Me entero de la muerte de Mariano Gamo. Su nombre no dirá mucho a millones de personas en un país en el que llevamos décadas sometidos al olvido programado de nuestro pasado, al empeño insensato de repetir todos y cada uno de nuestros errores, con afán desmedido, con ignorancia vocacional.
Ignorancia de cuanto ocurrió en aquella difícil, ilusionante, decepcionante, irrepetible, dura y apasionante Transición de la dictadura franquista a una democracia que aunque no tocó los poderes económicos construidos al calor de la corrupción del Régimen, sí abrió las puertas a libertades y a espacios de encuentro y diálogo. Nada perfecto, nada desdeñable, nada que podamos despreciar alegremente hoy.
Mariano Gamo fue uno de aquellos actores que desde su parroquia de los extrarradios, siguiendo las huellas pioneras del padre Llanos en el Pozo del Tío Raimundo, construyó comunidades cristianas de base, democráticas y empeñadas en traer la libertad y conseguir un puñado de derechos laborales y sociales. Su parroquia recibió el nombre de Casa del Pueblo de la Iglesia.
Conocí muchos curas de barrio que trabajaban en las obras, siguiendo los pasos de Paco García Salve, uno de los detenidos un 24 de junio en un convento de los padres Oblatos de Pozuelo de Alarcón y juzgados, hace 50 años, en el proceso 1001, por formar parte de la cúpula de las clandestinas CCOO.
No faltaban los que estudiaban para ser abogados, laboralistas por supuesto, o criminólogos, o aquellos que comenzaban a dar clases en un centro educativo. Conocí sacerdotes de órdenes religiosas que comenzaron a visitar parroquias de barrio y se quedaron, como José María Díez-Alegría, junto al también jesuita y tocayo José María de Llanos. Para nosotros, eran leyenda.
Algunos terminaron por cambiar la vida religiosa por la profesional como sanitarios a la manera de Gamo, como abogados, a la manera de García Salve, o en la docencia, como el que fuera mi profesor y luego Alcalde socialista de Villaviciosa de Odón, perseguido durante años por combatir la corrupción de poderosos constructores. Luego llegaría el Tamayazo.
Mariano Gamo era uno de aquellos curas comprometidos, a los que quisimos olvidar por el camino, como olvidamos a los cantautores. Mariano, hijo de un fusilado por los rojos durante la guerra, descubrió en Moratalaz la necesidad de combatir la dictadura y abrir las alamedas de la libertad.
Como buen profeta, hablaba de esas cosas, denunciaba las injusticias y predicaba un mundo mejor. Por hacer esas cosas sufrió amenazas, recibió palizas y fue condenado a pena de cárcel. Los años sesenta comenzaron con algunos intentos de apertura de un régimen que quería lavarse la cara en Europa, pero terminaron con golpes brutales que intentaban frenar lo incontenible.
Curas como Gamo, siguiendo los pasos de su maestro José María de Llanos, se implicaron en política y, al igual que aquel se afilió al Partido Comunista, Mariano Gamo terminó compartiendo carnet con mujeres como Paca Sauquillo, en organizaciones maoístas como la ORT. Ella fue la encargada de defenderle en el proceso que le condujo a la cárcel. Paca acabó en las filas del PSOE y Mariano en las del PCE.
El hermano de Paca, Francisco Javier Sauquillo, fue uno de los cinco abogados asesinados el 24 de enero de 1977 en el despacho laboralista de la Calle Atocha. Con ella y con su cuñada Lola González Ruiz, esposa de Francisco Javier, he compartido muchos momentos en la Fundación Abogados de Atocha que propuse crear a nuestras CCOO de Madrid en el Congreso celebrado en 2004, justo después de los trágicos atentados terroristas del 11-M en los trenes que venían a Atocha.
Mariano fue diputado de Izquierda Unida en la Asamblea de Madrid en los años 90. Su andadura política de esos años creo que queda bien reflejada en una noticia de aquel día 1 de mayo de 1998, en el que cuatro diputados de Izquierda Unida, Mariano Gamo, Carlos Paíno, Luis Miguel Sánchez Seseña y Juan Ramón Sanz, fueron citados ante el juzgado por autoinculparse como okupantes del Centro Social El Laboratorio, junto a gentes tan diversas como Javier Sádaba, Pilar Bardem, Juan Genovés, o Alfonso Sastre entre otros muchos.
Luego Mariano volvió al trabajo, al partido, al sindicalismo. Con él he compartido momentos en las CCOO de Madrid, en la defensa de la sanidad pública, en duras luchas como la del Severo Ochoa de Leganés, en las que los sindicalistas madrileños nos enfrentamos contra una derecha ultraliberal que comenzó un incansable trabajo de pico y pala para lograr el desprestigio de la sanidad pública y para dar entrada, bajo todas las fórmulas posibles a la sanidad privada.
Mariano Gamo siguió siendo un hombre bueno y radical, en el mejor sentido de las palabras radical y bueno, que pertenecía al sector crítico en una organización como las CCOO de Madrid en las que creíamos firmemente que la pluralidad, la libertad para plantear discrepancias y opciones diversas, la integración de todas las personas en las tareas de dirección, eran señas de identidad de nuestro sindicalismo.
Buen amigo Mariano, por tanto, de nuestras queridas Salce y Mari Cruz Elvira, con quienes contribuyó siempre a mantener unida nuestra organización madrileña. Nunca fue fácil, los tiempos eran convulsos, pero el denominado Sector Crítico nunca faltó a la cita del acuerdo posible y a la defensa de los principios del sindicalismo de clase.
Mariano era incansable lector, prolijo escritor, activista infatigable, rojo en su partido, rojo en su sindicato, poeta autor de poderosos alegatos. Un ejemplo de compromiso y calidad humana para aquellos jóvenes de hace 50 años, o más, pero también para los jóvenes que hoy comienzan a serlo.
Mariano Gamo es mucho más que memoria. Mariano es sobre todo ejemplo que sigue viviendo en nosotros, en nuestras vidas, en nuestros actos.