Ulises (Odiseo para los helenistas: de ahí que el antiguo poema griego que narra sus aventuras lleve el título de “Odisea”) es, según los expertos en crítica literaria, el primer “superhéroe” cuya superioridad no radica en la fuerza bruta, sino en esa variante retorcida de la inteligencia práctica que se conoce como “astucia”.
Por eso sus hazañas están más cerca de los argumentos a ras del suelo propios de una novela que de las deslumbrantes gestas propias de la epopeya (algo, por cierto, que también se podría decir del hispánico “Cantar de Mío Cid”, cuyo personaje epónimo tiene mucho más de Ulises que de Aquiles, mal que le pese a la mitomanía patriótica).
Pues bien, entre las hazañas del señor de Ítaca hay dos que han retenido especialmente la atención de quienes han seguido a lo largo de los siglos la narración de sus peripecias: el peligroso encuentro con las sirenas (que, por cierto, no eran féminas con cola de pez, sino aves con cabeza de mujer) y el no menos riesgoso paso del estrecho guardado, a uno y otro lado, por los monstruos Escila y Caribdis (inspirado, con casi total seguridad, en el estrecho de Mesina, de difícil tránsito para los esquifes de aquella remota Antigüedad). De ambas aventuras se ha hecho profuso empleo, por ejemplo, en el lenguaje de la política: expresiones como “ceder a cantos de sirena” o “eludir la amenaza de Escila para caer en las garras de Caribdis” son expresiones que, en diversas variantes, aparecen recurrentemente en la oratoria de políticos y periodistas con cierto nivel cultural (o prurito de aparentarlo).
La izquierda en el estrecho
Viene todo esto a cuento de la difícil situación en que, pese a las ensoñaciones de algunos aspirantes a asaltar los cielos, se encuentra hoy la izquierda española. No se trata ya del evidente retroceso de la izquierda a escala mundial ante la ofensiva neoliberal iniciada en los años ochenta del siglo XX, ofensiva que redujo progresivamente la mayoría de los partidos comunistas a la insignificancia y despojó a la mayoría de los partidos socialdemócratas de gran parte de las virtudes a las que responde la primera mitad de su nombre. Todo eso lo damos ―lamentablemente― por supuesto y casi, casi, amortizado. Lo que aquí y ahora plantea peliagudos problemas a la izquierda remanente (con todas las comillas que se le quieran poner al vocablo “izquierda”) es su aparente incapacidad para navegar sin naufragar entre los bramidos de la derecha clásica española y los cantos de sirena de los nacionalismos periféricos, que no por oponerse en este punto a la derecha son ellos mismos de izquierda, por mucho que alguno que otro lleve la foto de Trotski en la cartera (junto a la Visa oro, por supuesto).
Es decir, haciendo un mejunje con las mencionadas figuras mitológicas, la izquierda española (empleo a conciencia un adjetivo que seguro que a ciertos sectores de ella les molesta) parece demasiado a menudo preocupada únicamente, mirando a estribor, por la Escila falsamente patriótica (falsamente, digo, porque si lo fuera de verdad, no vería inconveniente en las políticas sociales redistributivas encaminadas a reforzar la cohesión interna del país, cohesión cuyo principal enemigo es el mantenimiento y crecimiento de las desigualdades socioeconómicas, como ya reconoció Platón en la República), mientras sitúa erróneamente a las sirenas en Caribdis, pero sin ver necesidad alguna de atarse al palo de la nave para no ceder a sus halagüeños cantos, con letras del tipo: “Acabemos con la monarquía impuesta por Franco”, “Liquidemos el oprobioso régimen del 78, burda tapadera del Ibex 35”, “Multipliquemos las soberanías (por 8, como mínimo)”, “Hagamos efectivo el derecho a decidirlo todo (sexo incluido)”, etc.
Es un fenómeno bien conocido por los psicólogos que, cuando una psique (humana o animal en general) se ve sometida a dos estímulos del mismo signo (positivo o negativo) pero mutuamente incompatibles, el comportamiento resultante variará con arreglo a la pauta siguiente: si ambos estímulos incompatibles son de signo positivo, es decir, si ejercen atracción sobre el sujeto, éste se decantará rápidamente por aquél cuya fuerza atractiva sea mayor; pero incluso en el caso de que esa fuerza sea equivalente, la decisión no se hará esperar: bastará que se dedique algo más de tiempo, por poco que sea, a considerar uno cualquiera de los estímulos para que el sujeto se decante por él. El presunto equilibrio motivacional entre estímulos positivos es, pues, inestable (de ahí lo absurdo de la hipótesis presentada por el filósofo escolástico medieval Jean Buridan, según la cual un asno tan hambriento como sediento, situado a igual distancia de un pesebre y de un abrevadero, moriría de hambre y de sed por ser incapaz de decidirse entre comer o beber). En cambio, cuando los estímulos son negativos (provocan rechazo), sí puede darse un equilibrio estable entre ambos en el sujeto que debe decidir al respecto: en efecto, aun cuando la fuerza repulsiva de los estímulos sea desigual, el simple hecho de considerar el menos repulsivo hará automáticamente aumentar su rechazo, por lo que el sujeto tenderá a la indecisión.
En el caso que nos ocupa, el de la izquierda obligada a navegar entre dos opciones presuntamente excluyentes, se desprende de lo dicho en el párrafo anterior que, si reconociera por igual la peligrosidad de ambos escollos, tendería, como hizo Ulises, a navegar a igual distancia de ambos. Si, por el contrario, se acerca más al uno que al otro, es que no cree verlos tan igualmente peligrosos como los vio el astuto héroe. Y de ahí a estrellarse (o hacerse destrozar, que es lo que ocurría en el mito con los navegantes incautos) no hay más que un paso.
Lo blanco, lo negro y lo gris
Ahora bien, puestos a ver diferencias y calibrar riesgos, reconozcamos que los mitos, en la medida en que son simplificaciones de la realidad, no se pueden tomar al pie de la letra (seguro que eso mismo estará pensando el improbable lector de izquierda nacionalista, indignado sin duda contra lo leído hasta aquí). Pues sí, es verdad: ambas cosas son verdad. Es verdad que en la Caribdis desde donde acechan separatistas y anti-constitucionalistas de toda laya se iza de vez en cuando alguna que otra bandera atractiva para quienes desean combatir las desigualdades sociales (aunque por lo general se trata de meros señuelos). Y es igualmente verdad que no todo lo que la derecha le critica al gobierno impíamente llamado “social-comunista” (“bolchevique” tampoco es infrecuente, aunque huele más rancio que el linimento Sloan) es indigno de ser criticado. Sin ir más lejos: la propuesta de sustituir por una mayoría simple el requisito de los tres quintos para el nombramiento de la porción del Consejo General del Poder Judicial que compete elegir al Congreso era (y digo “era” porque parece retirada o en suspenso) una barbaridad que arrojaba diluvios sobre el mojado terreno de la politización partidista de la Justicia en este país. Por no hablar del “gesto” de eliminar la explicitación del carácter vehicular del castellano en la enseñanza (jurídicamente hablando no pasa de “gesto”, pues hay jurisprudencia de sobras para garantizar que, como lengua oficial que es, el castellano no puede dejar de ser vehicular; pero políticamente es inevitable que levante ampollas), gesto perpetrado en el borrador de la nueva ley de educación (la enésima, como es costumbre en este país, en que la producción de legislación educativa es inversamente proporcional a los resultados educativos).
De manera que el navegante de izquierdas hará bien en distanciarse de uno y otro escollo lo necesario para no partirse el casco contra ninguno de ellos, aunque la melodía cantada por las sirenas suene a ratos atractiva en uno u otro peñasco (puestos ya a tergiversar el mito, hagámoslo hasta las últimas consecuencias, y que nos perdone Homero: al fin y al cabo, como dice Horacio, al aedo de Esmirna también de vez en cuando le vencía el sueño y se le iba el cálamo).
Lo que de momento no parece tener remedio es que a la izquierda que quiere imitar a Ulises le pase como al héroe homérico: que vaya perdiendo barcos y marineros hasta quedarse solo. Así que démonos con un canto en los dientes si a duras penas llega a poner pie en Ítaca. Lo de matar a los pretendientes ya ni soñarlo. Y que Zeus se apiade de la fiel tejedora Penélope, esa sufrida imagen del sufrido trabajador medio.
Fuente: https://www.cronicapopular.es/2020/11/la-izquierda-ulises/