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La izquierda en Cataluña, reflexión a partir del voto (I)

Fuentes: Rebelión

1. Etapas generales y consecuencias políticas Desde las elecciones de junio de 1977 en Cataluña se han desarrollado cuatro etapas políticas, la última de las cuales está en un punto de inflexión, todavía incierto. Entre aquellas elecciones y las autonómicas de 1980 se configuró el cuadro general de la correlación de fuerzas surgida de la […]

1. Etapas generales y consecuencias políticas

Desde las elecciones de junio de 1977 en Cataluña se han desarrollado cuatro etapas políticas, la última de las cuales está en un punto de inflexión, todavía incierto. Entre aquellas elecciones y las autonómicas de 1980 se configuró el cuadro general de la correlación de fuerzas surgida de la transición y se tomaron decisiones políticas que prologarían la larga hegemonía del nacionalismo catalán, iniciada en 1980 y mantenida hasta el presente. En el campo de la correlación partidaria emergieron dos fuerzas rivales: la socialdemocracia renovada por el proceso de unificación que dio lugar al PSC; y el nacionalismo catalán refundado bajo el liderazgo de Jordi Pujol y organizado en CDC, que se situaba en el centro político y modulaba en términos posibilistas su identidad nacionalista bajo la etiqueta, ambigua o cuando menos difusa, del soberanismo. A su lado por la izquierda estaba el PSUC, el partido de los comunistas que había liderado la lucha antifranquista, de manera particular en la década del setenta y precisamente hasta aquellas elecciones de junio de 1977, en las que se vio superado por el éxito electoral de «Socialistas de Cataluña» – preludio y condición de la unificación en el PSC- Por la derecha la UCD, que inicialmente competía por la primera posición general con el PSC y en el campo del centro-derecha con CDC/CIU, aunque su rápida crisis dejó pronto todo ese territorio como ámbito de expansión del nacionalismo catalán. La derecha y la extrema derecha quedaban en posición minoritaria y la que se autodenominaba «izquierda revolucionaria», que había albergado esperanzas de contar en la política parlamentaria como lo había hecho en la movilización en la calle, fracasó estrepitosamente en la conquista del voto popular y pasó a tener una posición más que minoritaria residual.

El éxito repetido del PSC en las legislativas del 1977 y 1979 y en las municipales de 1978 hizo que el PSC -claramente apoyado por Tarradellas frente a Pujol y el PSUC- hizo que este partido albergara esperanzas de ganar las primeras elecciones autonómicas. En vano. La participación bajó de manera significativa (del 79,5% y el 67,6 en las legislativas al 61,3% en las que habían de elegir al primer parlamento catalán) y eso se produjo sobre todo en al área metropolitana, donde el PSC y la izquierda en general tenían su mayor presencia; abriéndose una repetida diferencia entre la participación en las elecciones al Congreso y al Senado – que tuvieron su cota mayor en 1982 con casi el 81% y se situaron siempre entre el 65 y el 76%- y en las del Parlament de Cataluña – siempre situada, hasta 2015, en torno al 60% con cotas mínimas del 56,8 en 2006 y máximas de 64,5%, hasta que a partir del 2012 la radicalización del nacionalismo catalán impulsó el incremento constante de la participación para alcanzar el 21 de diciembre prácticamente el 82%. Los socialistas obtuvieron en 1980 poco más de 606.000 votos, 270.000 menos que en las generales y se vieron superados por la coalición de CIU, que consiguió prácticamente lo 753.000. El resultado de 1980 paralizó al PSC, inmerso además en un traumático proceso de unificación; y cogió a contrapié al PSUC, que estaba a su vez iniciando el sorprendente proceso de autodestrucción que, de ninguna manera, los resultados electorales avalaban ni podían presagiar (en 1980 retrocedió algo, poco en comparación con lo que le sucedió al PSC, y consiguió 508.000 votos, en torno a cinco mil menos que que el año anterior). El PSC rechazó la oferta de gobernar en coalición con CIU, que le hizo públicamente Jordi Pujol (la división interna socialista condicionó la respuesta) y ERC rechazó la opción de un hipotético primer tripartito de izquierdas, junto a PSC y PSUC, favoreciendo que el Gobierno de la Generalitat, y la mayoría parlamentaria que le respaldaba, quedara en manos del nacionalismo catalán durante más de dos décadas.

De la hipotética Cataluña de izquierdas que se esbozaba, por los resultados, en 1977, se pasó a la construcción de la autonomía por parte del nacionalismo; que se benefició enseguida del derrumbe de la UCD y de su dominio de la gestión institucional, solo limitada por la mayoría de la izquierda en los municipios del área metropolitana. La penúltima esperanza del PSC se produjo como consecuencia del éxito electoral arrollador de Felipe González y su propuesta de cambio en las elecciones de 1982, en las que en Cataluña superó el millón y medio de votos; sin embargo las autonómicas de 1984 no ratificaron aquel avance, limitándose a recuperar -y no del todo- el número de votos obtenidos en 1977 y 1979, mientras que CiU sumaba apoyos tanto de anteriores votantes de ERC como de los huérfanos de una UCD que había desaparecido. En esta segunda etapa, hasta 1999, se mantuvo invariable la frustración del PSC, que nunca conseguía movilizar a todo su electorado general en las autonómicas, frente a una CiU que mantuvo un electorado fiel, en torno a 1,2/1,3 millones, la mayoría parlamentaria y el Gobierno de la Generalitat, apoyado – siempre que lo necesitó- por ERC. La Cataluña autonómica fue políticamente configurada por el nacionalismo, desarrollando una gestión y un discurso hegemónico que en ningún momento pudo contrarrestar el PSC. El que era de hecho un bloque nacionalista (CIU+ERC) sumó de manera estable, en los tiempos de menor participación electoral, una cifra en torno al 1,5 millón de votos, que llegó a superar el 1,6 en las elecciones de 1995 al coincidir -de manera no habitual- el crecimiento simultáneo de ambas formaciones. Los vasos comunicantes entre ellas en sus bases sociales, eran -por otra parte -más sólidos que los que pudieran producirse entre ERC y la izquierda.

La izquierda catalana conoció una dura travesía. De frustración en el PSC. De división en el antiguo campo de los comunistas catalanes, el resultado de la cual se agravó con la crisis general de la izquierda comunista en los años noventa. En las elecciones autonómicas de 1999 Iniciativa per Catalunya Els Verds, ICV, tras su ruptura con Izquierda Unida y la formación en Cataluña de Esquerra Unida i Alternativa – coalición integrada por las sucesivas disidencias del PSUC, el Partit Comunista de Cataluya y el PSUC-viu- tocó fondo obteniendo solo 78.000 votos; mientras EUiA en solitario solo consiguió 40.000 y se quedó sin representación parlamentaria. Ese fondo se remontó, pero en todo caso, el antiguo espacio electoral comunista, que había partido del medio millón, solo pudo conseguir situarse, sumando unos y otros en coalición o dispersos, en la franja del cuarto de millón, para alcanzar en un nuevo salto en 2012 los 360.000 votos. Parte del antiguo voto comunista se reorientó hacia el PSC, ERC e incluso CIU. La frustración socialista no fue solo en el terreno electoral, fue sobre todo en el de la propuesta política. Quedó subordinado en la construcción del estado autonómico a la hegemonía nacionalista, debilitado por las divisiones entre el liderazgo del partido y el liderazgo municipal, en particular el de Barcelona, y coartado en el desarrollo de una propuesta socialdemócrata propia por el giro del «liberalismo social» de los gobiernos de Felipe González. El PSC dejó de ser, como lo fue entre 1977 y 1982, un partido «del cambio» en términos de política general; limitado a desarrollar, si acaso, su reformismo social en el ámbito municipal.

El inicio del declive de CIU, abrió una oportunidad tanto para el PSC como para ERC. De ella nació la formulación de una propuesta alternativa, el Tripartito, que gobernó la Generalitat entre 2003 y 2010, en un proceso turbulento que no llegó a cuajar. No sólo es que el nuevo Estatuto se enfrentara a una dura oposición en España, que resultara recortado por el Tribunal Constitucional abriendo un conflicto institucional; es sobre todo que no modificó, en absoluto, las líneas generales de la construcción nacionalista de la autonomía catalana, aceptándola en sus líneas maestras: ni se impulsó una nueva ley electoral, ni se abordaron las consecuencias de la terciarización precaria de la economía y el retroceso industrial – sancionado al alimón por los gobiernos de Jordi Pujol (el historiador Jordi Nadal se cansó de insistir en ello, predicando en el desierto) -, ni se rectificó la orientación nacionalista de los medios de comunicación públicos y de los privados subvencionados,…Resultó para la izquierda un tiempo perdido, tanto más que la reducción de las disponibilidades presupuestarias y la incidencia de la crisis tampoco permitieron disimular el fracaso con alguna gestión económica expansiva; alguna de las medidas más positivas, la ley de barrios promulgada en junio de 2004 y que benefició a un centenar y medio de ellos en toda Cataluña, quedó por otra parte interrumpidas, y olvidadas en la memoria de la gestión política, por su interrupción así que CIU recuperó el Gobierno de la Generalitat.

Sorprendentemente, el PSC e ICV abandonaron el desarrollo de toda la política comunicacional y educativa, de toda la gestión del discurso simbólico, en manos de ERC, que en estos campos fundamentales para la configuración de la hegemonía social y política formaba parte del mismo campo nacionalista que CIU. El Tripartito acabó pronto, sumando dos legislaturas improductivas por lo que se refiere a una política de cambio respecto a la etapa convergente, con un balance absolutamente estrepitoso para su principal promotor, el PSC que entró en crisis de identidad, de liderazgo y de apoyo social reflejado en la caída tanto del voto en las autonómicas como en las generales; su paso por el Gobierno de la Generalitat no consiguió movilizar políticamente, en su favor y el del sistema autonómico, a todo el conjunto del electorado que conseguía en las generales, señal de que no estaba gobernando en Cataluña de manera que éstos sintieran que fuera en su beneficio. En el segundo mandato del Tripartito se desencadenó la crisis económica, pero antes de ello el PSC ya había perdido peso social y político en Cataluña, pasando del poco más del millón de votos conseguidos en las autonómicas de 1999 y 2003 a conseguir, rascado, ochocientos mil en 2006. Durante algún tiempo pareció que el PSC iba a repetir la dinámica autodestructiva del PSUC, al reducir su apoyo electoral a un escaso medio millón, por cierto ahora repetido tanto en las elecciones catalanas como en las españolas. Después de haber llegado por fin a la cima, caer tanto y tan rápido obligaría a reconsiderar que se había estado haciendo allá arriba.

El declive de CIU y el batacazo del PSC han coincidido con una acumulación de problemas generales. El estallido de la burbuja económica y la absolutamente inadecuada respuesta del Gobierno Zapatero; el agotamiento del pacto territorial autonómico, agravado por la respuesta neocentralista del PP; la crisis general de la izquierda en Europa y el desequilibrio entre el eje social y el eje nacional en beneficio de este último….No pretendo hacer el recuento de los ingredientes de la tormenta que venimos viviendo desde el segundo lustro del siglo. Por otra parte, es obvio que todo ello se ha sumado a las líneas de declive, o de insuficiencia, anteriores para agravar la crisis de las formaciones políticas dominantes, el desapego a ellas de las generaciones más jóvenes – las que padecen más los efectos de esa tormenta- y la emergencia de respuestas que en el ámbito social y también en el nacional se configuran – o han querido hacerlo – en términos de ruptura o de sustitución. El cuadro de correlaciones de las dos últimas décadas del siglo XX se ha visto sacudido por la irrupción de las movilizaciones del descontento social, desde las movilizaciones contra la guerra de Irak hasta las movilizaciones del 15 M y contra los desahucios, que han sido el período de formación política de la generación que ha protagonizado la construcción de nuevas alternativas. Propuestas residuales hasta hace poco se han reactivado y fortalecido, encontrando en el eje nacional un territorio de menores incertidumbres que el social, castigado por la crisis -si no quiebra- al propio tiempo de la propuesta comunista y la socialdemócrata en el final del siglo XX. En Cataluña las pulsiones de ruptura se han materializado en la emergencia de un independentismo radical, que se autoimagina revolucionario, y de un populismo de izquierda, de inspiración lacluaniana , que aspira a ser la alternativa histórica al comunismo tradicional. Las de sustitución: en la reactivación por un lado de ERC, después de dar por clausurada su estrategia de frente social (la del Tripartito) para recuperar la histórica del frente nacional, y de manera general en el abandono del soberanismo posibilista por un independentismo (que busca también su opción «posible»); y en la emergencia de una formación antagónica al auge del nacionalismo catalán y en particular al de su tránsito al independentismo activo, Ciudadanos, convertida en refugio electoral de gran parte de los que rechazan ese independentismo. El perfil propositivo de Ciudadanos, más allá de la reivindicación del españolismo democrático, está por fijar por completo, más allá de la clara orientación liberal que ha adoptado tras su irrupción en la política general española; y juega todavía a dos sustituciones, al menos en el terreno de la ocupación de espacios de mayorías, en Cataluña a sustituir al PSC y en el resto de España a hacerlo respecto al PP.

La última etapa, la que estamos viviendo desde que en 2012 CIU decidiera buscar la superación de su declive y el error táctico de su entusiasta adhesión inicial a las respuestas neoliberales a la crisis, en el salto adelante de la confrontación con el estado y el aval al independentismo «posible», está en plena turbulencia inicial. Imposible predecir su característica definitiva, su desenlace estable; sin embargo, lo ocurrido entre 2015 y 2017, jalonado por las dos elecciones plebiscitarias de hecho y las decisiones políticas tomadas entre ellas, permiten formular algunas conclusiones parciales y provisionales (continuará).

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.