Sadí de Buen Lozano, un médico parasitólogo y uno de los principales protagonistas de la lucha antipalúdica en España, ha vuelto a Zuera.
Estaba en Córdoba, en el cementerio de San Rafael, bovedilla de adultos, n. 54, fila 1., departamento 2. Pero, 88 años después de su fusilamiento, ya está en Zuera, el pueblo de su padre. Sadí de Buen Lozano, médico parasitólogo, uno de los principales protagonistas de la lucha antipalúdica en España en los años 20 del siglo pasado, ha regresado por fin a casa. Dos de sus nietas, Teresa y Beatriz Biaggi de Buen, acompañadas de sus hijos y de sus propios nietos —uno de ellos, de nombre Sadí, de cinco años, y otro, Giacomo Sadí, de 20— asistieron emocionadas a la inhumación de los restos.
Había nacido en Barcelona, en 1893, así que tenía 43 años cuando fue fusilado en septiembre de 1936. Detenido por los falangistas el 23 de julio, fue encarcelado durante poco más de un mes. Allí escribió algunos textos que pudieron ser recuperados: “Miro el reloj y son las tres de la mañana; me duele el brazo, me duelen las costillas, me duele el reloj”. Sin perder el humor, supo enfrentar la muerte con una entereza que llamó la atención de los presentes la noche de su fusilamiento. Iba consolando al resto de condenados, rechazó el auxilio del cura, y, según el testimonio de un testigo, Carlos Zurita González-Vidarte, entonces joven médico en el Hospital Provincial de Córdoba y ayudante del forense, “durante el transporte se había destacado ya por las palabras de aliento y consuelo, que dirigía a los que les había tocado la misma suerte y le acompañaron en el camión. Rechazó al cura sin encrespamiento y con la máxima educación, le agradeció el gesto pero lo desvió ‘hacia estos hombres que quizá lo necesiten, padre, puesto que yo, ni he tenido nunca esas creencias o, si las hubiera tenido, hubieran acabado ahora’”.
“Aquello acabó de impresionar aún más a los del pelotón”, continúa el joven médico, “y, efectivamente, cuando salió la orden de ¡fuego!, al derrumbarse aquella masa, algunos todavía atados entre sí, y en ese silencio trágico que sucede a todos los actos sublimes (allí se sublimaba mucho, también), nos quedamos aterrorizados al ver cómo de entre aquella masa se levantaba un hombre con otro atado al codo y dirigiéndose al pelotón, les dice serenamente: ‘Apuntarme con menos nervios y más directamente, porque a mí no me habéis dado ni uno’. Y así fue. He pensado muchas veces después sobre ello. Para mí, los hombres del pelotón estaban tan impresionados ante la heroica figura de este hombre que, instintivamente, todos apuntaron a los demás y por igual razón, ninguno apuntó a Sadí de Buen”.
Según el relato manuscrito escrito por María Luisa de Buen, hija de Víctor, hermano pequeño de Sadí, este había llegado a Córdoba el 13 de julio de 1936, de acuerdo a lo publicado en el diario Guion. Trabajaba en el Ministerio de Sanidad como Inspector General de Servicios y la noticia añade que en esos días estaba visitando, junto al doctor Binzo, la inspección provincial de Sanidad, las instalaciones de la zona. Pensaba dirigirse después a Sevilla, pero, tras el golpe de Estado del 18 de julio, fue detenido, según el relato del mismo medio: “Esta tarde se ha realizado en nuestra capital una detención importantísima. La han llevado a cabo dos agentes de vigilancia y el comandante Zurdo. El detenido es el director general de Sanidad don Sadí de Buen. (…) Se cree que el señor De Buen actuaba de agente de enlace entre las milicias marxistas”. Quien le detuvo era Luis Zurdo, comandante de la Guardia Civil tristemente famoso por ser el responsable de los fusilamientos en Córdoba en los primeros meses de la guerra.
Sadí de Buen, ese hombre sereno de 43 años, era el tercer hijo de Odón de Buen, el introductor de la oceanografía en España. Licenciado en medicina, se formó en parasitología con el doctor Gustavo Pittaluga, un médico italiano afincado en España, catedrático de la Universidad Central y precursor de la epidemiología en nuestro país. Alumno brillante, tras doctorarse Sadí de Buen comenzó investigando sobre la lepra, para lo que viajó a la India con una ayuda de la Fundación Rockefeller; a su regreso, ofreció una conferencia sobre el tema, con el añadido de una película, según anunciaba la prensa de la época.
Como parasitólogo, describió la enfermedad de la fiebre recurrente española, además de encontrar el agente causante, la bacteria Treponema hispánica, y el vector que la transportaba, una garrapata llamada Ornithodoros erraticus. También investigó sobre la leishmaniasis, una infección producida por protozoos que son transmitidos por un tipo de mosquitos; de hecho, De Buen describió tres nuevas especies de este tiempo de dípteros.
Pero su gran obra fue el trabajo con Pittaluga para la erradicación de la malaria. Junto al médico italiano, y junto a su hermano Eliseo de Buen, también médico, y otros jóvenes investigadores, encontraron la zona cero de la malaria en España en Cáceres, desde donde organizaron lo que se ha considerado “la primera lucha epidemiológica organizada en nuestro país, desde su inicio a principios del siglo XX, hasta 1964, fecha de la certificación de la erradicación del paludismo en España”, según Balbina Fernandez Astasio, profesora de la Universidad Rey Juan Carlos que ha investigado la historia del paludismo.
Sadí de Buen, que colaboró también con Pittaluga en su cátedra, trabajó después en el Instituto de Higiene Alfonso XIII, que dirigía Ramón y Cajal, y fue miembro de la Comisión Antipalúdica Central. En 1920 se inició la creación de los dispensarios antipalúdicos, de los que crearon 32, y cuatro años después, en 1924, fundó el Instituto Antipalúdico de Navalmoral de la Mata, el gran centro de investigación desde donde consiguieron reducir el impacto de la enfermedad, que en aquellos años ocasionaba pérdidas humanas y económicas enormes. Según los datos de la Inspección para el Saneamiento del Campo, creada en 1910 por el Ministerio de Fomento, debido a esta enfermedad la superficie de cultivo que quedaba infrautilizada al tratarse de terrenos pantanosos ascendía a 400.000 hectáreas, y la morbilidad palúdica se situaba entre 500.000 y 800.000 personas en una población de poco menos de 20 millones. Según escribiría el propio Sadí de Buen en un librito de divulgación de 1922 y publicado por Calpe, El paludismo en el campo, en España “cada año han enfermado 192.700 personas, y en nueve años 1.734.200; es decir, más de un millón y medio de enfermos en nueve años. ¡Qué de pérdidas supone esto para la economía nacional! Y téngase en cuenta que se trata de UNA ENFERMEDAD EVITABLE”.
El proyecto antipalúdico disponía de las ayudas concedidas por la Fundación Rockefeller porque su agente en Europa, Charles Bailey, conocía bien el programa; además, en 1926 visitó el centro de Navalmoral de la Mata de la Comisión Antipalúdica y aseguró que “es la única institución [de España] con la que valía la pena colaborar”. De hecho, la Fundación Rockefeller le concedió una beca a Sadí de Buen en 1926 para ampliar estudios en la Escuela de Salud Pública Johns Hopkins, en Baltimore, EE.UU., según relata Esteban Rodríguez Ocaña en su libro La acción médico-social contra el paludismo en la España metropolitana y colonial del siglo XX. En los cursos que daban en Navalmoral, con estudiantes de todo el mundo, participó también el médico Pedro Laín Entralgo, que asegura en su libro de memorias Descargo de conciencia que allí pudo comprobar la razón “el gran prestigio mundial que Pittaluga y él [Sadí de Buen] habían conseguido para la parasitología española”.
Como parte de la lucha antipalúdica, además de las medidas que aconsejaban tomar a los habitantes de la zona, los dos hermanos De Buen, como otras personas, consideraban que lo más eficaz podría ser encontrar un pez que se comiera las larvas de los mosquitos que transmiten la enfermedad. De hecho, en 1922 ambos publicaron un artículo llamado “Adaptación en España de la Gambusia affinis”, el sistema que, años después, lograría acelerar el proceso para erradicar la enfermedad. Hasta entonces, entre otras medidas, se recomendaba verter petróleo en las charcas para evitar la proliferación de los mosquitos. Sadí de Buen era miembro de la Comisión de Paludismo de la Sociedad de Naciones, el antecedente de la ONU.
Finalmente, tras muchos intentos, llegaron a España algunos ejemplares de Gambusia affinis, gracias a que el Bureau of Fisheries de EE.UU. envió “un lote de doscientos ejemplares en sendos envases de hoja de lata muy bien dispuestos y acompañados de la conveniente alimentación para la travesía”, según relata Odón de Buen en sus memorias. El problema era conseguir la aclimatación de estos peces, algo que se había intentado en varios países sin éxito.
Un pez contra el paludismo
Sin embargo, Sadí de Buen tenía dos hermanos biólogos y expertos en peces y, de hecho, ya en 1918, su hermano Fernando había publicado, en la Revista de Estudios Científicos del Cantábrico y de Ictiología Marina y Fluvial, insertada en el Boletín de la Sociedad de Oceanografía de Guipúzcoa, un trabajo titulado “La piscicultura como medio de destrucción del paludismo”. Se dieron, pues, las circunstancias, la reunión de conocimientos epidemiológicos e ictiológicos, además de contar con los acuarios del Instituto Español de Oceanografía (IEO), fundado en 1914 por Odón de Buen y en el que, además de Fernando, trabaja otro miembro de la familia, Rafael de Buen, también biólogo marino.
Entre todos ellos lograron aclimatar la especie y soltar ejemplares en las charcas de Talayuela, en Cáceres, una zona en la que el paludismo era muy habitual. Una vez que las gambusias se reprodujeron, se enviaron ejemplares a casi todos los países ribereños del Mediterráneo y hasta la Unión Soviética y Siria. Tal y como escribe en sus memorias Odón de Buen, reivindicando las investigaciones del IEO, “¿cuántas víctimas no habrían arrancado al paludismo que depaupera y empobrece extensas regiones? Solo este servicio compensa con creces los esfuerzos y los gastos de nuestro Instituto”.
Sin embargo, las gambusias son hoy un problema ambiental puesto que, como especie exógena y muy voraz, han competido deslealmente con especies locales. Ya en 1926, muy poco después de haberlas soltado, Fernando de Buen escribió un trabajo sobre su impacto en el que, tras llamar la atención sobre los notables riesgos de la introducción de especies alóctonas, afirmaba que “si no compensara con creces la destrucción intensa de algunos peces indígenas con los efectivos beneficiosos que aporta la Gambusia en la lucha contra el paludismo, verdadero azote de algunas comarcas nuestras, pudiera pensarse seriamente en compensar su supremacía aportando un nuevo factor en las variaciones del número de individuos, la pesca intensiva”.
No se llevó a cabo esa pesca intensiva y hoy, tal y como señala Rafael Calero Berna en El caso de Extremadura y la introducción de Gambusia holbrooki (Girard, 1859) como agente de control biológico, “en la actualidad, G. holbrooki se encuentra incluida en la lista de las cien especies invasoras más dañinas del mundo, elaborada por el Grupo Especialista de Especies Invasoras de la IUCN. Además, ha sido incluida por el Grupo Especialista en Invasiones Biológicas entre las veinte especies exóticas de mayor impacto en España”.
En todo caso, la lucha antipalúdica, que en 1936 estaba a punto de conseguir erradicar la enfermedad en España, se vio enormemente retrasada por la Guerra Civil y por la destrucción sistemática de la obra de los De Buen. Sadí fue fusilado en 1936 y su hermano Eliseo, entonces director del Instituto Antipalúdico de Navalmoral de la Mata, fue detenido y apartado de toda investigación. Le obligaron a trabajar como médico rural en pequeños pueblos de Cáceres y Sevilla, sin poder salir de ellos, hasta que, en 1951 se le concedió el pasaporte y la posibilidad de viajar a México, donde estaba su familia y donde murió en 1986. El retroceso en la lucha antipalúdico fue enorme. Como escribe Balbina Fernández Astasio, “en 1935 estaban en funcionamiento 47 Dispensarios Antipalúdicos atendidos por 44 Médicos especializados y el Entomólogo Juan Gil Collado”. Y, sin embargo, “en 1942 se registraron 276.905 enfermos y 1.801 muertos de malaria. Al año siguiente se contabilizaron 426.000 palúdicos, casi diez veces más que el primer año de guerra”.
Ahora, gracias al tesón de su familia y de la Fundación Odón de Buen, Sadí ha regresado a su pueblo desde Córdoba, “dónde no tenía nada que hacer”, según una de las nietas, Beatriz Biaggi de Buen, que vive en Milán: “Hemos hecho algo que le habíamos prometido a mi madre”. Su madre, Ana María de Buen, uno de los cuatro hijos de Sadí, había nacido en España en 1928 y hubo de exiliarse en 1939 a México, como la mayor parte de la familia De Buen. “No hablaba de esto —dijo en el acto de exhumación la nieta de Sadí, Teresa Biaggi de Buen— pero con su ejemplo nos enseñó qué comportamiento de entrega y bondad tenía nuestro abuelo. Nos enseñó con su silencio.”
La Fundación Odón de Buen ya había traído en 2003 los restos de Odón de Buen, que murió también en el exilio mexicano en 1945, para ser enterrados en el mausoleo que en su honor se habilitó en el cementerio de Zuera, su pueblo natal. También reposan allí los restos de Rafaela Lozano, esposa de Odón y madre de Sadí, que murió en 1941 en Banyuls sur Mer, en la primera etapa del exilio familiar.
El pueblo de Zuera lleva ya muchos años reivindicando la memoria de su hijo más ilustre gracias al empuje de Javier Puyuelo, que fue alcalde de la localidad, y de Mariano del Cos. Diferentes corporaciones han seguido empujando en la misma dirección, incluido el actual alcalde, José Manuel Salazar, y el bautizo del excelente y novísimo buque oceanográfico Odón de Buen, que tuvo lugar el 21 de noviembre en Cádiz, muestra cómo el trabajo por sacar a la luz la figura del fundador de la oceanografía en España ha dado buenos frutos. Se trata de un buen ejemplo de cómo hacer realidad la memoria histórica, de traer al presente a personas que, con mayor o menor éxito profesional, estaban profundamente olvidadas.
En Zuera, sin embargo, los alumnos del colegio público Odón de Buen saben bien quién fue su amigo Odón, a quien cada 18 de noviembre, aniversario de su nacimiento, dedican diversos actos. Sin embargo, tal como dijeron esos mismos niños y niñas en el emocionante acto de inhumación de Sadí el 15 de noviembre, “ha costado mucho encontrar información sobre él”. Con el trabajo de mucha gente, sin embargo, poco a poco se recupera la memoria de quienes han sido injusta y tenazmente olvidados durante demasiado tiempo.