La izquierda española que se pretende menos acomodaticia -la que se vincula de uno u otro modo, por activa o por pasiva, a la tradición proveniente del Partido Comunista de España- se sumerge cada tanto en debates que, por lo menos a mí, que procedo de otros pagos políticos, ideológicos y hasta geográficos, me resultan […]
La izquierda española que se pretende menos acomodaticia -la que se vincula de uno u otro modo, por activa o por pasiva, a la tradición proveniente del Partido Comunista de España- se sumerge cada tanto en debates que, por lo menos a mí, que procedo de otros pagos políticos, ideológicos y hasta geográficos, me resultan chocantes.
Uno de esos debates recurrentes es el que enfrenta cada tanto a los que se presentan como «realistas» contra quienes son tildados de «utópicos».
Me llama la atención que, antes de entrar en harina, la gente que discute sobre esas cosas no parta de la experiencia. Porque lo que muestra la experiencia es que, cada vez que los llamados «realistas» han marcado la línea de conducta (primero en el PCE, luego en Izquierda Unida), sus resultados prácticos han ido demoledoramente a peor.
El primer y más afamado «realista» fue Santiago Carrillo, cuya gran astucia en la dirección del PCE durante la Transición llevó a su partido no sólo a un aparatoso descalabro electoral, sino también a una desmoralización de mil pares.
Tras un triste paréntesis, del que alguna vez valdrá la pena tratar en serio, esa izquierda optó mayoritariamente por respaldar a Julio Anguita. El «utópico», «califa», «visionario», etc., encabezó una espectacular recuperación electoral de IU. (¿No merece ese fenómeno alguna reflexión? Así sea sólo semántica: ¡un utópico que encuentra sitio!)
Tras la retirada de Anguita, no sé si más propiciada por el hastío que por la mala salud -tampoco son asuntos tan distintos-, volvió la dirección de los «realistas», o de los más o menos «realistas», contemporizadores y pactistas. El balance está a la vista.
La cuestión central para la izquierda no es (no debería ser) qué se necesita para triunfar electoralmente. Para triunfar electoralmente hay que ser de derechas. De manera descarada o camuflada. Triunfa quien apoya el capitalismo, a la OTAN y a la UE… Al orden establecido.
Lo que queda ridículo y no interesa a casi nadie es que pretendas que no estás en ese bando, pero que respaldas a su «ala progresista». ¿El ala progresista del bando reaccionario? Anda, no marees.