Profesionales del sector ya se han empezado a interesar por este fenómeno y en el último Congreso Catalán de Salud Mental se dio voz a activistas
Con su bastón en la mano, Juan Navarro, iaioflauta de 84 años, no se pierde ni una manifestación. En realidad, es lo que hizo durante toda su vida. «El murciano revolucionario», como lo llamaban sus compañeros por la tierra donde nació, era un líder sindical en Barcelona durante la dictadura franquista. Fue arrestado varias veces, estuvo en la cárcel, fue pionero en la creación de las Comisiones Obreras. En los últimos años, sin embargo, perdió un poco su motivación y la enfermedad de su esposa, ahora fallecida, le afectó mucho. Pero el nacimiento de los Iaioflautas le entusiasmó y le volvió a dar ganas de luchar. «Integrarme en este movimiento me ha fortalecido. Es el sitio donde mejor me encuentro: he podido ver mucha camaradería, una solidaridad, una unión que no había visto en años». Desde entonces, Juan ha reducido a la mitad su medicación gracias a la mejora de su estado de ánimo.
¿Pueden los movimientos sociales jugar un papel en la mejora de la salud mental? Es lo que creen los profesionales del sector, que se han interesado por la experiencia de estas luchas durante un encuentro con activistas en el marco del Congreso Catalán de Salud Mental, celebrado el mes pasado en Barcelona. Y es que los trastornos mentales son cada vez más frecuentes en una sociedad marcada por la crisis, las políticas de austeridad y la mala praxis bancaria.
Uno de los colectivos invitados era la PAH, que ha visto de cerca las consecuencias psicológicas que ejercen los procesos de desahucio sobre las personas. «Cuando empezamos, esperábamos ver a mucha gente enfadada pero nos encontramos con personas deprimidas, en estado de schock, y que apenas podían hablar», dice Ada Colau al contar los primeros pasos de la plataforma. Susana Ordóñez recuerda así cómo entró en la PAH en octubre del 2012, cuando llevaba varios años con dificultades para pagar la hipoteca: «Me veía sin salida, me decían que no iba a conseguir la dación en pago, que iba a entrar en la lista de morosos, tenía miedo a que me quitaran a mis hijos».
Frente a estas situaciones, la PAH apostó por el asesoramiento colectivo e invitó a los afectados a explicar su caso en las asambleas. «Me daba vergüenza no pagar las cuotas y decirlo delante de todo el mundo pero al final, cuando lo piensas, no pagas porque no puedes, no porque no quieres», recuerda Susana. «Después de los primeros días, te ves como un igual a los demás y eso es muy importante a nivel emocional», apunta Tatiana Guerrero, una psicóloga que trabaja con la PAH de forma voluntaria. Òskar León, activo en este movimiento desde noviembre del 2012, explica así su cambio de conciencia: «Sólo veía mi problema, pero cuando entré en la plataforma vi que había situaciones mucho más complicadas que la mía, había auténticos dramas. El hecho de hablar, compartir, ver que el otro tiene el mismo problema: todo esto me ayudó mucho».
Para Colau, la clave, además del apoyo mútuo y la recreación de un entorno de redes sociales, es el «empoderamiento». «La PAH no se concibió como un lugar asistencial sino como un espacio que quiere empoderar a las personas para conquistar sus derechos», recuerda. «Cuando entra una persona por la puerta llorando como una magdalena y a los dos meses va reivindicando y gritando ‘Sí se puede’, es una cosa increíble», se entusiasma Susana. «En pocos meses aprendes mucho, ahora yo soy la persona que negocia con los bancos y pelea con quién sea», dice esta mujer de 38 años, que no tenía experiencia en activismo antes de integrar la PAH. «Engancha un poco la plataforma, ves que el trabajo que haces es útil y ayuda a los demás». En cuanto a su estado de ánimo, el cambio es claramente visible: «Ahora estoy tranquila, ya no estoy angustiada».
Para los movimientos sociales, la conclusión de estas experiencias es clara: «no se tienen que patologizar problemas de injusticia social, la gente no está loca sino que los enloquecen», opina Ada Colau, apuntando a las políticas de austeridad y al mal proceder de las entidades financieras durante muchos años. «Hay una emergencia social caracterizada por la resignación, el miedo y la autoinculpación y el único tratamiento pasa por el empoderamiento, la lucha social es salud», añade Toni Barbarà, del colectivo Dempeus per la Sanitat Pública.
«Iré con mi bastón a todos los sitios»
Otro caso paradigmático es el de los Iaioflautas, el colectivo de gente mayor que se integró en el 15M. «La gente mayor es afectada por la soledad, a veces son viudos. Pueden llegar a sentir que no sirven para nada», explica Felipe Aranguren, iaioflauta y sociólogo. «La sociedad actual fragmenta a los individuos, ahora eres niño, o adulto, o viejo. Si eres viejo te dicen ‘vete a la petanca o al Imserso’. Pero hay cosas que la gente mayor puede hacer que los jóvenes no pueden», apunta. Es así que los Mossos d’Esquadra evitaron usar la fuerza contra los Iaioflautas cuando estos se negaron a identificarse durante una acción en la Bolsa de Barcelona. Que la gente mayor puede aportar una contribución esencial, Juan lo tiene claro: «Mientras pueda, iré con mi bastón a todos sitios y ante la injusticia, me enfrentaré con quién sea».
Fuente: http://www.eldiario.es/catalunya/lucha-social-salud_0_149435560.html