Abril de 1961 huele a guerra en Cuba. Periódicos, radio y televisión difunden las amenazas a muerte lanzadas por el presidente Jonh Kennedy porque el ejemplo de la Isla resulta un hueso atorado en la garganta del imperio. En cambio, la campaña de alfabetización se realiza con todo éxito con la participación entusiasta de aquellos […]
Abril de 1961 huele a guerra en Cuba. Periódicos, radio y televisión difunden las amenazas a muerte lanzadas por el presidente Jonh Kennedy porque el ejemplo de la Isla resulta un hueso atorado en la garganta del imperio.
En cambio, la campaña de alfabetización se realiza con todo éxito con la participación entusiasta de aquellos que sintieron en sus poros la necesidad de contribuir con la criatura revolucionaria acabada de nacer.
Una llamada el día 17 para el Capitán del Ejército Rebelde Sidroc Ramos, Combatiente de la Tropa del Che, pone en alerta a la familia porque una despedida sin mucha información y el abrazo sentido por la inseguridad del retorno hace pensar que algo muy serio oscurece el entorno.
La esposa, Berarda Salabarría Abraham, por ese entonces subresponsable de la Sección Técnica de la Comisión Nacional de Alfabetización y Delegada del Ejército Rebelde ante la referida Comisión, también es llamada a presentarse con urgencia, a pesar de su embarazo de casi ocho meses de gestación.
La orden para Bernarda fue partir hacia el balneario de Varadero donde se alojaban los alfabetizadotes de la Brigada Conrado Benítez, la misión consistió en proteger a los jóvenes y calmar las ansias de pedidos de armas para defender el suelo patrio.
Allí en las mansiones, desbordadas del lujo y abandonadas por la burguesía nacional, los jóvenes demuestran que con ellos se puede contar. En sus conversaciones y diálogos le hacen saber a los coordinadores de la campaña la disposición de convertirse en soldados ante la invasión por Playa Girón.
Bernarda tuvo que calmar los ánimos, convencer de la necesidad de esperar órdenes del mando superior, controlar la ira provocada por la guerra, disipar los pensamientos de insubordinación y pedir calma, mucha calma, para enfrentar el momento.
Recuerda la llegada de los familiares que pedían a sus hijos el regreso a casa ante el peligro bélico y la negativa de esos muchachos. El espíritu de mantenerse en el lugar y cumplir con el compromiso contraído colmaba el ambiente de valor y disipaba los temores. La valentía se posicionó, el miedo huyó y la madurez creció en unas horas.
Una madre invocó el embarazo de Bernarda para que convenciera a su hijo de volver a la ciudad. La respuesta por parte de la dirigente de la alfabetización tuvo pocas palabras:
–Si yo fuera madre estaría orgullosa de tener un hijo alfabetizador.
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