La primera vez murió en uno de sus versos. «Algún tiempo, algún día / pasará mi ataúd sin ceremonia, / un día de viento y lluvia, / sin duda un día sin memoria». La segunda, en Bilbao, el 11 de diciembre de 2000, a los 49 años. Abou Azzedin ‘Azzouz Mohamed’, poeta y fotógrafo marroquí, […]
La primera vez murió en uno de sus versos. «Algún tiempo, algún día / pasará mi ataúd sin ceremonia, / un día de viento y lluvia, / sin duda un día sin memoria». La segunda, en Bilbao, el 11 de diciembre de 2000, a los 49 años. Abou Azzedin ‘Azzouz Mohamed’, poeta y fotógrafo marroquí, fue enterrado en el cementerio de Derio. Tal y como había soñado, pocos se enteraron de su fallecimiento. Ningún familiar. No dejó direcciones ni teléfonos y resultó imposible averiguarlos. Abou se marchó, sí, pero no le falló la memoria.
Ocho años después, hace unos días, Abdelaziz, Nora y Beatriz, amigos de Abou, visitan Ksar El Kebir, su pueblo natal, y entran en una tienda de fotos que, según contó un emigrante que le conocía, pertenecía a alguien de su familia. «Mencionamos su nombre y el dueño nos mostró una foto de Abou en los años 80, cámara en mano, cuando comenzaba en el oficio de fotógrafo de barrio. Después nos llevó a la tienda de imagen y sonido donde trabaja su hermano. ¡Cuántos años ha esperado esta sencilla gestión porque parecía casi imposible!».
Abou ha vuelto a morir. Y van tres veces. Su madre, su hermano y su hijo Azzedin, de 18 años, andan hoy de duelo. Las visitas de familiares y amigos, los pésames, preparar el alojamiento y la comida para quienes se acerquen a compartir su dolor, los trámites administrativos… La muerte es siempre nueva, sentencia un proverbio africano.
Hay historias, gentes, que hacen el mundo bueno. Las amigas bilbaínas de Abou se han sumado a su nuevo duelo e intentan ahora que quienes estuvieron cerca de él también puedan hacerlo ([email protected]). Van a juntar las palabras, las imágenes, los sueños compartidos y entregárselos a su familia. Quieren mantener viva nuestra parte de su memoria.
Un día, hace años, en el Berebar sucedió un milagro: el tabernero, un amigo suyo, sin más ni más, nos regaló «Miradas mojadas», su último libro de poemas. No conocí a Abou. Ya no estaba. Nunca pude darle las gracias. Aquí van, en estas líneas. Gracias, Abou.