»Es propio de hombres de cabezas medianas embestir contra todo lo no les cabe en la cabeza». Antonio Machado
Del adormecimiento de la mente y la falta de conciencia acerca de cómo pensamos y por qué pensamos lo que pensamos, surge la tendencia a buscar siempre la uniformidad del pensar en los grupos, en las familias y en las instituciones. Esta estandarización del pensar exige y pretende también la uniformidad del sentir; y ello conduce de manera directa a las diversas formas de intolerancia y manipulación y a la imposición de la propia mirada. Nuevamente Antonio Machado subrayaba con precisión la otredad al margen de nuestro ego, revestido de más o menos prejuicios: «El ojo que tú ves, no es ojo porque tú lo veas, es ojo porque él te ve». Cautivos de la masa acrítica, vivimos en un mundo dominado por la intransigencia de la cual se desprende la necesidad de catalogar constantemente al otro. Etiquetar al otro y reducirlo bajo esquematismos es la tendencia imperante al tratar la identidad sexual de los demás -probablemente como propia- bajo una moral convencional y unívoca. Tal y como dice Judith Butler la «unidad del género» es la consecuencia de una práctica reguladora que intenta uniformizar la identidad mediante una heterosexualidad obligatoria. El poder de esta práctica reside en limitar, por medio de un mecanismo de producción excluyente, los significados relativos de «heterosexualidad», «homosexualidad» y «bisexualidad», así como los sitios subversivos de su unión y resignificación.
Conocemos la historia de la homosexualidad desde los clásicos griegos y los antiguos egipcios. En los comienzos de la república romana las relaciones homosexuales entre hombres libres estaban penadas incluso con la muerte por la ley Scantinia contra aquellos casos en los que un ciudadano ejercía un papel pasivo en la práctica del sexo anal. Por su parte, autores como Tácito y Suetonio pensaban en la homosexualidad como un símbolo de degeneración moral. En este sentido, para evitar cualquier tipo de anacronismo, cabe matizar como a pesar de que la homosexualidad, tal y como se ha dicho tantas veces, es tan antigua como el mismo hombre, el término es problemático e impreciso a la hora de fijarnos en la historia antigua, ya que en aquella época ni siquiera había una palabra traducible ni en latín ni en griego antiguo, que mantuviera el mismo significado que el moderno concepto de homosexualidad. Dando un salto en la historia, con Justiniano se persiguió la sodomía la cual era penada con la castración. Por su parte, en la Corona de Aragón la Inquisición española fue la encargaba de juzgar a esta gente y en general las leyes contra la sodomía se mantuvieron en los países europeos y, en general, en las naciones occidentales hasta los siglos XIX y XX. En este último siglo mencionado, tanto países democráticos como autoritarios persiguieron la homosexualidad de manera más o menos virulenta. Entre ellos el régimen nazismo de Adolf Hitler, el período dictatorial argentino conocido como «Proceso de Reorganización Nacional» o los gobiernos de Panamá y Nicaragua los cuales mantuvieron ilegalizada la homosexualidad hasta el 2007. En la España franquista, como es consabido, el nacionalcatolicismo se impuso controlando la moral pública y privada con una ética sexual represiva hacia cualquier desviación sobre el canon establecido de lo masculino o lo femenino. En este contexto la homosexualidad fue perseguida por la llamada Ley de Vagos y Maleantes, en la cual apareció la homosexualidad desde 1954. Más tarde en 1970, la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social dio el enfoque de «tratar» y «curar» la homosexualidad. Se establecieron dos penales, uno en Badajoz (a donde se enviaban los pasivos) y otro en Huelva (dónde se enviaban los activos), además, en algunas cárceles solían haber zonas reservadas para los detenidos homosexuales. Podemos decir sucintamente que la homofobia, (homo palabra derivada del griego ὁμο- «igual» y fobos, Φόϐος, «pánico», es un miedo a lo que uno desconoce o quizá conoce mejor de lo que cree, miedo a la otredad. De lo que tengo miedo es de tu miedo, decía William Shakespeare y francamente, no hay cosa que más miedo de que la irracionalidad del temor, porque quien tiene miedo sin peligro -decía el filósofo francés Alain (Émile-Auguste Chartier)- inventa el peligro para justificar su miedo. De ese miedo al otro es del que nacen todos los prejuicios y por el cual se generan efectos psicológicos y sociales. Algo que se evidencia en España, donde una parte importante de la población sigue manteniendo estereotipos y tabúes contra los homosexuales y transexuales. Prejuicios que nacen en la ya citada catalogación, en cuyo rechazo, autores como Simone de Beauvoir apuntaran que en parte, la homosexualidad está tan limitada como la heterosexualidad, abogando por el ideal el ser capaz de amar a una mujer o a un hombre, a cualquier ser humano, sin sentir miedo, inhibición u obligación. En este sentido la heteronormatividad como régimen social, político y económico que impone el patriarcado y las prácticas sexuales heterosexuales mediante diversos mecanismos médicos, artísticos, educativos, religiosos o jurídicos conduce a la discriminación de toda orientación sexual disidente.
La tragedia de Orlando no puede descontextualizarse, EEUU es junto a México y Brasil, uno de los países donde se cometen más crímenes por motivos de homofobia. Esta realidad evidencia de un mayor compromiso moral y activo por construir una cultura y formar un frente social que no deje resquicios al fanatismo y a la violencia. A día de hoy desgraciadamente muchas personas siguen viviendo situaciones violentas y complejas en razón de su orientación sexual o de su identidad de género. Ciertamente han existido importantes avances en el reconocimiento del derecho a la orientación sexual, sin embargo, el acto sexual consensuado entre adultos del mismo sexo sigue siendo ilegal en 79 países, incluyendo Arabia Saudí, Emiratos Árabes, Irán, Mauritania, Somalia, Sudán del Sur y Yemen en donde se aplica la pena de muerte. La libertad a la orientación sexual es, como derecho humano fundamental, universal e inalienable, un principio de esa ética universal que pretende ser los Derechos Humanos. Por su parte, el derecho fundamental a expresar la propia sexualidad tiene como base el derecho a la no discriminación. El nivel de ingreso, la clase social, la raza, el origen étnico o la nacionalidad dan lugar a otras formas de discriminación en la que se inscribe la discriminación de género y la orientación sexual. Vivimos en una sociedad en la que todavía no hemos logrado pasar del reconocimiento de la diversidad al de la igualdad, que se construye a partir de las diferencias y no de la uniformidad. En todo el mundo personas LGBT crecen obligadas a ocultar o negar quiénes son realmente por miedo a la persecución, discriminación y violencia. No basta con denunciar estas situaciones, hace falta políticas de enfrentamiento a la intransigencia, que cuajen en una educación que promueva la tolerancia y la integración, pero también en posicionamiento internacionales a través de presiones en acuerdos económicos con otros países. Sólo así, desde la concienciación y el activismo acabaremos con el sufrimiento, la violencia y la discriminación que todos los días viven las víctimas de homofobia y de transfobia. La tragedia de Orlando no puede entenderse como un hecho aislado, es algo más estructural que implica un posicionamiento contra la intransigencia. En caso contrario, la inacción supondrá un silencio cómplice.
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