«No se echa vino nuevo en odres viejos porque el vino nuevo hace que se revienten los odres, y se pierden tanto el vino como los odres». Marcos, 2, versículo 22. La Convocatoria a una Asamblea Nacional por la Democracia y la Soberanía Nacional (ver pág. 8), no significa cambio alguno en la estrategia de […]
«No se echa vino nuevo en odres viejos porque el vino nuevo hace que se revienten los odres, y se pierden tanto el vino como los odres». Marcos, 2, versículo 22.
La Convocatoria a una Asamblea Nacional por la Democracia y la Soberanía Nacional (ver pág. 8), no significa cambio alguno en la estrategia de acumulación de fuerzas antineoliberales. Desde hace quince años esa «estrategia» cosecha fracaso tras fracaso, y éstos contribuyen a profundizar la crisis de la Izquierda chilena. En efecto, en vísperas de cada evento electoral, la llamada «Izquierda extraparlamentaria» levanta un referente «amplio» que sólo cambia de nombre pero no de contenido ni de actores . De manera invariable ese referente da a conocer una propuesta que anuncia «un proceso histórico» que se proyectará «más allá de la coyuntura electoral». Sin embargo, se trata sólo de buenas intenciones, porque el material en la construcción del referente es puro engrudo electoral. Así ocurrió con el Pais, la Izquierda Unida y el Mida, que no lograron «sobrevivir a sus magros resultados», como bien recuerda el Taller de Análisis de Coyuntura Ical en El Siglo (22 de abril de 2005) .
El Partido Comunista es el infatigable articulador de estos esfuerzos para llamar a la contienda desigual a otros grupos políticos que «o están en proceso de reconstrucción o son fracciones de sus configuraciones originales, dicho esto con el mayor de los respetos» (Análisis de Ical, id.). Además, «entre la constelación de movimientos sociales hay algunos con indiscutible arraigo y representación, pero otros son poco más que la sumatoria de representaciones personales» (id.). La tozudez del PC merece un premio a la tenacidad, pero esa línea de construcción de fuerzas ha demostrado su inutilidad y ya es hora de someterla a la crítica. Las potenciales fuerzas del cambio social -carentes de una verdadera alternativa- no pueden seguir siendo arrastradas indefinidamente a la derrota y al desaliento. El problema consiste en que en esa estrategia predomina una visión cortoplacista más vinculada a intereses institucionales partidarios que a los del movimiento social. Lo electoral -que para un partido puede ser una prioridad que subordina todo lo demás- es para el movimiento social la culminación de un largo proceso para concientizar, organizar y conducir numerosas batallas y ganar la mayoría (no sólo un tercio) del respaldo popular. Las elecciones pueden ayudar a ese proceso, siempre que se inserten en una estrategia que consolida el poder del pueblo desde la base. Las coyunturas electorales son episodios dentro un largo proceso social, político, ideológico y cultural que en Chile está aún muy retrasado. El proceso pierde su derrotero cuando la superestructura política le impone sus propias reglas y urgencias.
El PC -y el mosaico político que junta a su alrededor- insiste en entregar una propuesta que supone será acogida por las masas. Presume que existen -por las condiciones objetivas que genera el modelo neoliberal- amplios sectores dispuestos a apoyarla. Pero se dirige a un sujeto social y político que no existe. El receptor del mensaje es una población despolitizada que además se encuentra fragmentada en miles de organizaciones. El movimiento social todavía no se ha dotado de la brújula política que oriente y unifique sus soterrados anhelos de justicia social y democracia participativa. A esto se debe que los cantos de sirena del consumismo y el individualismo encuentren adhesión mayoritaria en los ocho millones de chilenos que votan. Desde 1989, se viene confirmado en cada evento electoral. Seguramente lo mismo ocurrirá en las elecciones de diciembre. A eso se debe, por otra parte, que dos millones y medio de ciudadanos no quieran inscribirse en los registros electorales. No creen en el sistema y les da lo mismo quiénes gobiernen.
Chile se ha convertido en un país ajeno para una mayoría indiferente al acontecer político, determinado, a fin de cuentas, por una oligarquía de poder en la que participan las cúpulas partidarias. Los contenidos, plazos y metas de una estrategia de acumulación de fuerzas para el cambio social, necesariamente -sobre todo en un país con una Constitución espúrea- tienen que realizarse poniendo medio cuerpo fuera de la institucionalidad. Su objetivo es una Asamblea Constituyente que elabore y plebiscite una Constitución que asegure la igualdad de derechos y oportunidades, y el cambio del modelo de economía de mercado. Los partidos políticos, a diferencia del movimiento social, están obligados a ceñirse a la institucionalidad de la que forman parte. Por ejemplo, a presentar candidatos a diputados y obtener el mínimo de 5% que asegura su matrícula legal. Es legítimo -desde ese punto de vista- que los dos partidos legales que hacen parte de la Convocatoria que comentamos -Comunista y Humanista-, se las arreglen para conservar su legalidad. El PC (5,22% en 2001) y el PH (1,13%), afrontan una coyuntura difícil. Todo indica que la Concertación ganará en forma holgada en diciembre. Si la candidata es Michelle Bachelet recibirá una alta votación de sectores progresistas y democráticos que hacen parte de la Izquierda en cuanto sus aspiraciones de equidad social. Esa votación «chorreará» en favor de los candidatos a parlamentarios del bloque de gobierno. Sin duda, más adelante vendrá el desengaño, como sucedió con Lagos. Pero si entretanto no hay un trabajo paciente para rescatar la conciencia de la mayoría ciudadana, el fenómeno volverá a repetirse una y otra vez. Es evidente que Chile necesita una alternativa al neoliberalismo de la Concertación y la derecha. Hace cuatro años, en abril de 2001, nació una esperanza: la Fuerza Social y Democrática. Por su vigencia vale la pena citar su manifiesto El Chile que queremos: «Es urgente construir una fuerza político-social de carácter nacional, democrática, unitaria, solidaria… Después de un siglo de vida política, en nuestro país, para muchos, la sola militancia partidaria no da el ancho ni el espacio para la construcción de una sociedad mejor… Queremos construir un gran movimiento político-social amplio, que se plantee rescatar y dignificar la política como un servicio social ciudadano, cuyo fundamento principal sea fortalecer la expresión social en lo político».
En la coyuntura actual, la FSD intentó convencer al PC, PH y demás grupos que se llamara a una consulta popular abierta para elegir al candidato presidencial. Eso habría marcado una diferencia respecto a anteriores experiencias. Pero la propuesta fue rechazada. Hay que suponer que al candidato lo designará una «mesa» de dos patas, tal como hizo el Mida en 1993. Es lamentable lo ocurrido esta vez, porque la consulta popular habría hecho realidad principios básicos como la participación democrática, el plurarismo, etc., que pertenecen a la matriz ideológica de una estrategia de cambio social verdadera. Sin embargo, la FSD aceptó suscribir la Convocatoria, lo que constituye un grave error. No obstante, en términos «históricos» reales, lo anterior tiene poca importancia. Lo que de verdad importa es la tarea de reconstruir una Izquierda pluralista que incorpore a los nuevos actores sociales y sus demandas, y que represente con fidelidad a las generaciones que colocarán a nuestro país en la corriente que hoy gana fuerza en América Latina en abierto desafío al imperio.
Hace casi doce años, a raíz del decepcionante resultado electoral del Mida (4,7%), Punto Final (Nº 306) publicó un editorial titulado «La Izquierda en tiempo de poda». Sosteníamos algo que hoy volvemos a suscribir: «La Izquierda chilena -a 20 años del golpe de Estado (hoy tendríamos que decir 32 años)- sigue afrontando dificultades para reorganizar sus filas y levantar una alternativa política. Se trata de la prolongación de una crisis cuya constante es la carencia de una estrategia de poder coherente y adecuada a la realidad del país y del mundo… La perspectiva principal de superación de la crisis pasa por una reestructuración política y orgánica que permita modificar los métodos de trabajo, haciéndolos participativos y democráticos, abiertos a la creatividad y a la innovación y que facilite la promoción de nuevos liderazgos. Esto ayudaría a una actualización ideológica profunda para una Izquierda muy retrasada en ese aspecto. La gazmoñería política que reina en nuestro medio, así co mo la rigidez de instrumentos partidarios avejentados, harán imposible alcanzar tales objetivos en breve tiempo. Imponer respuestas cupulares, apresuradas y artificiales, por otra parte, sería un grave error que empeoraría la crisis. Se necesita un período de discusión y debate en la base social que permita generar democráticamente acuerdos y líneas de acción. Estos deben representar una voluntad popular y ser la opinión de cientos de miles de chilenos que acompañan a la Izquierda contra viento y marea, a pesar de los descomunales errores que comete la dirección del movimiento». Se necesitan ideas frescas para superar la senilidad política. Hay que entender que el viejo modelo se agotó. La Izquierda tiene que echar el vino nuevo en odres nuevos si quiere construir la alternativa
Manuel Cabieses Donoso es director de la revista Punto Final