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La incoherente coherencia del Estado español sobre Kosovo

Fuentes: altermundo.org

Traducido del gallego por el autor para Rebelión

Si algo demuestra la retirada de las tropas españolas de Kosovo es que ese «Gobierno de España» diseñado por un Rodríguez Zapatero que parece hacer política al ritmo de los golpes de timón que marca el Partido Popular, poco o nada tiene que ver con aquel pluralismo -referido a las identidades de las naciones periféricas del Estado español- que el socialista pregonaba al acceder a la Moncloa por vez primera. Si bien la decisión parece tener coherencia con el hecho de que el Estado español no reconozca la independencia del país balcánico; no es menos cierto que esta negación de un hecho consumado y probablemente irreversible no se sostiene sobre criterios objetivos relacionados con la vida de los y las kosovares -albaneses y serbios-, que debería ser lo importante. Esconde primordialmente, o casi exclusivamente, el pánico a debatir sobre los desencuentros territoriales e identitarios -estos sí reconocidos por todos y todas- que existen en el Reino de España entre los nacionalismos periféricos y central. «No vaya ser que demos alas argumentales a los independentistas», dirán en Génova y Ferraz.

Bien, puede ser un criterio, pero evidentemente uno en el que la antedicha coherencia se da de bruces con la negativa que existe en el nacionalismo español a debatir los graves defectos territoriales del Estado, heredados de la decisiva influencia franquista en la redacción de la Carta Magna -Carta que, por cierto, no aprobó ningún súbdito del Reino de menos de 48 años. Todos saben que existen, pero nadie tiene la «osadía» de abordarlos. Nunca es el momento. He ahí la incoherencia del Zapatero plural, que a la vez supone un nuevo triunfo ideológico para la derecha, criada en la «una, grande y libre» y la «unidad indivisible» aunque sea por encima de las personas y los pueblos. Si a esto añadimos el affaire del lehendakari López, que toma posesión gracias al también «coherente» criterio de apartar a los nacionalistas vascos del poder cueste lo que cueste, con aliados judiciales e incluso con aliados antitéticos al manso de la democracia euscaldún, pues he ahí que lo del pluralismo y la coherencia se nos deshace en las manos como el azúcar en el agua. Al fin y a la postre, esta huida reiterada que en el Reino se da al respecto de la cuestión territorial desde hace 30 años, condiciona tanto la política exterior del Estado como muchas cuestiones internas que nada tienen que ver. Hasta la igualdad de género en la jefatura del Estado -o el hecho de que no se quiera debatir la exclusiva pertenencia de tan alta institución a una sola familia- queda aparcada por miedo a remover en la sacrosanta Constitución.

Dicho esto, y si vale para el inexistente debate, poco tiene que ver la independencia de Kosovo con las cosas de la periferia del Estado, más allá de lo simbólico. Como dice el profesor Carlos Taibo, si los kosovares proclamaron su independencia directa -sin la autodeterminación que piden muchos catalanes, vascos y gallegos de por medio- fue en primer lugar como consecuencia de la represión y la ley marcial que sufrieron más de dos millones de ellos de la mano de Serbia, que era su Estado. Sólo esto ya es un argumento de peso. Pero también se daba el hecho de que los albano-kosovares, hoy mayoría en la región, dominaban su territorio, con su Parlamento, su policía y su ejército, hecho que no se da en la mayor parte de naciones sin Estado. Ni los palestinos, ni los vascos, ni los kurdos dominan sus territorios, por lo que para ellos la independencia es, por ahora, una quimera. Tranquilos, que por el momento no se rompe nada.