Las manos, las Torres Gemelas del obrero, su emblema. Las manos al viento, fuertes, nobles, resistentes… Imaginándolas así, alzadas, majestuosas, sobrecoge aún más la foto. Franns Rilles Melgar, un emigrante boliviano de 33 años, aparece tumbado en la cama de un hospital de Valencia. Le falta un brazo, el izquierdo. Un vendaje, a la altura […]
Las manos, las Torres Gemelas del obrero, su emblema. Las manos al viento, fuertes, nobles, resistentes… Imaginándolas así, alzadas, majestuosas, sobrecoge aún más la foto. Franns Rilles Melgar, un emigrante boliviano de 33 años, aparece tumbado en la cama de un hospital de Valencia. Le falta un brazo, el izquierdo. Un vendaje, a la altura del codo, oculta la herida, el brutal corte. La mano ausente de Franns, su vacío, lo dice todo. Se acabó.
Franns perdió el brazo hace un par de semanas en la panadería industrial en la que trabajaba. La máquina de amasar se lo segó de cuajo. Su jefe, tras dejarle tirado a las puertas de un hospital, le recomendó que no contará que había sufrido un accidente laboral. Franns llevaba en la empresa cerca de dos años, no tenía contrato ni papeles y ganaba 23 euros al día por una jornada de 12 horas. No era el único. Varios compañeros más, todos ellos emigrantes también, cobraban la misma miseria.
La Guardia Civil, avisada por los médicos, acudió a la fábrica y recuperó el brazo seccionado. Estaba en la basura. El empresario cuenta que limpiaron la sangre de la máquina y tiraron la masa con los restos del brazo a un contenedor «porque era necesario seguir trabajando». Según él, era imposible reimplantar la extremidad amputada «porque estaba molida». Ni para hacer pan servía.
La realidad nos supera. Aunque no queramos verla, aunque intentemos taparla. «Lo más caro es ser pobre», proclama la pintada. ¡Y qué mal se paga! La mano perdida de Franns, mano de obra basura, se revuelve entre la mierda, vencida y llena de adioses. «De lo que un día fuimos», grita, «pronto no quedará nada. Sólo desechos, escoria».