Es normal en cualquier democracia parlamentaria que, celebrada unas elecciones sin que ningún partido tenga la mayoría suficiente para gobernar, se inicien negociaciones para un acuerdo político que tenga los apoyos necesarios para formar el Gobierno. En situaciones de tanta fragmentación política como la que existe en España, en la que el grupo parlamentario mayor […]
Es normal en cualquier democracia parlamentaria que, celebrada unas elecciones sin que ningún partido tenga la mayoría suficiente para gobernar, se inicien negociaciones para un acuerdo político que tenga los apoyos necesarios para formar el Gobierno. En situaciones de tanta fragmentación política como la que existe en España, en la que el grupo parlamentario mayor cuenta con 123 diputados de los 350 del Congreso, la necesidad de pactos entre dos o más partidos se hace imprescindible.
Después de tantos años de un sistema político binario, en el que, como mucho, el vencedor solo tenía que acordar con el PNV o CiU, el precio de sus votos, y no lo digo en sentido figurado, la pluralidad política de ahora, parece algo muy problemático. Sin embargo, esa necesidad de acuerdos, aunque en principio se nos presente como una dificultad añadida, a la ya compleja configuración política e institucional de nuestro país, debería suponer un impulso para una democracia con más dialogo y menos tensión, donde la disidencia no sea entendida siempre como beligerancia y donde nadie tenga la ambición de poseer toda la razón mientras le niega al otro, no ya la posibilidad de que pueda tener una pequeña parte de ella, sino, incluso, hasta su derecho a exponerla por él mismo, pues ya se ha decidido que todo lo que pueda pensar o proponer es malo por su propia naturaleza. Se ha establecido que las ideas o las proposiciones políticas no deben ser ponderadas en función de sus contenidos, sino en función de quién las defiende.
Ahora bien, ¿tenemos nosotros una dirigencia política capaz de encauzar la diversidad política de una forma positiva para la democracia, enriqueciendo el debate político con nuevos matices que lo hagan más reflexivo y representativo de lo que piensa la ciudadanía? ¿Serán capaces algún día nuestros representantes políticos de admitir que la democracia es algo más que una forma de alcanzar el poder derrotando al adversario, y que la política es, fundamentalmente, la gestión de lo público de la forma más eficaz, equitativa, y honesta posible, y no una permanente confrontación en la que el afán de dominio sea el principal objetivo de todo lo que se hace?
Ojalá fuera así. Sin embargo creo que pocas esperanzas podemos tener de que eso pueda suceder, al menos a corto plazo, en vista del bochornoso espectáculo al que estamos asistiendo. Mentira parece que ni siquiera intenten disimular que lo único que les importa es como conseguir la mayor cuota de poder con los votos que tienen cada uno. Han convertido lo que llaman negociaciones en una subasta en la que cada cual oferta lo que tiene y licita por lo que tienen los demás. Se intercambian alcaldías por gobiernos regionales, votos de concejales por votos de diputados, o ministerios por consejerías. Se cambia poder por poder. ¿Y las ideas, los programas, las políticas de Estado? Eso es lo de menos, ahora están con el reparto de los cargos. Después, en un rato se pondrán de acuerdo en lo que harán con ellos. ¿Cómo es posible tanta degradación? No lo sé.
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