Ocurrió el jueves en el programa «Por la mañana» de Televisión Española. Los conductores del mismo, Manuel Jiménez e Inés Ballester, informan brevemente la decisión de la Audiencia Nacional de mantener la prisión del preso vasco Iñaki De Juana. Apenas aportan algún dato sobre un tema que, obviamente, no les resulta cómodo. Jiménez, de hecho, […]
Ocurrió el jueves en el programa «Por la mañana» de Televisión Española. Los conductores del mismo, Manuel Jiménez e Inés Ballester, informan brevemente la decisión de la Audiencia Nacional de mantener la prisión del preso vasco Iñaki De Juana. Apenas aportan algún dato sobre un tema que, obviamente, no les resulta cómodo. Jiménez, de hecho, por todo comentario, anima a esperar las razones que hayan podido tener los jueces.
Pero el programa debe continuar, pensó tal vez Jiménez antes de encarar el primero de esos dramas humanos de los que se ocupan habitualmente como, por ejemplo, el caso de la familia de un joven gallego muerto a puñaladas y que careciendo de recursos para que se haga justicia, necesita ¡un abogado!
Otra vez la justicia como protagonista. Los oigo y pienso en la figura del abogado de oficio, en la necesaria asistencia del Estado, en la imposibilidad de una real justicia si su desempeño depende de que haya recursos para procurarla, pero Jiménez me saca de dudas y pide a la audiencia un abogado que quiera hacerse cargo del caso.
Y no termina ahí la cosa. Siguiente suceso. Un guardia civil retirado que había entrado armado de una pistola y un cuchillo en un bar de su localidad, creo que en Andalucía, dispara y mata a un parroquiano, hiriendo a la dueña del bar, a su hijo y a otra persona. La defensa del acusado solicita se considere su enajenación mental. «Oyó una voz que le instaba a disparar y, además, pensaba que le estaban echando veneno en el vaso».
La justicia condena al «enajenado» a un sanatorio mental.
Cambio de canal pero no de protagonista. De nuevo la justicia, la flamante justicia, en esta ocasión, de la mano del juez Garzón que resuelve prohibir las protestas contra la sentencia de declarar terroristas a organizaciones vascas que ni disponen de armas ni practican la lucha armada. En todo caso, uno creía que el derecho a disentir y a la protesta era constitucional y no estaba sujeto al arbitrio de ningún juez, pero ocurre que no, que entre las atribuciones de la justicia también hay que considerar su derecho a permitir o prohibir manifestaciones, concentraciones, actividades sociales, medios de comunicación… incluso, determinar con quién nos podemos reunir o hablar. El 30 de este mes el propio lendakari tendrá que responder ante la justicia por haberse reunido y hablado con Otegi, otro ciudadano vasco.
Y no hace ni días que leía, reconozco que sin ningún asombro, que Rafael Vera, el último pistolero del Estado puesto en libertad (entre los escasos que pisaron un tribunal) vive en una finca que le fuera intervenida por la justicia. Otro ex convicto, entre otros cargos, por torturas, secuestro y asesinato, el general Galindo, ahora se dedica a la literatura y, al parecer, con notable éxito, para que confirmen algunos descreídos hasta que punto la cárcel rehabilita.
Y todavía me duelen los oídos recordando al actual ministro de Justicia, como si ésta fuera aleatoria, declarar que instrumentaría nuevos cargos a los miembros de ETA que cumplieran sentencia, de manera que todas sus condenas, no importa a cuantos años ascendieran, fueran perpetuas.
La misma justicia que, en estos días en que se cumple el trigésimo aniversario del crimen de la calle Atocha, todavía ni sabe ni le importa qué ha sido de los asesinos de los cinco abogados laboralistas. La misma que consiente y alienta la tortura en comisarías y cárceles.
Nadie lo ha expresado mejor que Valle-Inclán en sus Luces de Bohemia, cuando Max Estrella, «poeta ciego de odas y madrigales» «que vive de hacer versos y vive miserablemente», nos muestra en su calvario por Madrid el «trágico esperpento» de una España «desgreñada y macilenta», «cuya leyenda negra es su propia historia», «el dolor de un mal sueño», «un corral donde el sol es, y no siempre, el único bien», esa España de «ladinos, guindillas y fantoches», «en la que los bizarros coroneles se caen de los caballos hasta en las procesiones», donde gobierna «el rey de Portugal» y es «marquesa del Tango», Enriqueta la Pisa-Bien.
-«En España todo lo manda el dinero» -dice el preso en Luces de Bohemia.
-«En España se premia el robar y el ser sinvergüenza» -apostilla el sepulturero.
-«Los que tienen a su cargo -afirma Max Estrella- la defensa del pueblo son al mismo tiempo sus verdugos», «¡y a eso llaman justicia los ricos canallas!», mientras las leyes reposan en «carpetas de badana mugrienta» y la autoridad es un «pollo chulapón de peinado reluciente» que se pasea y dicta: «Aquí no se protesta» (Serafín); «habrá que darle para el pelo» (Capitán Pitito); «Se la está ganando» (Guardia).
Hasta que al final pregunta el preso «van a matarme… ¿qué dirá mañana esa prensa canallesca?».
-«Lo que le manden», le responde Max.