalmente Francia y sus aliados entregaron suministros militares y ayuda financiera al llamado Ejército Continental. Estos fueron elementos decisivos y principales para la derrota de Inglaterra en la contienda que tuvo su epílogo militar cuando en octubre de 1781 el teniente general Lord Charles Cornwallis se rindió al ser cercado por superiores fuerzas navales y terrestres francesas comandadas, respectivamente, por el conde de Rochembau y el conde de Grasse que contaron con el apoyo de fuerzas terrestres del Ejército Continental al frente de las cuales se encontraba George Washington, poniendo virtual fin a las acciones militares en las Trece Colonias.
El 3 de septiembre de 1783 se firmó entre representantes de Inglaterra y de los Estados Unidos lo que se conoce como el Tratado de París, reconociendo la independencia de los Estados Unidos, así como sendos Tratados de Versalles entre Inglaterra y Francia, España y los Países Bajos (este último no formalizado hasta el 20 de mayo de 1874).
Lo irónico de esta circunstancia es que, aunque Francia ganó la guerra, -y al igual que sucedió con Inglaterra al concluir la Guerra de los Siete Años- la monarquía francesa quedó fuertemente endeudada y la imposición de onerosos tributos a la población fue una de las causas del movimiento popular que culminó el 14 de Julio de 1789 con la Toma de la Bastilla. Es decir, en Francia las ideas republicanas derrocaron a la monarquía cuyo apoyo fue fundamental para el triunfo de las ideas republicanas en las Trece Colonias inglesas de Norteamérica.
El contexto en que se produce la independencia de los Estados Unidos situaba en un primer plano la lucha por la adquisición de nuevos territorios como parte de reforzar el poder y el status de cada entidad nacional. Los dirigentes de la nueva nación americana asumieron la conquista de nuevos territorios como el principal componente de su proyección futura, junto con la defensa del carácter esclavista de la sociedad, particularmente en Virginia, donde la mano de obra esclava constituyó el elemento fundamental para la producción de tabaco.
Los Estados Unidos de América surgieron respondiendo a los intereses, la filosofía y las costumbres y cultura de esa sociedad colonial, y muy particularmente la voluntad de expandir el país para cubrir todo el territorio hasta el Océano Pacífico, el Golfo de México y empujar hacia el norte las fronteras terrestres con los territorios ingleses de Canadá.
Los cinco primeros presidentes de los Estados Unidos entre 1789 a 1825 fueron todos destacados líderes del proceso de independencia y catalogan entre los llamados «Padres Fundadores» de la nación. Cuatro de ellos nacieron y vivieron en Virginia y eran propietarios de extensas plantaciones y numerosos esclavos (ejercieron la presidencia en los años que se señalan entre paréntesis): George Washington (1789-1797), Thomas Jefferson (1801-1809), James Madison (1809-1817) y James Monroe (1817-1825). Mantuvieron siempre una estrecha amistad, se visitaban e intercambiaban correspondencia, influyeron sustancialmente en la forma en la cual se fue articulando la nación durante el casi medio siglo (1776-1825) y su huella ha quedado impresa en todos los principales documentos constitutivos del país y de las instituciones que conforman la nación, particularmente la Declaración de Independencia y la Constitución.
George Washington, presidió las sesiones del Segundo Congreso Continental, fue el Comandante en Jefe del Ejército Continental y en las dos ocasiones fue elegido presidente por el voto unánime del Colegio Electoral. Thomas Jefferson, fue encargado de redactar el proyecto de la Declaración de Independencia, pero a pesar del conocido precepto proclamado en ella de que «todos los hombres son creados iguales y han sido dotados por el Creador con ciertos Derechos inalienables, que entre ellos están la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad», era un convencido defensor de la esclavitud como pilar de la economía sureña, a pesar de rechazarla desde el punto de vista ético. Se expresaba con un marcado pensamiento racista de que los negros y los «indios» constituían seres inferiores a los blancos. James Madison es considerado como el padre de la Constitución de los Estados Unidos y de las enmiendas constitucionales de la primera a la décima conocidas como la Carta de los Derechos. James Monroe fue quien enunció la doctrina que lleva su nombre y que en esencia veta cualquier acción de las potencias europeas para restaurar su presencia en el continente, con el evidente propósito de garantizar el predomino y la hegemonía de los Estados Unidos en América.
John Adams, presidente de 1797 a 1801, nacido en Massachusetts en el seno de una familia de religión puritana, fue el único de los cinco opuesto verticalmente a la esclavitud y nunca compró ni tuvo un esclavo.
Su hijo, John Quincy Adams, fue el sexto en ocupar la presidencia de la nación y el primero no catalogado entre los «padres fundadores»: Ocupó la presidencia de 1825 a 1829 y fue el autor intelectual de la seudo-tesis de la «fruta (manzana) madura».
Las ansias expansionistas de los colonos de la América inglesa heredadas del pensamiento imperial de la Corona británica colocaron a Cuba en el punto de mira del apetito estadounidense. Este interés fue claramente reflejado por Jefferson, desde su retiro en la hacienda Monticello en carta que dirigió a su amigo el entonces presidente James Monroe el 24 de octubre de 1823 (menos de dos meses antes de que se proclamase la «doctrina Monroe»): «Yo confieso cándidamente que siempre he mirado hacia Cuba como la más interesante adición que pueda hacerse a nuestro sistema de Estados. El control que, con Florida, esta isla nos daría sobre el GOLFO DE MÉXICO, y los países e istmos que lo bordean, así como todas las aguas que fluyen hacia él, colmarían la medida de nuestro bienestar político».
Cuando en 1825 concluyó la etapa donde los «padres fundadores» ejercieron el poder presidencial había prácticamente concluido la primera gesta de la independencia de la América española y en los Estados Unidos se había elaborado una tríade conceptual que fundamentaba la proyección expansionista y de dominación de sus líderes, integrada por la creencia en el Destino Manifiesto (un viejo concepto que estaba en la mente de los «padres fundadores» pero que alcanzó notoriedad años después con la conquista de las tierras situadas hacia el oeste) otorgado por voluntad divina a los Estados Unidos para extender el carácter excepcional de su sistema por el mundo, especialmente por las tierras de América, unido a la Doctrina Monroe, reservando el continente americano para la dominación de los Estados Unidos y, en el caso particular de Cuba, la seudo-teoría de la «fruta madura».
Estos elementos conformaron la base para una política de Estado con relación a Cuba: la de «la espera vigilante» para impedir que cualquier otra nación o potencia que no fueran los Estados Unidos reemplazara la dominación de España o que Cuba accediera a la independencia. En los años en que España ejerció su dominio colonial sobre Cuba, la principal opción de los Estados Unidos fue comprar a España el territorio cubano, lo que propusieron reiteradamente, siendo la última oferta presentada unos días antes de que los Estados Unidos declararan la guerra a España e interviniesen en la contienda en Cuba para frustrar su independencia.
La «esplendida guerrita» como la calificara John M. Hay, el entonces embajador de los Estados Unidos en Londres en carta del 27 de julio de 1898 dirigida a Theodore Rossevelt, marcó el inicio de una nueva etapa de funestas relaciones entre los Estados Unidos y Cuba. El gobierno de Washington se valió de esas circunstancias para ocupar militarmente la Isla caribeña a partir del 1ro de enero de 1899; impuso la Enmienda Platt a la Constitución de Cuba de 1901, y forzó la firma de un Tratado Permanente de Reciprocidad el 22 de mayo de 1904 que contenía las propias estipulaciones de dicha enmienda; estableció una base naval en la bahía de Guantánamo que aún retiene bajo el amparo de un espurio tratado violatorio de las normas del Derecho Internacional. De hecho, por sesenta años, hasta el 1ro de Enero de 1959, los Estados Unidos ejercieron sobre Cuba el control de la vida política, económica y social sin miramiento alguno para los intereses de Cuba, de los cubanos y del derecho de estos a la independencia, la soberanía, la autodeterminación y la integridad de su territorio.
La realidad es que desde que los Estados Unidos surgieron como nación independiente con la firma el miércoles 3 de septiembre de 1783 en París del tratado entre Inglaterra y los Estados Unidos que, como ya se ha señalado, puso fin a las hostilidades entre ambos y reconocía la independencia del segundo, y mientras duró la dominación colonial de España sobre Cuba, los Estados Unidos se opusieron a la existencia de una Cuba independiente e intervinieron en la Guerra de Independencia de 1898 para frustrar la posibilidad de que los cubanos alcanzaran su independencia y en su lugar establecieron un mecanismo de dominación sobre los destinos cubanos que se mantuvo vigente hasta el 1ro de Enero de 1959. La historia demuestra fehacientemente que en esos casi 175 años, nunca hubo una relación entre ambos países basadas en la colaboración, la cooperación y el beneficio y el respeto mutuos, como tampoco esos aspectos son los que han caracterizado los casi 55 años transcurridos desde el triunfo de la Revolución Cubana, a pesar de que por dos siglos y tres décadas más, nunca ha habido de la parte cubana acción hostil alguna contra el pueblo de los Estados Unidos, ni política alguna que se asemeje a los conceptos del Destino Manifiesto, de la doctrina Monroe o de la falsa «teoría de la manzana madura», ni pretensiones de expansión territorial o de influencia hegemónica geopolítica cubana sobre los Estados Unidos. La verdad histórica es que nunca el Gobierno de los Estados Unidos ha tenido una posición de respeto y reconocimiento hacia Cuba y los cubanos.
Es una política de Estado que refleja el consenso de las elites que controlan el poder en la nación norteña, que no presenta límites en el tiempo, que se asienta en un cuerpo de leyes, decretos, resoluciones y estipulaciones de obligatorio cumplimiento por todos los que son objetos de la jurisdicción de los Estados Unidos, que no depende de decisiones unipersonales ni de determinada institución federal. Esa política cuenta con objetivos definidos y con los mecanismos y herramientas necesarios para su instrumentación.
A pesar de estas circunstancias, los hechos demuestran también que no se puede poner un chaleco de fuerza contra natura a las relaciones entre los países y pueblos, cuyas relaciones se conducen dentro de los marcos universalmente reconocidos del derecho internacional que promueven las relaciones de igualdad, respeto mutuo y solidaridad.
Por decirlo en las palabras de Thomas Jefferson, en carta escrita el 12 de julio de 1816: «Yo no abogo por cambios frecuentes en las leyes y las constituciones. Pero las leyes y las instituciones deben ir mano a mano con el progreso de la mente humana. Según se torna más desarrollada, más ilustrada, en lo que se hacen nuevos descubrimientos y los modales y las opiniones cambian, con el cambio de circunstancias, las instituciones deben avanzar para mantenerse al ritmo de los tiempos. Tanto pudiéramos requerir a un hombre que vista el chaleco que le servía cuando muchacho como a la sociedad civilizada continuar para siempre bajo el régimen sus bárbaros antecesores».
Esta es la enseñanza que nos trasladan en esta edición de su excelente libro Elier Ramírez y Esteban Morales: No hay alternativa a la búsqueda de una relación entre las naciones que no sean mediante el apego a las normas del derecho internacional y marcadas por el espíritu de la colaboración y de la solidaridad entre las naciones, Benito Juárez lo dijo en su manifiesto del 15 de julio de 1867 a la nación mexicana luego de la derrota de Maximiliano I de Habsburgo: «Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz». Y Fidel Castro en su intervención ante la Asamblea General de las Naciones Unidas el 26 de septiembre de 1960 (recordado por Che Guevara en el mismo escenario el 12 de diciembre de 1964) apuntó la fórmula para alcanzarlo en nuestro mundo hoy amenazado por la extinción: «¡Desaparezca la filosofía del despojo, y habrá desaparecido la filosofía de la guerra!».
El Gobierno de los Estados Unidos mantiene con plena vigencia su política de Estado contra la Revolución Cubana. Sigue intentando desconocer la legitimidad de las instituciones cubanas y se empeña en promover la acción de fuerzas internas para subvertir las bases y las instituciones de la sociedad socialista cubana, pero al mismo tiempo cultiva fracaso tras fracaso en sus descabellados intentos y ve cómo cada día crece el rechazo de la comunidad internacional y Washington se va quedando solito. Dentro de los propios grupos de poder surgen cada vez más reclamos por un cambio de la política hacia Cuba. No es posible predecir cuánto tomará desenredar la tupida urdimbre elaborada por los Estados Unidos para procurar restaurar la dominación que tuvo sobre Cuba y fue barrida por la Revolución. De la confrontación a los intentos de ‘normalización’ es una obra que no puede ser pasada por alto por los interesados en adentrarse en el conocimiento de los complicados aspectos de un proceso al cual aún le falta mucho camino por recorrer.