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La ligereza en la condición humana

Fuentes: Rebelión

Dicen que la muerte pesa lo que pesa cada muerto, cada desaparecido y cada desplazado en cualquier lugar de la vida donde la vida es muerta, desaparecida y desplazada. Lo que la vida y la muerte representen y signifiquen para el cristianismo, el judaísmo y el islamismo están en lo que el complejo industrial militar […]

Dicen que la muerte pesa lo que pesa cada muerto, cada desaparecido y cada desplazado en cualquier lugar de la vida donde la vida es muerta, desaparecida y desplazada.

Lo que la vida y la muerte representen y signifiquen para el cristianismo, el judaísmo y el islamismo están en lo que el complejo industrial militar represente y signifique para el complejo industrial humano: la máquina y la naturaleza.

El menage trois de Adán, Eva y Darwin da hasta para los ateos y los voyeristas.

Contra lo que sea y quienes sean: «Dios no juega a los dados», Stephen Hawking dice: «Dios no sólo juega a los dados. A veces también echa los dados donde no pueden ser vistos»; nosotros podemos decir: «Dios juega a los dados y a veces obtiene malas jugadas».

Puestas las palabras y las cosas como Foucault las dispuso, sobre la arena de una playa cuando las olas del mar, demos por terminada la ideología y pasemos a la publipropaganda con los presupuestos reales y los supuestos virtuales, el debate de los hombres contra la dialéctica de las mujeres, sin sexismos, acosos sexuales y nada de dormir en camas separadas que para dormir no son necesarias la confortabilidad de las almohadas y las sábanas ensatinadas, ni demostrar quién la tiene más grande y/o más honda, bastando con echarse un pedo y hasta las mascotas salen despavoridas desde abajo de las camas separadas.

Como se acabaron los gentiles hombres y las gentiles mujeres, que sigan los y las que vienen en las pasarelas de las redes sociales.

Como para todo-todos nos valemos hasta del juego democrático, porque así no puede haber democracia, jugándola en la unidad y en la lucha de contrarios, enemigos y opositores pues nada mejor que empujar los opositorios por aquello de que «el médico del pueblo le quitó las cláusulas y se las cambió por unos opositorios, pero tampoco le hicieron nada.»

Con la liquidez de los sólido, la ligereza debe ser más que la pesadez de lo que el alma-el espíritu dejan al cuerpo en su peso muerto, si es que el alma-el espíritu pesan menos que los muertos, los desaparecidos y los desplazados, porque los inmigrantes con, la divagancia de la incertidumbre, andan con sus pensamientos en lo que llevan a sus espaldas, en los brazos y con lo opuesto-puesto.

Ahora, cuando de moda está la ligereza, no por andar más ligero se siente menos pesado con lo que se carga el cuerpo, dependiendo de la gravedad en la luna o abajo en la tierra, en medio del cielo y arriba en el mundo, porque se dice que el mundo de arriba es más abstracto que concreto, que el cielo es tan liviano que las estrellas se caen a pedazos, y que la acumulación de la gente, los demás, los otros y nosotros en la tierra es lo que pesa(mos) tanto, a lo que hay que irle reduciendo el peso muerto a lo humano y lo natural como residuos sobre la tierra y bajo el mar. Cuando la frivolidad y la ligereza se mezclan en la mente abstrusa con la estupidez y la imbecilidad dan para la miserabilidad y la oligofrenia del hombre blanco supremac(h)ista, gringo, carapálida y rollizo como un puerco tragamierda, a lo Trump, alguien que no quiere nada con nadie, cuando los franceses y los norteamericanos hicieron lo que están haciendo con los haitianos y los africanos.

Alguien más pregunta:

«¿No han metido hombres y mujeres en barriles tachonados con clavos y los han arrojado al abismo desde la ladera de las montañas? ¿No han entregado a estos miserables negros a perros devoradores de hombres hasta que éstos, saciados por la carne humana, dejan a las víctimas mutiladas para que las rematen con bayoneta y puñal?»

Pasamos del Carpe Diem ligero al superligero Laissez les bons temps rouler y al ultraligero Let the good times roll.

Nadie es responsable de nada y de alguien: la humildad es un lastre demasiado cargado de humanidad, condición que para los sexos y los excesos es intolerable, insoportable y desechable.

Y para no cargar con la insoportable levedad del ser, lo ligero como una pluma blanca quitada a un ave antes de ahogarse en un charco de sangre, sudor y lágrimas que, en vida, solamente, «vivía del rocío y no podía lastimar a ninguna criatura viviente» en la tierra, en el cielo y en el mundo es lo que proyecta y con lo que seduce la publicidad en todo aquel y en toda aquella que compren y usen la pluma blanca como un poderoso distintivo de salud y ligereza en la condición humana, no importando si después se hunde en un charco de sexo, sudor y semen, y que por favor que sea(n) consens(x)uado y consensualidad, para que nada, nadie y alguien se pasen de la raya, de las alambradas y de las fronteras.

La ligereza en la condición humana, tan egoísta y tan cínica, indolente e indiferente, en las portadas, en las pantallas y en las selfies de lo que el ser humano desea y quiere poner una distancia inalcanzable que se transformó en alcanzable cuando James Dean se estrelló-porque fue estrellado y murió-mortalmente accidentado, puesto que el automóvil (de carreras) era lo último de lo ligero sobre ruedas que mató al que después lo hicieron un símbolo de la juventud rebelde (sin causa) con traumas lo suficientemente familiares y pesados como para que hoy los jóvenes -Made in USA-maten y se aligeren de sus padres y «compañeros» de escuela.

A falta de símbolos, cualquier ícono se cuelga de un cinto o termina como San Sebastián, flechado con jeringas desechables con las puntiagudas agujas epidérmicas, directamente, en cualquier vena, sea el antihéroe cocainómano o la estrella de la heroína con el retablo del santo y de la santa endemoniados tocando fondo en los bajos fondos del mundo arriba, del cielo en medio y de la tierra abajo: el capitalismo de lujo y funeral.

Cuando los extremos se coquetean y se toquetean con pétalos de fuego, de amor y de odio, la ligereza de la condición humana, se inflama a cualquier caricia que le imponga desnudarse, abrirse y entregarse plena de contrariedades y contradicciones, afirmaciones y negaciones, ofertas y demandas, jadeos y estertores, agonías y boqueamientos, hasta que revienta en un borbotón de sangre de luz sanguinolenta y sea arrastrada de Medio Oriente a Europa y America para que toque con sus pétalos de fuego, de amor y de odio la ligereza de la condición humana que tanto la acecha o la acosa y que para ese asedio no hay más que el mismo acecho y acosamiento hasta explotar y acribillar con las esquirlas las multitudes en los jardines en flor, mientras en las aceras y en los exhibidores, los maniquíes, tras los cristales rotos, permanecen imperturbables e inalterables a la ligereza de la condición humana.

A nadie y a alguien nada nos da más gusto y placer que la ligereza de nuestra condición humana, en nuestro ser humano, no tenga ningún límite transgresivo y metafísico, pudiendo anticiparnos a la disipación y a la disolución para recomponernos en el todos por nuestras partes que cuelgan en los mataderos y en los rastros públicos globales, siendo el plus-de-jouir en la ligereza de la condición humana.

Vamos, que nada, nadie y alguien nos detengan: estamos volando.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.