Esta semana se han cumplido 30 años de las primeras elecciones municipales convocadas en el Estado español tras la muerte de Franco. También de las primeras elecciones al Parlamento foral navarro. Se daba así uno de los primeros pasos de la Transición española y se cumplía uno de los puntos de partida de la hoja […]
Esta semana se han cumplido 30 años de las primeras elecciones municipales convocadas en el Estado español tras la muerte de Franco.
También de las primeras elecciones al Parlamento foral navarro. Se daba así uno de los primeros pasos de la Transición española y se cumplía uno de los puntos de partida de la hoja de ruta de los denominados «Pactos de La Moncloa», en los que la mayoría de los partidos políticos negociaron los topes y las garantías para la nueva fase política que recién comenzaba. Acuerdos que con el tiempo han ido adquiriendo la auténtica relevancia histórica que tuvieron, tanto por el modo en el que se han ido evidenciando o incluso incrementando los topes establecidos como por la manera en la que se han quebrado las más mínimas garantías que quienes los suscribieron creían haber logrado.
Entre quienes consideraban que aquellos pactos suponían un punto de partida a partir del que desarrollar sus proyectos políticos, siempre dependiendo de la evolución de la sociedad y de la balanza de poder que se fuese estableciendo en los diferentes marcos, se encontraba el Partido Nacionalista Vasco. Al menos así los defendía. Si atendemos a las proclamas que en aquellos momentos lanzaban sus líderes, los jelkides creían que por medio de la reforma y de las potencialidades que teóricamente abría ésta, más pronto que tarde Nafarroa podría reunirse como parte íntegra y de pleno derecho en una nueva autonomía junto al resto de provincias vascas del Estado y los presos pronto saldrían de la cárcel una vez que se demostrase que la causa y las razones por las que luchaban no eran tales, al poderse lograr los mismos objetivos de manera pacífica.
Evidentemente, esta descripción de aquellos hechos pretende ser lo más aséptica posible y no entra a valorar si ya en aquel momento los líderes jelkides eran conscientes de que no era así. Como toda negociación, aquellos pactos supusieron cesiones para todas las partes. Lo que el tiempo ha demostrado es que en algunos casos -comunistas, socialistas y nacionalistas- las renuncias fueron estratégicas, mientras que en el caso de otros -los franquistas- las renuncias fueron tácticas. La perspectiva histórica evidencia que lo único que se blindó fueron los privilegios del unionismo como único proyecto político viable. El federalismo rindió todos los fuertes desde el primer minuto. Y quienes pensaban que al menos el autonomismo estaba a salvo se equivocaron.
De aquellos polvos, estos lodos
Pero no se puede echar la culpa de todo ello a quienes ya en aquel momento sostenían, con un lenguaje renovado eso sí, la idea de «España Una, Grande y Libre». Ahora no cabe que quienes los homologaron a cambio de nada -¡ni siquiera arrepentimiento!- muestren estupor al ver cómo ejercen los privilegios que ellos les concedieron.
Hace ahora un par de años Josu Jon Imaz reivindicó los «Pactos de La Moncloa» como uno de los grandes aciertos del PNV. Pocos imaginaban entonces que el propio Imaz, el que fuera mirlo blanco de la generación que subscribió aquellos pactos, pronto debería abandonar la dirección acusado de generar división y crispación en el partido. Pero nadie, al menos en las filas jelkides, pensó que apenas tres años más tarde el Partido Popular, con menos de 150.000 votos, obtendría la presidencia de la Cámara de Gasteiz; y lo que era más increíble entonces y que aún ahora algunos se niegan a admitir, que esos votos serían suficientes para dar la Lehendakaritza a Patxi López y quitársela al PNV.
Pero lo realmente preocupante es la postura actual de ese PNV. Su propuesta al PSOE para gobernar muestra que lo que hace 30 años se presentó como una decisión táctica ha degenerado en doctrina. Se puede discutir en términos historiográficos sobre si esto es nuevo o no. En términos políticos, básicamente da igual.
Del famoso «Estatutuarekin Nafarroa Euskadi izango da» se ha pasado a no saber realmente si los líderes del PNV consideran Nafarroa parte de Euskal Herria. No en la historia ni en teoría, sino en su proyecto político y de nación. Lo que está fuera de duda, porque ellos así lo han declarado, es que su prioridad es la entidad creada como consecuencia de los acuerdos, Euskadi, y el resto es accesorio o condicionado a sus intereses. De los presos mejor ni hablar. Bastante habla Iñigo Urkullu al decir que no comparte con ellos ni medios ni objetivos; eso es, por definición, decir que comparte con ellos y ellas menos que lo que comparte con Arantza Quiroga. En ese sentido sólo cabe añadir que es de suponer que ninguno de quienes firmó aquellos pactos pensaba ni en la peor de sus pesadillas que 30 años más tarde habría más presos políticos que entonces.
Entretanto, la gente ya ha comenzado a preguntarse «¿qué hará Ibarretxe al respecto?». La verdadera cuestión, sin embargo, sigue siendo qué hará el PNV respecto a Ibarretxe.
Por otro lado, quienes primero lucharon contra el franquismo y ya hace tres décadas denunciaron la reconversión del mismo en Estado de pleno Derecho pero no en democracia, siguen mostrando día a día que su diagnóstico era cierto. Y que siguen manteniendo la misma hoja de ruta que hace ahora tres décadas.