Reflexión acerca de la necesidad de que sea la propia clase obrera quien determine el orden en el que los objetivos deben ir pasando a la agenda política, en contra de la manipulación informativa que solo obedece a los intereses del capital. Uno de los instrumentos de control más efectivos de los que dispone el […]
Reflexión acerca de la necesidad de que sea la propia clase obrera quien determine el orden en el que los objetivos deben ir pasando a la agenda política, en contra de la manipulación informativa que solo obedece a los intereses del capital.
Uno de los instrumentos de control más efectivos de los que dispone el poder establecido, es la facultad de imponer los temas de debate, marcando así el curso de la actualidad a través de un programa estratégico diseñado única y exclusivamente para satisfacer su propia conveniencia. Al forzar el día a día, el capital continúa escribiendo una Historia de la que siempre hemos llevado la peor parte.
De repente toca hablar de EL JUEVES y todos hablamos de EL JUEVES; otro día, lo fundamental es el tamaño y el color de las bragas de la esposa del heredero, y entonces, a todos se nos debe nublar la mente y debemos empezar a reproducir una y mil veces la simpática, curiosa y campechana imagen de Su Alteza Real, actuando como una suerte de Marilyn Monroe de Asturias; más tarde nace una niña rica, en el seno de una familia rica, en una rica clínica privada, solo parapara ricos… y todos los canales de televisión suspenden su programación habitual, para ceder su espacio a los paparazzis caza-Infantas, que pasan a primer plano de la actualidad, para aleccionarnos con una voz en off que nos relatará cómo «la dinastía consolida su papel como garante del régimen de libertades públicas del que ahora todos gozamos gracias a su Majestad el rey»… toca hablar de la línea de sucesión, y de lo inteligente de la mirada del nuevo ser. Unos días después, la noticia será la no-noticia del callar, a propósito de las 22.000 personas que se manifestaron en la Puerta del Sol con ocasión del 75.º aniversario de la proclamación de la Segunda República Española. Ahí es cuando un silencio impenetrable ensordecerá la razón del más pintado.
¿Qué está ocurriendo? Ocurre que alguien determina cuándo se debe y cuándo no se debe hablar de las cosas, y lo más grave: ese alguien no somos nosotros. A la vista de todo eso, se imponen al menos tres reflexiones muy simples, pero no por ello menos importantes: 1.ª El calendario nos viene impuesto desde arriba; 2.ª Esta situación no resulta beneficiosa para la clase obrera; y 3.ª Debemos recuperar la capacidad para marcar los tiempos.
El calendario nos viene impuesto desde arriba
Es un hecho obvio, fácil de verificar: todo cuanto ocurre, ocurre a conveniencia del poder establecido, que es quien decide qué uso dar en cada momento a los instrumentos de comunicación de masas. El poder decide qué memes deben estar presentes en cada momento y cuál debe ser su nivel de importancia en equilibrio con la actualidad informativa.
Esto nos convierte a todos en meros peones de un espectáculo cuya dirección poco tiene que ver con nuestra voluntad. Se nos hace bailar al son de los embustes de moda… unas veces para predisponernos hacia una determinada opción de voto, otras veces para alejar nuestra atención de algún asunto que, prescindiendo de cual sea su importancia, resulta incómodo para cualquier sector de la oligarquía (transnacionales, corona, partitocracia, ejército, industria, comercio, iglesia, medios, banca, servicios, suelo, etc.).
Esta situación no resulta beneficiosa para la clase obrera
Juntos debemos tomar conciencia de que esta situación supone una clara desventaja para los intereses de la clase obrera. Por el contrario, todo esto solo beneficia a aquellos que tienen la facultad de marcar la actualidad: confundir, dirigir, manipular, ‘informar’, tergiversar, difamar impunemente, con una brutal desproporción de medios, puestos al servicio de los poderosos, en un engranaje retro-alimentado de ambición-dinero-mentiras-sometimiento-odio-poder-explotación-ambición y vuelta a empezar.
Como resultado de la explosión demográfica de los siglos XIX y XX, junto a la generalización de los simulacros democráticos y la eclosión del poder de los medios de comunicación, la vieja oligarquía se ha dado cuenta de la enorme importancia de la propaganda -explícita o encubierta- para el mantenimiento indefinido del poder. De eso habló mucho Goebbles, y de eso mismo llevan al menos veinte siglos callando los líderes de la secta destructiva de Roma.
Propaganda, sin matices ni apellidos, pura propaganda. Propaganda militar, propaganda ideológica, propaganda monárquica, propaganda religiosa… todas son la misma cosa: el control de la voluntad, en base a intereses y reclamos externos al individuo.
Las mismas mentiras que sirvieron para hacernos odiar en masa a los desconocidos ciudadanos de otras zonas geográficas, las mismas mentiras para hacernos odiar por credo, por color de la piel, o cualquier otro criterio arbitrario, son las mentiras que hoy sirven para orientar el voto de muchos trabajadores en precario hacia la opción que favorece precisamente a quienes les explotan, hundiéndoles el presente y amenazando su futuro.
Estas mentiras no nos favorecen. Favorecen a otros. Es un hecho: la actualidad informativa tiene muy poco que ver con lo que realmente está ocurriendo a nuestro alrededor. Sin que apenas seamos conscientes de ello, casi todos estamos bailando al son de un músico cuya partitura nadie conoce.
Debemos recuperar la capacidad de marcar los tiempos
En principio, un trabajador consciente de su clase, intenta escrutar la información con carácter crítico, trata de beber de más de una fuente de noticias, tiene criterio propio, cumple puntualmente con su responsabilidad electoral, y poco más.
Una tarde cualquiera, en el bar de la esquina, los amigotes del trabajo conversan animadamente a propósito de lo que se ha pagado al fotógrafo que ha conseguido unas fotografías de Su Majestad la reina, vestida en bañador, con las piernas colgando por la borda de un lujosísimo yate de recreo. Harto lejos de todos ellos imaginar que están siendo víctimas de un complot urdido desde la alta Edad Media, para garantizar la estabilidad el sistema que les mantiene a todos con 925 euros al mes, a cambio de 40 horas semanales en el tajo, para poder seguir pagando la hipoteca, la comida, la ropa de los niños, el colegio y el coche.
Incluso hay alguno que se siente muy rebelde hablando con desdén de la corona… como si al hacerlo estuviera quebrando algún límite moral de viejo cuño… y pocos -o ninguno- advertirá que en realidad está interpretando fielmente un papel asignado por alguien, que desde algún oscuro despacho habrá acordado que ese es el momento de trasladar cierto debate a la opinión pública. ¿Por qué? Él sabrá, nosotros no.
En principio, un trabajador consciente de su clase, de buena fe, piensa que la forma de ir consiguiendo los objetivos de mayor justicia social, equidad y progreso se limita al «cuando se pueda»; los más osados quizá incluso piensen en un «todo cuanto antes», lo que viene a ser una versión mejorada de la misma idea: «cuando se pueda», pero el hecho es que, en conjunto, como movimiento obrero, no estamos actuando al unísono, y lo más grave: damos bandazos, golpes de ciego, sin saber muy bien ni cómo, ni dónde, ni -sobretodo-cuándo actuar.
Pues bien, digamos ¡basta! Debemos ser capaces de tener nuestros propios objetivos, nuestro propio calendario-marco, nuestra propia agenda programática, tanto a nivel táctico como estratégico, y conciliar apoyos para canalizar la formidable fuerza del pueblo. Sin duda somos más, y por ello, venceremos.
Si de repente CNN, RTVE, A3, T5, TVC, EITB, C9, EL PAIS, EL MUNDO, MARCA, LA VANGUARDIA, ABC, AVUI, AS, LA VERDAD, EL PERIÓDICO, LA RAZÓN, EL HERALDO y DEIA empiezan a hablar sobre algún asunto de connotaciones políticas, debemos ser capaces de analizar la situación con calma e independencia intelectual y decidir conscientemente mantenernos al margen ésta, si no conviene a nuestro interés de clase. No se trata de vivir en una realidad paralela, al contrario, se trata de dejar de vivir en la realidad artificial impuesta. Sin excentricidades, pero sin sometimientos más allá de la razón.
Debemos ser capaces de poner asuntos sobre la mesa, aunque no estén en la agenda política de los que viven a costa de nuestro esfuerzo. Si nos resignamos a que la única actualidad sea la actualidad impuesta por los medios de comunicación de masas, estaremos haciendo una grave concesión a quienes definen su agenda en detrimento de la nuestra. Una agenda, que, no lo olvidemos: no es producto del azar. Hablamos de algo demasiado importante, y con demasiados intereses económicos de por medio, como para que los que tanto tienen que perder, se arriesguen conformándose con descubrir cada mañana qué es lo que les depara la fortuna. El poder no espera sorpresas, porque construye su propio día a día.
Debemos tener unos objetivos claros y realistas, a corto, medio y largo plazo. Y debemos ser capaces de comunicar, movilizar y organizar a nuestros camaradas trabajadores de cualquier género, procedencia, credo y condición, para avanzar juntos, en pos del ideal de mayor justicia social, con independencia de cual sea el tiempo que haga ahí fuera. No es fanatismo sino insolencia y no es un capricho, responde a la necesidad.
Debemos marcar los tiempos, crear nuestra propia actualidad e ignorar las prioridades de nuestro enemigo de clase. De lo contrario nunca saldremos de este tablero de juego, que, a modo de gigantesco «Monopoly», obedece únicamente al dictado de unos pocos, para permitirles traficar con nuestras vidas e ilegalizar nuestras legítimas aspiraciones.
«La Historia es nuestra y la hacen los pueblos» (Salvador Allende Gossens).
¡Salud y República!