En estos días, Aznar y Zapatero proclaman el septuagésimo cuarto descabezamiento de ETA, el enésimo encarcelamiento de líderes políticos vascos, la infalibilidad de la vía policial en el combate al independentismo. Están convencidos, o al menos eso dicen, de que les falta muy poquito para acabar con los sueños de libertad de Euskal Herria: detener […]
En estos días, Aznar y Zapatero proclaman el septuagésimo cuarto descabezamiento de ETA, el enésimo encarcelamiento de líderes políticos vascos, la infalibilidad de la vía policial en el combate al independentismo.
Están convencidos, o al menos eso dicen, de que les falta muy poquito para acabar con los sueños de libertad de Euskal Herria: detener y torturar a varias docenas más de abertzales, impedir que Batasuna concurra a las elecciones de 2011, consolidar los gobiernos ilegítimos y ya está: Euskal Herria será definitivamente España. Así, el Ministro del Interior, Pérez Rubalcaba, podría emular aquellas palabras de José María de Areilza en 1937: «Que quede esto bien claro: Bilbao conquistado por las armas. Nada de pactos y agradecimientos póstumos. Ley de guerra, dura, viril, inexorable. Ha habido ¡vaya que si ha habido vencedores y vencidos!; ha triunfado la España, una, grande y libre. Ha caído vencida para siempre esa horrible pesadilla siniestra y atroz que se llamaba Euzkadi».
Pues no. Llevan siglos con discursos similares, pero nunca han logrado romper el cuello de este pueblo. A pesar de las cruentas derrotas que las fuerzas militares vascas hayan podido sufrir frente a las tropas españolas (1512, 1521, 1840, 1876, 1936…), Euskal Herria siempre acaba reorganizándose y poniendo su demanda de soberanía encima de la mesa. Después incluso de los miles de vascos ejecutados por Franco, después de 40 años de una brutal dictadura, nuestro país renació de sus cenizas y volvió a reclamar su lugar en el mundo. Por eso es tan grande la irresponsabilidad de los dirigentes españoles, que hoy engañan a su pueblo con la derrota de ETA como si ésta ya se hubiera producido, o como si las siempre fracasadas políticas represivas fueran a resolver el problema vasco.
En estos días en que Rubalcaba exhibe músculo militar, no hace sino reproducir ese modo de razonar tan inherente al nacionalismo español, que basa sus argumentos políticos en la voluntad divina y en la potencia de fuego de su ejército. Y así les ha ido a lo largo de la historia, de victoria en victoria hasta la derrota final, siempre venciendo y nunca convenciendo, inmolando al pueblo español en una gran orgía de sangre que siempre tiene el mismo final: la vuelta de los Tercios a Madrid. Y luego viene la depresión nacional, el ultraespañolismo como solución y vuelta a las andadas: más imperialismo y más eficacia policial hasta la siguiente debacle, la siguiente crisis, el siguiente dictador…
Hace 200 años, los Aznares y Zapateros de turno también llamaban terroristas a los libertadores americanos. Y también había jueces que, como Garzón, emitían sentencias contra los independentistas «por subversivos del orden público» y ordenaban colgar sus cabezas en las entradas de los pueblos, «para que sirvan de satisfacción a la majestad ofendida, a la vindicta del reino y de escarmiento». Lo mismo que hacen hoy con la juventud vasca, exhibiendo a los estudiantes torturados y encarcelados para que el resto capte el mensaje y «¡se vuelvan españoles, coño!»
Pero, ¿qué pasó finalmente en América? Que después de todas las bravuconadas, las masacres, las mentiras…, los Tercios se volvieron a Madrid. ¿Y Cuba? La isla se consideraba una «herencia sagrada» que España no podía perder sin menoscabo de su identidad nacional. «España hizo América, como Dios hizo el mundo… América será española eternamente», decía Castelar, presidente de la Primera República. Allí también quisieron distraer a las fuerzas soberanistas con vacías propuestas de autonomismo, pero los cubanos no picaron el anzuelo y el régimen colonial respondió a su manera, reprimiendo y proclamando su superioridad militar… hasta que los echaron a patadas, no sólo del Caribe sino también de Filipinas.
Salvo honrosas y contadísimas excepciones, la prensa española de aquella época ejerció de altavoz del entusiasmo bélico. Los diarios estaban controlados por la misma oligarquía que se enriquecía con los negocios coloniales, así que los editoriales hablaban de honor, de patria, de raza, de victoria…, creando un ambiente de euforia colectiva en el que todo el pueblo, sin distinción de clases, clamaba en favor de la represión contra los independentistas cubanos. Sin embargo, la historia española es circular y, después de la derrota, se repitió el ciclo de la depresión colectiva, la necesidad de un superhombre para salvar a la «nación decadente», las dictaduras de Primo de Rivera, Franco…
Las naciones imperialistas están amarradas de por vida a su eficacia policial, porque tienen que imponerse militarmente siempre y todos los días para mantener el estado de las cosas. En cambio, a los pueblos sometidos les es suficiente con un golpe certero, en un momento determinado de la historia, para que todo el castillo de naipes del colonialismo se derrumbe para siempre.
Por eso, la clase trabajadora española aún está a tiempo de elegir: ser policías para toda la vida o librarse del lastre imperialista y empezar un nuevo camino. Porque ellos también son un pueblo sometido, la brutalidad y la codicia de sus dirigentes sólo les ha traído hambre, sangre, sudor, lágrimas y mucha inquisición, mucha represión, mucho fascismo. Así que más les valdría protegerse de sus propios y grandísimos terroristas que buscar falsos enemigos en Euskal Herria, un pueblo que, al igual que el resto de pueblos del mundo, tiene derecho a decidir libre y democráticamente su futuro.
Solidaridad con Euskal Herria en Uruguay: www.ehluruguay.blogspot.com/