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La internacional cosmética y la socialdemocracia gallega

Fuentes: Rebelión

A día de hoy, a la autodenominada socialdemocracia le pasa con el marxismo lo mismo que a Ismael -el personaje central de Moby dick, ¿recuerdan?- le pasaba con el arponero Quiqueg. Antes de conocer íntimamente a quien iba a ser su compañero de cama por una noche, antes de acostumbrarse a su lenguaje, a sus […]

A día de hoy, a la autodenominada socialdemocracia le pasa con el marxismo lo mismo que a Ismael -el personaje central de Moby dick, ¿recuerdan?- le pasaba con el arponero Quiqueg. Antes de conocer íntimamente a quien iba a ser su compañero de cama por una noche, antes de acostumbrarse a su lenguaje, a sus prácticas, aspiraciones.. etc; antes de esto, digo, se montó tal cantidad de falsos estereotipos y miedos sobre ese demonio llamado marxismo, que prefirió incluso dormir solo a la intemperie en un viejo banco de madera. No hablemos ya de qué es lo que les pasa a las nuevas generaciones de aspirantes a niños buenos de la socialdemocracia cuando se les dice que, honestamente, a lo que aspiró, aspira y aspirarán siempre los marxistas es a la superación del capitalismo, y que quien camina con esta motivación tiene que ser, por fuerza, un anti-sistema convencido.

¡Horror! ¡pecado! una cosa es ser socialista, exclamará el aspirante a niño bueno de la socialdemocracia, y otra es querer serlo en serio. En fin, que el niño bueno se cree, como Ismael en Moby Dick, que tener la costumbre de comprar cabezas humanas a caníbales para venderlas en el mercado lo hace a uno necesariamente mala persona. Y la verdad es que tampoco es para tanto, vamos: si Quiqueg, el entrañable arponero de Moby Dick que compraba cabezas humanas a caníbales para ganarse unos cuartos, era más civilizado que muchos cristianos, según pudo observar Ismael, no veo porqué el niño bueno de la socialdemocracia española no pueda considerar civilizados a los peligrosos anti-sistema que deciden lanzarse al mundo con argumentos marxistas y no-marxistas en contra del capitalismo planetario. En el fondo, y hasta que se demuestre lo contrario, los anti-sistema también pueden llegar a ser más civilizados que muchos cristianos.

Quiqueg compraba cabezas humanas. Los comunistas incordian, con sus argumentos y sus prácticas, al muy universal y cosmopolita partido del dinero, vale, ¿pero hay algo más civilizado que querer ganarse cuatro duros, como Quiqueg, o que querer denunciar las raíces sociales y económicas de la injusticia, como los comunistas? Quiqueg trataba con incivilizados caníbales para muy civilizados motivos. Los comunistas estarían incluso dispuestos a tratar con incivilizados empresarios, funcionarios, ejecutivos, presidentes de banca y políticos varios por muy civilizados motivos: ¿por qué carajo, aún a día de hoy, el niño bueno de la socialdemocracia gallega, Española y Europea se lleva las manos a la boca cuando el comunista fetén se sincera en sus convicciones morales y políticas? Muy simple: lo que le asusta es la seriedad y el rigor en las motivaciones y en los argumentos; por eso, en el fondo, se conforma con ser un correctísimo ciudadano que intenta domesticar a los leones con palillos. Con hacerse el sueco y salir en la cámara, ya basta. En el futuro será considerado, para la posteridad, un hombre amable y educado.

A mí, honestamente, el aspirante a niño bueno de la socialdemocracia me recuerda a aquel hombre que quería dedicarse a domar leones sin saber de doma de leones. Y además, aún por encima, sin recurrir al látigo. Creo que en el fondo piensa, al modo kantiano, que lo que cuenta es la buena voluntad, y no quiere caer en la cuenta, de una vez por todas, de que la buena voluntad, a los consejos de administración y a la banca privada del empresariado global, les importa tres pepinos. No quiere caer en la cuenta, en fin, de que a la buena voluntad el partido del capital transnacional la despacha,siempre, con la muy «civilizada» costumbre de apelar a la intachable «legalidad» de sus constantes pisoteos a los más esenciales derechos laborales, humanos, medioambientales, lingüísticos, culturales, agro-alimentarios y civiles.

Es el cuento de siempre, y me lo sé de memoria desde que recuerdo las experiencias de crío en el colegio. Sí, el cuentito de siempre, saber que se parte con desventaja frente a las normas de conducta y las reglas impuestas y escritas por los de arriba… y tener que soportar, aún por encima, la burla intelectual, la falta de respeto, la cosificación y hasta la estigmatización moral a quien propone otras reglas de juego más justas, a quien desenmascara la asfixiante hipocresía social sobre la que se asientan las normas de conducta aceptadas. Para hacer frente a esto, con serenidad y templanza, hace falta haber tratado con muchos hombres y ser remotamente escéptico con la condición humana.

Si el marxismo es el temido arponero de la socialdemocracia en España y Europa, imagínense la situación en Galicia. A falta de un arponero, la socialdemocracia gallega tiene a dos: el marxismo y el galleguismo. Me refiero, claro está, a ese galleguismo que no sirve de fermento cultural opiáceo o de discurso nostálgico a los constantes vaivenes y metamorfosis ideológicas del poder. Dicho de un modo directo, sin retrancas ni circunloquios: al galleguismo de «bajos fondos». Al galleguismo que actúa como fermento socio-cultural de contra-poder y pensamiento crítico localizado. Al galleguismo sin Alzheimer y con ecología mental, que no consiste sino en el sano derecho a preocuparse por la situación y el estudio de la cultura, la lengua, la antropología, la literatura, la historia, el medioambiente y la realidad política del país, sin maniqueísmos identitarios de ningún tipo y desde el más elemental y cívico sentido común que se posiciona en contra de la aplicación local concreta de un sistema planetario y hegemónico concreto: capitalismo, It’s called.

¿Creo que ha quedado claro a qué galleguismo me refiero, no?

Pues bien, el niño bueno de la socialdemocracia gallega nunca estará dispuesto a que duden, ni de su socialismo, ni de su galleguismo. Él es tan gallego como el que más, pero al modo «my way». Él es algo así como un Frank Sinatra del socialismo y del galleguismo. Es socialista a su manera y gallego a su manera. Una mente libre y sin prejuicios. Y sin embargo; ay, sin embargo, su conocimiento de la realidad social, económica, antropológica, histórica, cultural y socio-lingüística de Galicia suele estar plagada de los bárbaros esquemas mentales que impone esa monstruoso invento político llamado estado-nación. Es incapaz de pensar a Galicia o desde Galicia con independencia de criterio y de modo autorreferencial, es incapaz de conectar o vincularse seriamente a las necesidades y los problemas reales de sus clases populares, tanto rurales y campesinas como urbanas e industriales. Todo lo que le suena a cultura popular gallega le resultará anacrónico, provinciano y hasta inútil -debe pensar que esto es incompatible con sentir admiración por el Gospel o el Jazz-.

Él se siente todo un «internacionalista», y por eso gestiona, desde la autonomía gallega, la libre entrada y salida del capital internacional. Si el capital local necesita mano de obra barata en Portugal para huir de los caprichosos sindicatos que reclaman una subida salarial proporcional a los ingresos anuales de la empresa, el niño bueno de la socialdemocracia gallega efectuará la gestión política de la deslocalización ipso facto. Si el capital extranjero necesita mano de obra barata para rentabilizar al máximo sus inversiones en Galicia, tampoco hay problema, el niño bueno de la socialdemocracia negociará a la baja, desde la Xunta de Galicia, el precio de la mano de obra local, e incluso se preocupará por promocionar en el extranjero al mercado laboral gallego como un mercado laboral, flexible y barato : ideal para invertir -si quieren ustedes una muestra, visiten estas dos páginas web: (www.bygalicia.eu e www.investingalicia.org)-.

Por supuesto, también consultará con la clase sindical anexa a su muy internacionalista partido, que relajará los «radicales» ímpetus revolucionarios de aquellos que protestan por no tener voz en lo que se refiere a la negociación sobre las condiciones que se le exigirá al capital inversor de turno. Y es que para el niño bueno de la socialdemocracia gallega, española y Europea, los intereses del capital, del partido y del sindicato van de la mano y son al socialismo lo que la Santísima trinidad es a Dios. El padre, el capital, el hijo, el partido, ¿y el espíritu santo?: el sindicalismo «tea five o’clock» de nuestra urbana, enriquecida y muy acomodada clase sindical-capitalista, esa que compra todos los días en Zara-Inditex, va a misa todos los Domingos y procura por todos los medios no hacer matrimonios mixtos entre gallego hablantes y castellano hablantes, no vaya a ser que sus hijos lleguen a casa hablando una lengua de gentes aldeanas. Una lengua, la gallega, que huele mal, muy mal. Una lengua que huele a maíz, a resina de pino, a flor de tojo, a helechos, a mierda de vaca, a grasa de motor de tractor y a axila sudada de ganadero exhausto.

¡Ay, carballeira, cuanto auto-odio che in questo paese!

A muchos socialdemócratas les pasa con la lengua y la cultura gallega lo contrario de lo que a Aznar le pasaba con la lengua catalana: la hablan en el parlamento, pero casi nunca en la intimidad. Algunos incluso se dicen «Piñeiristas» acérrimos de palabra, aunque se les note a leguas que sólo se acuerdan del gallego cuando la televisión de Galicia les apunta con el foco de la cámara. Sufren una metamorfosis, una poderosa combustión espontánea de sincero galleguismo mediático, un extraño y nostálgico amor falocéntrico por el himno del misógino bardo Pondal y por la bandera blanquiazul del país, con sus muy confesionales crucecitas cristianas y su santo grial. Nada de estrellas rojas, por supuesto, que esas cosas son una anacrónica antigualla libertaria.

La verdad, querido lector, es que son socialdemócratas muy raros, porque además de ser galleguistas mediáticos de circunstancias en la teoría, también son laicos de boquilla. Yo creo que es porque siguen sintiendo pánico ante el atronador dedo acusador de Roma. Yo creo, sinceramente, que son papistas antropológicos, porque cuando se les habla de teologos de la liberación les pasa lo mismo que a Ismael con el arponero de Moby Dick. Se los imaginan como bárbaros incivilizados, como radicales de la fe cristiana, como gentes peligrosas que dicen que si se quiere justicia… hay que darle el poder a los pobres.

Y es que, claro, una cosa es ser socialista, y otra, querer serlo en serio, piensa -y siente- el socialdemócrata fetén. Y una cosa es, también, ser un buen cristiano, y otra, ¡horror!, querer ser consecuente con la fe que uno predica. A día de hoy, si militase en la socialdemocracia gallega, me afiliaría ipso facto a la asociación gallega de psiquiatría, para contrarrestar los efectos psico-somáticos de la militancia. Puede que ahí, en el muy ilustre colegio de psiquiatras, la intrínseca locura y esquizofrenia que media entre sus principios y sus prácticas reciba un diagnóstico muy científico y sesudo para darle apariencia de normalidad. Puede incluso que algún día la socialdemocracia gallega y la psiquiatría se conviertan, conjuntamente, en los gurús y guardianes de lo psico-socialmente correcto en cuanto a pensamientos y comportamientos. O dicho de una forma más directa: que el hipotético «centro» político de la autodenominada izquierda socialdemócrata se convierta, como de hecho ya se está convirtiendo, en un nuevo totalitarismo de la democracia y el realismo realmente existente… con no pocas dosis de moralina y paternalismo. Quien no se amolde a nuestro «realismo», a nuestra concepción del socialismo, a nuestra concepción del galleguismo, a nuestra concepción del laicismo y a nuestra concepción de la democracia, será, por decisión unánime y consensuada, un loco. Con el tiempo, no me cabe la menor duda, el loco se convertirá en los locos, que crecen, crecen y crecen… hasta que son muchos y con razones indiscutibles.

Mi consejo, honestamente, a todos los locos del mundo -entre los cuales yo me encuentro, sin haberlo pretendido-, es el siguiente: no lleveis vuestros silencios al psiquiatra, salid a la calle a gritarlos. Sereis libres, os curareis.. y os rodeareis de locos buenos, justos y honorables.

Rebelión ha publicado este artículo con permiso del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.