A finales del siglo XIX varios campesinos andaluces fueron ajusticiados por pertenecer a La Mano Negra, una supuesta organización secreta de orientación anarquista. Sobre su existencia hay muchas dudas.
España, finales del siglo XIX. Año 1882, por más señas. Un sitio duro para vivir, al menos si eres campesino en el sur. De rey está Alfonso XII, plena Restauración, con su madre aún por París después de que la echasen con eso de La Gloriosa. La historia no vamos a contársela aquí completa, pero después de eso vino Amadeo de Saboya, y la Primera República, y Martínez Campos, y Sagunto, y el manifiesto de Sandhurst. Todo preparado para que volviesen los Borbones en la figura de aquel Alfonso jovencillo y campechano, que tenía su buen aire romántico con María de las Mercedes, y la desgracia, y la viudedad, y todo eso. Luego llegó María Cristina de Habsburgo-Lorena, que acabó sobreviviendo al rey. Ah, en política… turnismo. Una legislatura los conservadores, la siguiente para liberales. Democracia censitaria, que es democracia de aquella forma. Tener las calles tranquilas a costa de negar cualquier atisbo de igualdad.
Solo que las calles, a veces, no siguen lo previsto. Ni los campos. Sobre todo los campos. Los obreros empiezan a organizarse. Socialistas, anarquistas. Los primeros por ciudades, de los segundos hay un montón en el campo andaluz, sitio extremadamente duro para la época. Empiezan a crear sociedades secretas. ¿El objetivo? Bueno, cada cual es diferente, pero todas tienen aire subversivo.
Decíamos de los campesinos. De sus dificultades, de sus cuitas. Se junta todo. Una injusticia secular, una pobreza que arrastras desde generaciones. Hasta el cielo nos exprime, porque cuando eres pobre todas las desgracias traen compañía. Invierno de 1882. Han venido dos años malos. Cosechas pésimas, sequía. Poco más que espigueo para llevarse algo a la boca, está el campo de un yermo lorquiano. Sumen que los anteriores tampoco fueron demasiado boyantes y… Hambre, miseria y muerte. Familias enteras que arrastran rugir de tripas y tristeza por entre sendas de abrojos, porque cuando eres pobre las sendas tienen siempre abrojos. Los niños llorando, chapucillas aquí y allá.
A todo esto, los ricos viven momentos de pujanza, porque la filoxera atacó viñedos al norte de los Pirineos, y ahora Jerez, Sevilla y aledaños monopolizan el comercio mundial de vino y similares. Los Domecq o los Osborne se enriquecen mientras allende los muros de sus palecetes hay un hambre inmensa. Algunos jornaleros llegaron a cometer hurtos en casas tan grandes que ni verlas puedes con un solo mirar. Gallinas, harina. Siendo sinceros… menudencias. Migajas que echarse a la boca. Pero claro, los dueños del cortijo no estaban muy contentos. Así que pidieron ayuda. Al Gobierno de Práxedes Mateo Sagasta, que era el que tocaba en aquel instante. Y Sagasta mandó para allá el Ejército y un montón de guardias civiles, que sus caballos negros son / las herraduras son negras, / sobre la capa relucen / manchas de tinta y de cera. No tendrán consideración de ladrones, sino que serán tratados como terroristas. Llega a Andalucía el capitán Oliver y Vidal. Fama de mano dura, de no tener escrúpulos…
Es en ese contexto cuando surge lo de La Mano Negra. Comienzo dudoso, ya verán. Poco creíble, si quieren. Noviembre de 1882. Un guardia civil, mirada de esparaván al acecho, vio algunos papeles que asomaban debajo de cierta piedra junto a cierto cortijo. Suena raro lo de guardar documentación de gran importancia, y obligada discreción, en ese sitio, pero en fin… Levantó el morrillo y… lo que sus dedos manoseaban era nada menos que el reglamento de la Mano Negra. En realidad, dos documentos distintos… Uno se llamaba «Estatutos». El otro, mollar, llevaba por título «La Mano Negra. Reglamento de Pobres, contra sus ladrones y verdugos. Andalucía». Poco sutil. Aclaremos que existen bastantes dudas sobre la autenticidad de los documentos, y no pocos autores han concluido que los mismos son creación de la autoridad competente…
¿Existía una organización llamada La Mano Negra, de raíz libertaria? No se ha podido demostrar a día de hoy, aunque para la época no resultaba difícil creer en ello. En Andalucía el anarquismo tenía una tradición bien ligada al campesinado. Y luego estaban los antecedentes históricos. En España y fuera. La Garduña, por ejemplo, sociedad de delincuentes que existió en la Monarquía Española durante la Edad Moderna. Aunque algunos dicen que no, que ni siquiera llegó a existir… Siempre hay dudas. Tenían también su biblia, llamada «Libro Mayor», y se los distinguía por llevar tres puntos tatuados en la palma de la mano. Y ejemplos también fuera. En la recién nacida Italia, en su isla meridional. La Mafia, le dicen. Claro que tampoco sabemos mucho de eso, porque la Mafia no existió oficialmente hasta los años setenta. Antes… nada. De lo que no se habla no hay, y de esto no hablamos. No combatimos a los mafiosos porque no hay constancia de ellos. Lo crean o no así estuvo el país hasta hace medio siglo.
¿Invento similar a eso? Vamos a hacer creer a la gente que hay algo como en Italia, tan descabellado no será. Por aclarar temas… erraron un poco la puntería en el asunto político, porque esa Mafia ha convivido divinamente con la Democracia Cristiana (que pregunten a Andreotti, en el Círculo donde esté ahora). Lo de los anarquistas se nos aleja bastante del tema. Pero tampoco en la España de 1882 se miraban tales sutilezas.
Golpe de suerte, se encuentra el acta fundacional de un grupo terrorista, ahora se va a imponer en el campo andaluz algo de autoridad. Así que de ahí en adelante cientos de tipos detenidos por pertenecer a La Mano Negra. Por la misma época andaba por Andalucía Leopoldo Alas para escribir una serie de artículos titulados genéricamente El hambre en Andalucía, donde relataba condiciones, miserias y abusos, también alguna paliza que otra. Había incluso exhibiciones de presos por las calles de Jerez, para mayor escarnio e infamia, como si hubiésemos vuelto al Antiguo Régimen.
Hasta quinientos jornaleros serán deportados a colonias, con buena parte de la prensa lanzando mensajes apocalípticos sobre lo que estaba pasando en el campo andaluz, aceituneros altivos, que iba a terminar con la democracia española. Casi nadie se cuestionó la existencia o no de aquella Mano Negra. De hecho, el Gobierno incluso intentó vincular esa sociedad secreta con la Federación de Trabajadores de la Región Española, una organización anarquista fundada poco antes. Las intenciones estaban claras. Había que aplastar todo el movimiento, ejemplarizar sobre unos pocos (siempre demasiados) para que el resto no tuviese tentaciones. Cercenar de raíz antes de que creciera más la hierba. Matar, si hiciese falta.
No es metáfora. Lo de matar. Fueron fundamentalmente tres los juicios que se hicieron contra miembros de La Mano Negra. En todos ellos acusados, testigos y concúrrela en general declararon desconocer qué era aquello de las sociedades secretas. Crímenes comunes, delitos de esos que surgen por doquier en los pueblos pobres. ¿Subvertir el orden, asesinar terratenientes? Qué lejos queda todo eso. No, no está en mi cabeza. Yo solo quería no morirme de hambre, señor.
Tres juicios, decíamos. Tres sobre todo, igual hubo un cuarto que llegó, en realidad, antes que los otros. Al primero, mayo de 1883, le dijeron Proceso de Arcos. Cristóbal Gil Durán y Antonio Jaime Domínguez son los acusados. ¿Delito? Matar a Fernando Olivera Montero, que no había querido entrar en La Mano Negra y no supo guardar los secretos que conocía sobre la organización. Ejecución en toda regla, demostración clarísima de que ese organismo secreto existe. Cadena perpetua y diecisiete años de cárcel. Visto lo que llegó más tarde, salieron incluso bien librados.
Porque el segundo fue mucho más duro en sus sentencias. Celebrado en Jerez, junio de 1883. El Juicio de la Parrilla, por nombre popular. Se dictaminaba sobre el asesinato (dos tiros de escopeta) de Bartolomé Gago Campos, a quien todos conocían como El blanco de Benaocaz. ¿Causas? Algunas ordinarias, otras parecen inventadas. Entre las primeras, impago de una deuda, labrar tierras ajenas y un honor mancillado. De las otras… que fue La Mano Negra, que el tal Bartolomé se puso a incumplir normas internas. Diecisiete reos. Dos absoluciones, ocho condenas a diecisiete años de cárcel, siete penas capitales. El Tribunal Supremo elevó, con afán ejemplarizante, los garrotes hasta quince. Al final, y en medio de protestas, nueve irán toda su vida a la cárcel, otro será encerrado en un manicomio y los siete restantes caminan al cadalso. La ejecución se llevó a cabo en 1884, plena Plaza del Mercado, Jerez de la Frontera. Manuel Gago de los Santos, Bartolomé Gago de los Santos (ambos primos de la víctima), José León Ortega, Gregorio Sánchez Novoa, Juan Ruíz, Cristóbal Fernández, Pedro Corbacho. Nombres, historias.
Tercer juicio. También en Jerez, también ese mismo año, septiembre. El asesinato de Juan Núñez Chacón y su esposa, María Labrador. Taberneros, él con fama de confidente. La Mano Negra ejecutó, dicen los agentes. Seis acusados, cinco que van a juicio (el otro falleció durante el encuentro con Chacón), una condena de muerte a Juan Galán.
Hubo también un cuarto (cronológicamente hubiese sido el primero), llamado Juicio de la Venta del Empalme, pero no todos los estudiosos lo relacionan con este movimiento. Jacques Maurice, incluso, llega a identificarlo como banco de pruebas, espacio donde articular una represión preventiva que habría de tener más efectividad cuanto mayor fuese la amenaza.
¿Y después? Nada. Llama la atención. Las autoridades vendían a La Mano Negra como una organización inmensa, una auténtica amenaza para el país por su tamaño y su grado de incardinación en la sociedad rural andaluza. Y luego… tres procesos y terminas con ella. Hasta los más crédulos sospechan. Todo aquello fue aprovechado para reprimir movimientos obreros a lo largo y ancho de las Españas, y muy especialmente en zonas meridionales. Cada oveja robada, cada oliva que falta… anarquistas. Responde con toda su fuerza el Estado.
A día de hoy no son pocos los que defienden, aun, la existencia fáctica de aquello que algunos llamaron Mano Negra. Digamos que la asunción irreflexiva de verdades dadas como ciertas es tan cómoda… Los documentos esos encontrados bajo un canto, son prueba escasa. Pero vaya, poco habría de importar. Melchor Fernández Almagro, por ejemplo, o la argentina Clara Eugenia Lida. En el fondo todo pareciera discurrir según la ideología de la pluma en cuestión. Porque hay historiadores, por contra, que entran al fondo del asunto. A las sutilezas. A la realidad latente. Son los que niegan la existencia de tal sociedad, los que hablan de un invento perfectamente orquestado desde arriba. Tuñón de Lara, o Diego Abad de Santillán, hasta el británico James Joll. Hace casi siglo y medio se produjo una sistemática criminalización política. Una que permitió reprimir, controlar y andar demostrando en fincas y predios quién manda. Y, dicen éstos, poco importa que fuera por unos papeles verdaderos… o por una burda falsificación.