En un despacho de la Diputación de Salamanca espera José Francisco Bautista, alcalde de Hinojosa del Duero. Me recibe con una noticia buena y otra mala. La buena es que el último excontrabandista vivo de la comarca ha accedido a hablar conmigo en Hinojosa. La mala es que no quiere que se publique ni su nombre ni su cara. Pese a que el contrabando a través de los cañones y ríos que dividen España y Portugal es algo que terminó hace al menos medio siglo, este veterano del contrabandismo desconfiará de mis intenciones hasta el último momento de nuestro futuro encuentro. Según dirá nada más verme, “no me gustan los que miran y preguntan. Los que no se atreven a hacer y critican a los que se atreven a hacer algo”. Su filosofía es la de la acción. ¿Su antagónico? “El chivato”.
Pero antes de hablar de este hombre, habría que hablar de La Raya, que es como se le llama en el despoblado Oeste Ibérico a la gran frontera que divide Portugal de España. Hinojosa del Duero, la localidad en la que se producirá nuestro encuentro, se halla a hora y media en coche desde Salamanca, capital de la provincia homónima. El viaje hasta allí supone atravesar ese espacio popularizado como “la España vacía” por el escritor Sergio del Molino. Un territorio netamente rural y despoblado, que a estas alturas del año, y antes de que el sol lo abrase todo, se encuentra de un pletórico verde esmeralda. Los pueblos que el viajero se va cruzando por el camino aún venden vino en garrafa, anuncian novilladas y guardan la tradición de conmemorar “los quintos”, ese rito de paso a la vida adulta que en muchas provincias del interior significaba ir a la mili, aprender algo y, sobre todo, “ver mundo”.
Llegando hacia Hinojosa, la carretera se va elevando un poco hasta alcanzar los 600 metros. No es que sea una altura considerable, pero sí lo suficientemente alta para que en algunas ocasiones la nieve aparezca en invierno. El pueblo, última localidad española antes de cruzar el puente que pasa sobre el río Duero hacia Portugal, cuenta con unos 500 habitantes, dispone de un pequeño economato, una panadería y un sólo bar donde se puede comer algo. La práctica totalidad de las calles se encuentran completamente desiertas, como en esos westerns italianos momentos antes de que empiece un tiroteo. Sin embargo todo es paz, y en la distancia se consigue distinguir al alcalde, quien ha tenido la amabilidad de ceder el Ayuntamiento para celebrar nuestro encuentro con quien quizás sea el último contrabandista vivo que ha dado esta tierra.
El hombre, de 88 años, se presenta bajo el alias de Antonio. Cachava en mano, se ha acomodado en el modesto salón de actos del consistorio, justo bajo el retrato del rey Felipe VI. Tras unos minutos de tira y afloja (en el que se adhiere repetitivamente al refrán de “en boca cerrada no entran moscas”) se presta a hablar del contrabando pero nunca en primera persona. “Es que a mí me han denunciado, me han puesto miles de pesetas en multas y hasta me han metido en el calabozo que estaba aquí mismo, justo al lado de la puerta por la que hemos entrado. ¿No le han dicho que este edificio antes de ayuntamiento fue el cuartel de la Guardia Civil? Pues se lo digo. La esquina en la que está sentado usted ahora era el lugar donde estaban sus camastros. Yo estuve unos días aquí encerrado por darle una paliza a un terrateniente que se andaba chivando. Aquí vivían unos seis u ocho guardias. Salían a pie para controlar la frontera. No tenían ni caballos. El cabo les decía hacia donde tenían que tirar, y allá salían ellos a caminar con el mosquetón, el tricornio y la capa, bien jodidos por el sol, el frío o la lluvia, y siempre con ganas de pagarlo con el primero que cogieran cruzando por donde no debía”.
Con sus 1214 kilómetros de longitud, la frontera que divide España y Portugal es la más larga entre dos estados miembros de la Unión Europea. Constituida en 1143 a partir de los tratados de Zamora, es también la más antigua. Sin embargo, cuando Antonio practicaba el contrabando, La Raya era mucho más que un mojón sobre una cima o a una posta policial a orillas del Duero. “En tiempo de Franco, todo lo que iba desde La Raya diez kilómetros para el interior se consideraba frontera. Por eso todo lo que se movía por ahí se controlaba. Te contaban hasta el ganado cuando te veían. Si no estaba marcado con el marchamo oficial te decían que era de contrabando y multa que te caía. Por eso el ganado traído de contrabando se mataba directamente en las casas de forma clandestina”.
El contrabando rayano era una actividad de subsistencia con la que las familias de campesinos trataban de hacer frente al tormento del hambre y la pobreza. “Una de las cosas que más se valoraba pasar de España a Portugal era la pana -recuerda Antonio-. Allí no había chaquetas ni pantalones de esa clase, y nosotros mismos los llevábamos puestos sin lavar durante años porque no teníamos ni recambio. También se llevaban boinas, botas de vino, azúcar, dulces y chocolate. Y de Portugal se traía sobretodo café, aunque también otras cosas, como tripas de marrano para hacer chorizos. Se llevaban en sacas atadas a la espalda por los montes. Y luego estaba el paso de ganado. Eso se hacía por La Raya seca, aunque con lo de Iberdrola y las presas terminó por desaparecer, ya que el caudal subió mucho, así que cruzar con animales se hizo imposible por los meandros donde antes se podía”.
En esta región de Castilla y León (hoy Parque Natural de Arribes del Duero) se fundó la empresa Saltos del Duero, predecesora de Iberduero y la actual Iberdrola. Aprovechando la cuenca hidrográfica del río se levantaron una serie de presas que fueron alterando el drenaje natural del territorio, y con este, el tipo de contrabando. “Por eso mucha de La Raya seca pasó a ser Raya húmeda. Con las presas lo del ganado se complicó. Los lobos cruzan de un lado a otro a nado, pero los corderos o las vacas, no. Antes los portugueses venían a robar mulos. Solo en Hinojosa llegó a haber 800 mulos y como 200 caballos. Yo en este cuartel he visto hasta 20 portugueses arrestados por intentar robar bestias aquí. Allá no sé si los comen o para qué los usaban. Yo hice la mili en Oviedo y allí había carnicería equina, como en Francia, donde comen caballo y burro. Es curioso lo del hambre. Aquí no había qué comer pero se moría un mulo y se pudría en campo abierto pasto de los buitres. No lo tocábamos para comerlo como vi en Oviedo y hacen en Francia. Sin embargo, sí que comíamos gato. Se les metía en un saco y se mataban de un golpe seco. Luego de ahí a la cazuela para hacerlo guisado. ¿Curiosa la diferencia de cada lugar, verdad?”.
A lo largo de nuestro encuentro, al antiguo contrabandista se le escapan varias palabras en portugués. “Falar” en lugar de hablar. O “casaco” en lugar de chaquetón. Es lo que aquí se llama el portuñol, pidgin que en otros municipios salmantinos donde se ha desarrollado mucho más –como La Alamedilla- se considera todo un dialecto. Al intelectual vasco, Miguel de Unamuno, que vivió y murió en Salamanca, le embelesaron estas singularidades de la cultura rayana, su territorio suspendido en el tiempo y las gentes que lo poblaban. En una placa estereoscópica sacada alrededor del año 1900, se ve al escritor platicando con un hombre tan rollizo como pequeño, aunque pequeño sin ser enano, ni por supuesto un niño. Vestido con botos camperos, chalequillo y una visera bien calada, se hacía llamar Don Pepito, el más avezado contrabandista de aquel tiempo en los Arribes del Duero. Natural de Vilvestre, un pueblo al norte de Hinojosa, se valió de su metro y veinte para -nunca mejor dicho- escurrir el bulto. A Unamuno se le percibe atento a aquello que le estaría narrando Don Pepito con su “habla de la Ribera”, sembrado de modismos leoneses y locuciones arcaicas. La fotografía, o mejor dicho, la idea de un Pepito que sobrevivió a una infancia difícil, capaz de contrarrestar su pequeñez con voluntad y astucia, resulta admirable, y un buen ejemplo de cómo el género humano es capaz de sobreponerse ante las adversidades. Antonio lo explicaba a su modo: “Es que el contrabando es una cosa entre tú y la noche. Da igual quien seas. Lo único que hace falta es no tenerle miedo a la madrugada”.
Para cruzar La Raya desde Hinojosa hay que descender abruptamente hacia el cañón por donde surca el Duero. Se trata de un paisaje majestuoso, en el que se pierde la señal telefónica mientras se recorre una carretera por la que no pasa un solo vehículo. Mirando al cielo es fácil ver buitres leonados, águilas culebreras y cigüeñas. Hacia abajo, reinan las flores, los lagartos, y si se circula de noche, es habitual cruzarse con zorros, jabalíes o comadrejas. Antes de descender por completo, se llega al “mirador de los contrabandistas”, promontorio que forma parte de una ruta turística por la que personajes como Antonio desafiaron las leyes de la frontera. Siguiendo hacia abajo y justo antes de cruzar el puente –en realidad una presa- se pasa por lo que fue el cuartel de la Guardia Civil y las casas donde vivieron los empleados que construyeron la presa para Iberduero. Ya en la orilla de Portugal, no se ve un alma, y el modelo agrario cambia; si en el lado español predomina la ganadería ovina, aquí se observan naranjos y una gran cantidad de olivos.
Saliendo del cañón, monte arriba, la población más cercana es Freixo de Espada á Cinta, un municipio portugués de dos mil habitantes y cierta solera manuelina. Con un hermoso casco antiguo y una gran torre castillo, es conocido por ser la villa donde nació Jorge Álvares, el primer europeo en navegar a China. Sentados bajo una estatua erguida en honor al explorador freixiense, se encuentran Eugenio Martin y Aurelio Paz, campesinos que dicen haber conocido bien el contrabando a este lado de La Raya. “La relación entre la gente de España y Portugal era mínima. El otro lado era otro mundo. Ellos tenían la dictadura de Franco, nosotros la de Salazar. Vivíamos aislados”, afirma Eugenio. “Aquí en el lado portugués teníamos la presión de los carabineros, que controlaban la frontera sin demasiado interés, pero el peligro real era la Guardia Civil española -recuerda Aurelio- Tiraban a matar y les teníamos mucho miedo, pero aún así la gente salía hacia la frontera, por necesidad o lo que fuera”.
Hoy, del contrabando entre Freixo de Espada á Cinta e Hinojosa del Duero no queda más que las leyendas, algunos buenos libros y un puñadito de testigos, memoria viva de un tiempo pretérito. Muy ocasionalmente, la Guardia Civil informa del paso de tabaco americano o artículos de marca falsificados, “pero todo vía carretera y muy de vez en cuando”, nos decía Antonio unos días antes en el Ayuntamiento de Hinojosa. Su romanticismo, pese a la parquedad de palabras, quedó resumido en un último comentario al término de nuestro encuentro. “Es la primera y última vez que hablo con un desconocido sobre este tema. Por dejar claro, sólo quiero dejar clara una cosa. El paso libre de fronteras es algo que si sale bien la primera vez que se prueba, no se deja de hacer nunca. Es muy bonito”.
Y tras despedirse del alcalde desaparece pueblo adentro, echando la vista atrás cada pocos metros, no vaya a ser que le estén siguiendo.
Fuente: https://www.lamarea.com/2022/08/11/la-memoria-de-la-raya/