(En julio me pidieron un artículo sobre «la izquierda» actual desde la sección de opinión del periódico Berria. Enviado el 24 de julio, ha sido publicado en agosto. Esta es la traducción de la versión original en euskera, que también se puede consultar en el blog «Komunzki»: https://www.argia.eus/blogak/ignazio-aiestaran/2018/08/13/ezkerra-kapitalaren-aurrean/). La verdad no lo es todo en […]
(En julio me pidieron un artículo sobre «la izquierda» actual desde la sección de opinión del periódico Berria. Enviado el 24 de julio, ha sido publicado en agosto. Esta es la traducción de la versión original en euskera, que también se puede consultar en el blog «Komunzki»: https://www.argia.eus/blogak/ignazio-aiestaran/2018/08/13/ezkerra-kapitalaren-aurrean/).
La verdad no lo es todo en política, pero sin verdad no hay política material real. En los últimos días la periodista Lauren Wolfe ha difundido el siguiente mensaje en las redes digitales: «Si alguien dice que está lloviendo y otra persona dice que está seco, tu trabajo no es citar a ambas personas. Tu trabajo es mirar por la puñetera ventana y descubrir cuál es la verdad». Esta cita nos describe bien cuál es la situación actual en los grandes medios de comunicación hegemónicos, tanto en los públicos como en los privados. En las tertulias mediáticas se ha puesto de moda la presencia de un supremacista xenófobo, o la aparición de contertulio machista, o la de un ultraliberal, como si así fuesen más democráticas. Lo que han conseguido con ello no es la democratización del conocimiento, sino que cualquier debate se haya escorado hacia la extrema derecha. Al lado de la opinión de un fascista la de un liberal parece más natural y normal, sin advertir que ambos se refuerzan mutuamente en el mismo sistema (de aquí surgen algunas falsas elecciones, como «Macron o Le Pen», tal y como hemos visto en el caso del barco Aquarius). Fascismo y liberalismo son dos caras de la misma moneda en la hegemonía económica que margina las demás opciones. Por supuesto, a estos medios de comunicación nunca se invita a un comunista, ni tampoco a una marxista. El capital sabe bien cómo marginar y seleccionar lo que le interesa.
A la vista tenemos el resultado de todo este proceso. Después de relegar la verdad, todos los días se escuchan los tópicos más crueles en los medios de comunicación: racistas, machistas, fascistas, clasistas. Y todo en el nombre de la democracia. La izquierda mediática y política ha entrado en este juego cruel hace tiempo, a caballo entre la socialdemocracia liberal y el populismo sin distinciones. En una ciudad que tiene alrededor de veinte mil habitantes, pongamos por caso, un ayuntamiento del denominado «cambio» ha pintado una frase en una pared de la calle sobre un arco iris multicolor: «La diversidad enriquece». Semejante expresión resume la banalidad del multiculturalismo, como si la política fuese un museo de opiniones y objetos que valen por igual. Cuando se dice que la diversidad enriquece, se produce un trasvase de la antropología o de la etnografía a la política, como si fuesen equiparables o del mismo valor. Ese trasvase es un error, pues deshace cualquier crítica cultural y política. Con ello el campo político se angosta, se impulsa el espectáculo de los sentimientos bajo un falso democratismo sin fundamento y se atomiza la razón en individualismos e identidades. En el campo político no es verdad que la diversidad siempre enriquezca. En el espectro político lo que enriquece es la constitución de derechos con carácter universal, los cuales pueden ser plurales, pero sin caer en la diversidad etnográfica o mediática: el derecho universal al matrimonio entre homosexuales, el derecho universal al aborto libre y gratuito, el derecho universal a la vivienda, por ejemplo.
La izquierda actual le tiene miedo a la universalidad. Tras marginar la verdad y despreciar la universalidad, tenemos un vencedor: el capital. El capital tiene incorporada la tendencia a ser universal. Tanto en el imperialismo de ayer como en la globalización de hoy encontramos la misma propensión universalista del capital. Esta tendencia hacia un nihilismo que destruye cosas y vidas unifica el mundo. Para ello la clase del capital tiene a su disposición su propia Internacional: el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, el Banco Central Europeo, la Organización del Tratado del Atlántico Norte, entre otros organismos -esas instituciones no se presentan a las elecciones habituales, no tenemos ninguna opción de votar a esos patrones y superiores-. Con la intención de defender a la clase trabajadora y reducir la fuerza del capital, en el pasado se creó la Internacional. En el momento actual, sin embargo, solo tenemos la Organización Internacional del Trabajo, que no es equiparable. El sindicalismo se nos aparece dividido. Solo tenemos que mirar el 1 de Mayo. Eso por no mencionar a algunos sindicatos históricos que no muestran ningún interés de clase. Asimismo, en la huelga global contra la corporación gigante de Amazon -al principio en Francia e Italia, después en España, Alemania y Polonia- observamos a una izquierda parlamentaria tímida y pusilánime, dando algo de apoyo emocional y poco más, siendo Jeff Bezos el más rico del planeta.
Una cooperativa aquí, una casa ocupada ahí, un ayuntamiento del cambio allí, pero la Internacional de la clase del capital sigue adelante. Si miramos el gráfico de los salarios reales en Europa, descontado el efecto de la inflación, casi no han crecido desde la década de los años 80, aunque se aprecien altibajos en la cronología. En este proceso global el Reino de España es una muestra clarísima: el Régimen del 78 es el sistema de acumulación del capital por medio de una monarquía centralista. Mientras tanto, el gobierno del «cambio» ha publicitado que se han creado más empresas en territorio navarro estos tres años, callándose la bajada de sueldos de los últimos años. Este es el techo de cristal del imaginario progresista cambiante, a la espera del Tren de Alta Velocidad, sin transformar, ni socializar los medios de producción y financiación del capital. Cambiar no es transformar. Y a pesar de todo, el viejo topo de la historia universal sigue vivo.
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