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La iglesia siempre gana

Fuentes: Rebelión

Les ha salido redonda a gobierno y jerarquía eclesiástica la escenificación de la batalla educativa. «Yo anuncio una ley de izquierdas que no lo es, tú sales a la calle para simular indignación y acusarme de rojo y apóstata, nos sentamos a negociar» y… todo queda poco más o menos como estaba. Un juego de […]

Les ha salido redonda a gobierno y jerarquía eclesiástica la escenificación de la batalla educativa. «Yo anuncio una ley de izquierdas que no lo es, tú sales a la calle para simular indignación y acusarme de rojo y apóstata, nos sentamos a negociar» y… todo queda poco más o menos como estaba. Un juego de ajedrez donde todo está calculado, no hay verdadero conflicto, sólo simulación entre lobbys de poder para hacernos creer que realmente pasa algo en las altas esferas de la política. En realidad la LOE no es nada. Apenas remedia alguno de los abusos clericalistas del PP, pero deja intactos los principales privilegios de la Iglesia en el más lucrativo de sus negocios: la enseñanza.

No deberíamos extrañarnos porque este tipo de maniobra no es nueva en el socialismo español. Cuando hace veinte años sacaron la LODE -preludio de la LOGSE, tan fracasada una como otra- la Iglesia simuló un enfado de baja intensidad porque sabía que, en un tiempo de aires democráticos, asegurarse mediante el sistema de conciertos a la escuela privada que la financiación de su empresa seguiría siendo pública, era como para respirar con alivio. Ya no contaban con el viejo caudillo protector, al cual ellos agradecidos exhibían bajo palio, pero fueron «los rojos» -paradojas de la vida- los que dieron con la estrategia ideal para apuntalar un sistema educativo destinado a fomentar la brecha social.

Hablan los obispos de libertad de elección. (Es sorprendente la facilidad con que se alían sistemáticamente con el credo neoliberal, ellos, cuyo ideólogo fundador, Jesús de Nazareth, era claramente un comunitarista y enemigo de ricos y privilegiados) Bien es cierto que el ideal de la Revolución Francesa de exigir a la república la indelegabilidad de la educación resulta insostenible en un modelo demoliberal como el nuestro. En aquel tiempo de efervescencia revolucionaria fue razonable que las instituciones públicas trataran de monopolizar el sistema educativo, pues se pretendía evitar la quiebra del estado revolucionario burgués y el regreso de los mandarines del Antiguo Régimen. Hoy en día, indignarse porque un niño estudia en un colegio privado es perder el tiempo tanto como cuando nos irrita que un rico pueda comer marisco y un pobre no. Lo que de ninguna manera puede aceptarse es que el dinero del contribuyente sufrague la enseñanza privada, tal y como ahora sucede y, según la LOE, va a seguir sucediendo.

Más allá de la polémica sobre la asignatura de Religión, lo que de verdad preocupa a la Iglesia es que se retiren o mengüen sus subvenciones y que se fiscalice su actividad, en especial en cuanto a los criterios de selección del alumnado. ¿Nos hemos preguntado por qué la mayoría de centros privados apenas acogen inmigrantes? ¿Saben por qué los alumnos conflictivos acaban siempre en la escuela pública? A esto le llaman libertad de elección, mientras la red pública se deteriora día a día.

Felicidades, señores obispos. Han exhibido su gran poder de convocatoria para sacar a la calle a todos sus «liberados sindicales» -curas-, a sus piadosos feligreses -ellos tan piadosos que no soportan que sus hijos se mezclen con negros o retrasados- y a sus siervos más leales -por la cuenta que les trae,los profesores de Religión, que viven del dinero de todos pero son elegidos por ustedes-. La vida sigue igual. La enseñanza privada seguirá siendo financiada por el conjunto de la ciudadanía, los alumnos «buenos» seguirán escapando de la escuela pública -que será cada día más un auxilio social para pobres e inmigrantes- y la Religión seguirá en la escuela. Relajense, han vuelto a ganar.