Imaginemos una rueda de prensa oficial, ofrecida por un reconocido político vasco, persa, norcoreano, palestino, bolivariano, saharaui, iraquí o cubano… o incluso quizá, por un clérigo musulmán, por citar algún ejemplo hipotético. Supongamos además, que dicho evento tiene lugar justo después de que el compareciente culmine con éxito un ejercicio militar en el que ponga […]
Imaginemos una rueda de prensa oficial, ofrecida por un reconocido político vasco, persa, norcoreano, palestino, bolivariano, saharaui, iraquí o cubano… o incluso quizá, por un clérigo musulmán, por citar algún ejemplo hipotético.
Supongamos además, que dicho evento tiene lugar justo después de que el compareciente culmine con éxito un ejercicio militar en el que ponga a prueba una formidable arma de destrucción masiva e indiscriminada… por ejemplo: un cazabombardero de última generación.
Imaginemos, que nuestro personaje imaginario -todavía preso de la emoción tras comprobar personalmente la capacidad destructiva de su nuevo y carísimo jueguete-, declara ante los medios de comunicación haber encontrado «la máquina perfecta».
Supongamos que dicho individuo pertenece a una dinastía de militares acostumbrados a encabezar el poder sin pasar jamás por un proceso electoral… que hablamos del primogénito de un personaje que bien podría pasar a la Historia por su complicidad con uno mayores genocidas del S. XX… un general traidor, golpista y criminal de guerra que, en pago por los servicios prestados a la causa del totalitarismo, habría legado el poder a su fiel becario: «el trepa» por antonomasia. ¿Podéis creer? estaríamos hablando de alguien capaz de cruzar fronteras y pasar literalmente por encima de padres y hermanos; de alguien capaz de forzar «pactos» amenazando a todo un país; de jurar cosas terribles en sede parlamentaria; alguien capaz -en fin- de cualquier cosa, con tal de disfrutar del poder, sin concurrir a las urnas.
Pero volvamos a nuestro piloto imaginario… en el supuesto de que una persona como la descrita en el primer párrafo llamara «la máquina perfecta» a un cazabombardero, es decir, a un aparato que solo sirve para asesinar, haciendo imposible conocer con exactitud a quien se asesina, otorgando la capacidad de asesinar de noche y a distancia, procurando la mayor seguridad para el asesino y excluyendo toda posibilidad de que las víctimas puedan defenderse… ¿qué podríamos responder a tan macabra declaración?
¿Por qué no te callas, terrorista de mierda?
¿Cambiaría nuestra opinión si la persona que hiciera semejantes declaraciones fuera un médico o una abogada, un político vasco o una voluntaria de la Misión Sucre, un estudiante nipón o un programador neoyorquino, una ingeniera química o un príncipe heredero? ¿Qué importancia tendría quién fuera o a qué se dedicara el onanista del fetichismo bélico? ¿Qué son, cazabombarderos humanitarios? ¿Eurofighters de «consenso», «unidad y permanencia»?
Por suerte, cada día que pasa, más y más personas se dan cuenta de que «la máquina perfecta», la verdadera máquina perfecta, es en realidad muy simple en su estructura y funcionamiento: todo se reduce a seis pequeñas placas de plástico transparente, unidas entre sí y cerradas con un precinto, más una ranura en la parte superior, por donde la ciudadanía introduce los sobres que contienen cada fracción proporcional, secreta, libre y universal del único poder legítimo que uno sea capaz de imaginar.
¡Salud y República!
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