Angelo Nero es un incansable descubridor de la memoria antifascista y la cultura, y miembro de la directiva del medio activista Nueva Revolución.
Normalmente en la introducción prodigo y estiro mi breve espacio de verborrea, pero aquí solamente me queda introducir a Angelo Nero, incansable descubridor de la Memoria Antifascista y la cultura, y miembro de la directiva del medio activista Nueva Revolución.
De las primeras veces que me hablaron de Angelo me dijeron que su cabeza era una biblioteca ambulante y no andaba desencaminado. De él ha sido una de las personas de las que más he podido tener el placer de aprender en los últimos tiempos. Sin embargo, su mayor cualidad no es el conocimiento, que comparte de forma altruista, sino su voluntad de seguir descubriéndolo.
¿Cómo comienzas a interesarte por la memoria?
Desde el mismo momento en el que surgió mi conciencia política, y comencé a militar en organizaciones sociales, políticas y sindicales, germinó en mí el interés por encontrar el vínculo que nos une con las luchas de las generaciones anteriores, con aquellos que combatieron el fascismo en todas sus expresiones, en todas las épocas, con todas las herramientas a su alcance. Evidentemente, en un país como el mío, Galiza, donde no existió una verdadera guerra civil, donde no existieron frentes de guerra, donde, no hay que tener complejos en decirlo, lo que hubo fue un genocidio, mi mayor interés con respecto a la Memoria siempre fue hacia los sindicatos de clase y los partidos obreros de la República, hacia la Resistencia Antifascista, a esa Guerrilla de Galicia-León que combatió al franquismo desde el mimo momento en el que se alzaron los militares traidores a la República.
Entonces el movimiento memorialista estaba todavía en ciernes, era muy débil y tenía muy poca visibilidad, no como, por fortuna, en la actualidad, donde cada vez son más los colectivos que trabajan por nuestra Memoria, y había muy pocos medios que la reivindicaran, recuerdo las publicaciones de A Nosa Terra, algunos libros en Xerais, y poco más. Tampoco estaba en los primeros puntos de la agenda de los partidos de la izquierda, creo que desde el nacionalismo y del independentismo era desde donde se empezaba a trabajar más en este aspecto, por lo menos es la percepción que tenía entonces.
También hay que señalar como culpable, o al menos como colaborador necesario, de sepultar la Memoria Antifascista, la de República, la de la Resistencia, y también, muy especialmente, la de quienes combatieron la reforma monárquica, al PSOE, para crear ese mito de la Transición del que se han alimentado durante décadas, tanto que ha tardado en ser cuestionado casi cuarenta años, y solo de un modo parcial. En esto también ha tenido cierta complicidad el PCE, que ha invocado tímidamente la Memoria, como no queriendo hacer ruido, para disimular su integración en el régimen monárquico, y ha querido alejarse, especialmente, de todos aquellos que combatieron al fascismo con las armas, incluso a los que llevaban el carnet de su partido.
Aunque tarde, creo que hemos tardado demasiado, en los últimos años han surgido comités y asociaciones de la Memoria en muchas localidades del estado, y cada una desde su propia sensibilidad están trabajando por su recuperación en base a los principios de Verdad, Justicia, Reparación y Garantías de no repetición, porque la Memoria Antifascista exige que la verdad salga a la luz, después de tantos años de silencio, pero exige también Justicia y Reparación para las víctimas y sus familias, y castigo para los culpables.
¿Memoria histórica o memoria democrática?
No me gusta ninguna de las dos definiciones, y creo, seriamente, que deben ser superadas. El término Memoria Histórica, esta es mi opinión personal, nos ha perjudicado mucho, especialmente entre los jóvenes, que lo ven como algo muy lejano, como “la guerra de los abuelitos”, para muchos es tan ajena la Guerra Civil como la de Cuba. No hay nada más que ver la media de los miembros de las asociaciones memorialistas, donde muchos son hijos o nietos de represaliados, pero donde la transmisión se rompe con la siguiente generación que, aunque se pueda identificar con los que sufrieron el franquismo, están más preocupados con los retos del presente, con el problema del trabajo, de la vivienda o la salud, y eso en el mejor de los casos.
Para apelar a estas generaciones hay que invocar a la Memoria Antifascista, que conecta a los que defendieron la República, a la Resistencia y a los que se enfrentaron a la restauración monárquica, con los que ahora son conscientes de la alarma causada por ese fascismo de nuevo cuño –aunque siempre estuvo ahí, como el dinosaurio de Monterroso- que ya está en sus aulas y en sus calles.
El término Memoria Democrática es una nueva trampa del PSOE, un nuevo intento de ligar la memoria de la República y de quienes la defendieron, con la del régimen del 78, que no es heredero de esta República, sino de la dictadura, que dejó un rey al frente del estado que, no olvidemos, juró los principios del Movimiento Nacional, y que estaba al lado de Franco cuando se firmaron y ejecutaron las últimas sentencias de muerte, y que dejó todo “atado y bien atado”, con las estructuras militares, policiales, judiciales y, lo que es más importante, económicas, que habían surgido del fascismo, prácticamente sin tocar.
¿Cómo definirías la memoria antifascista y cuál es su relevancia?
“La memoria guardará lo que valga la pena. La memoria sabe de mí más que yo; y ella no pierde lo que merece ser salvado”, escribió Eduardo Galeano, y yo creo que la Memoria Antifascista no puede perderse, merece ser salvada, por todos y cada una de las personas que fueron perseguidas, torturadas, violadas, encarceladas, exiliadas, expoliadas, ejecutadas, por ese fascismo para quien suponían una amenaza, en el sentido en que esas mujeres y hombres que sufrieron la represión en sus carnes eran los únicos que podían hacer frente al fascismo.
La Memoria es un concepto tan amplio que cualquiera puede invocarla y hacerla suya, por ejemplo, en el caso de la Memoria Histórica, durante demasiado tiempo ha estado al servicio de las familias de las víctimas, y aunque me parece perfectamente respetable que quieran reivindicar la figura de su abuelo como una buena persona, como alguien con honor, no lo mataron por eso, si no por enfrentar al fascismo. Por eso insisto en que debemos reivindicar el término Memoria Antifascista, porque, a la vez que deja claro nuestro posicionamiento en la historia, crea un hilo conductor entre los combatientes republicanos, la resistencia antifascista, las víctimas de la Transición y los presos políticos que, aunque todavía hay quien quiera negarlo, existen en nuestros días. Y con esto no me refiero solo a los derivados de la represión del Procés, sino también a los comunistas, anarquistas e independentistas gallegos, vascos y catalanes que han llenado las cárceles de la democracia.
Hay un dibujante italiano, Zerocalcare (aprovecho para recomendar su “Kobane Calling”), que dijo en una entrevista: “El dolor crea agujeros en la transmisión de la memoria. Luego, cada uno, los rellena como puede”. Pienso que esa Memoria que duele, porque tiene heridas abiertas que nunca han cicatrizado, agujeros tan grandes como fosas, no puede rellenarse de cualquier cosa, hay que investigar, que hacerse preguntas y buscar respuestas, hay que poner nombres a las víctimas y señalar a sus verdugos, y esa memoria tiene que ser colectiva, porque nos pertenece a todos. No podemos dejar que nos la roben.
La importancia de la Memoria es fundamental, porque el pasado nos conforma como personas y como pueblo, nos dice quiénes somos y de dónde venimos, también quien queremos ser. Hace poco estuve paseando por las calles de Tafalla con Joxemari Esparza, y me mostró con orgullo las placas que la asociación Altaffaylla había colocado en las fachadas de los edificios donde había vivido algún represaliado de la Guerra Civil, o dónde existió el primer sindicato de la localidad, o donde vivieron generales carlistas o mariscales del Reino de Navarra. Y después, subimos a la parte alta de la villa donde se alza un monolito que honra a los militantes antifascistas, y a las víctimas de todas las guerras que ha sufrido el pueblo. La verdad es que me dio mucha envidia.
En Vigo, en mi ciudad, por ejemplo, la Memoria sigue siendo silenciada, no hay una placa en el lugar donde, el 20 de julio del 36 comenzó el Genocidio Gallego, salvo una que, este año, y de forma testimonial, colocó Vigo Antifascista, en la pared donde todavía se pueden ver los impactos de los disparos que arrebataron la vida a las primeras víctimas del fascismo. No hay ninguna placa en la fachada de la antigua cárcel, hoy convertida en Museo de Arte Contemporáneo, ni donde estaba el Frontón, utilizado como campo de concentración de la Falange, y los pocos monumentos que se irguieron gracias al impulso de la Asociación Viguesa pola Memoria Histórica do 36, han sido sistemáticamente atacados.
¿Cómo ha sido el tratamiento hacia esta en España durante los últimos 40 años y qué consecuencias tiene en la estructura social?
El tratamiento de la Memoria, de nuestra historia contemporánea en general, ha sido y sigue siendo desastrosa, tanto desde las instituciones, como en la educación, en el tejido social, y no digamos en los medios de comunicación. No podía ser de otra forma cuando este régimen es continuador de aquel, no hubo una verdadera ruptura, sino un paso, sin complejos, “de ley a ley”.
¿Nos podríamos imaginar a un ministro de Hitler, fundando un partido político y dirigiendo un Lander durante 15 años, en la Alemania que siguió a la segunda Guerra Mundial? ¿O que el jefe del estado de la República Italiana hubiera sido designado como sucesor por Mussolini? ¿Qué la policía del colaboracionista Pétain siguiese manteniendo sus oficiales en la Gendarmerie francesa? ¿Qué historia van a contar cuando los generales, jueces, rectores de universidad, directores de periódicos, comisarios, siguieron ocupando los mismos puestos en la Transición que ocupaban durante el franquismo?
Por eso sigue sin haber una ruptura efectiva, ni tan siquiera con los gobiernos socialistas, y por eso siguen existiendo colectivos memorialistas, algo totalmente anómalo en las democracias europeas, cuarenta años después de la desaparición del dictador, que siguen reivindicando Verdad, Justicia y Reparación.
Las consecuencias de esta política del olvido están claras, y las estamos sufriendo ahora mismo, con el auge de esa ultraderecha que estaba, más o menos, en estado de hibernación en el seno del Partido Popular, y que ahora ha despertado, y se ha alimentado de ese olvido, de la ignorancia que se ha fomentado desde todos los gobiernos desde la Transición, con respecto a la Memoria.
El caldo de cultivo de esta nueva ultraderecha se coció ahí. Esta ultraderecha sin complejos, que difama y amenaza, ha crecido con esa ignorancia, y ha sido blanqueada por los medios de comunicación, pero también apoyada por una parte significativa del ejército y de los jueces, hay una verdadera trama en la gestación del fenómeno de Abascal, cuyas raíces se hunden en ese franquismo sociológico de los amantes de los toros y de la caza, que hasta ayer llamaban “crímenes pasionales” a la violencia contra las mujeres.
Y creo que ese fascismo 2.0 muy pronto, cuando la crisis se agudice, y espero equivocarme, no tardara en seguirle una nueva versión más agresiva, que ya se está probando, de un fascismo que salga a ocupar nuestras calles y a disputar el relato en muchas luchas que los sindicatos de clase y los partidos de izquierda no están sabiendo ganar, por un análisis de la situación equivocado.
¿Por qué la recuperación de la memoria que se plantea tiene un prisma de «izquierdas»?
La recuperación de nuestra Memoria no puede ser contemplada desde otra visión que desde la izquierda, o más bien, desde las izquierdas: desde el marxismo, el anarquismo, desde las distintas visiones que se tienen en las naciones del estado, desde el feminismo, también, pero siempre desde la izquierda. Porque fueron las izquierdas las que defendieron la República, fueron los hombres y mujeres de la izquierda, comunistas, nacionalistas, agraristas, libertarios, socialistas, los que se enfrentaron al fascismo, los que sufrieron prisión y tortura, los que sembraron de cadáveres las cunetas.
Su memoria estuvo silenciada durante demasiados años, y ahora es necesario hacer un último intento por rescatarla, por nombrar a todos y cada una de las víctimas, y también a todos y cada uno de los verdugos, de los autores materiales de esos crímenes, de los instigadores y de los patrocinadores, de los que quitaron beneficio de ese régimen dictatorial y todavía siguen beneficiándose gracias al espolio.
Durante demasiado tiempo los nombres de los criminales, todavía hay demasiados, han estado en nuestras calles, y cuando pesábamos que era algo residual, vuelven a nombrar esas calles con los nombres de los verdugos, como pasó en Madrid recientemente, con Millán Astray.
Lo dije antes y lo vuelvo a repetir: si nosotros no contamos la Historia, ellos vendrán a imponernos la suya.
¿Existe el estudio de la memoria desde una ideología derechista?
Durante los cuarenta años de la dictadura franquista la única memoria admitida era la oficial, la de los verdugos, que se cansaron de repetir los mismos mitos: la cruzada anticomunista, el Alcázar de Toledo, la quema de las iglesias, Paracuellos… realmente con muy poco rigor histórico y siempre a mayor gloria del régimen, ya que no había cabida a otro relato, y los pocos estudios serios que comenzaron a publicarse en los setenta, tenían una difusión muy limitada, cuando no clandestina.
En la Transición comenzó a cambiar esta situación, aunque poco a poco, tan despacio que los libros de texto todavía conservaban una visión muy descafeinada de lo que había sido la dictadura, cuando no obviaban esa etapa histórica. Yo no recuerdo haber estudiado nada del franquismo en el bachillerato, por ejemplo.
Esto vino acompañado de un nuevo fenómeno, el revisionismo histórico que, tal y como señala el hispanista Sebastian Balfour “no se merece tal término, porque no ofrece nuevos análisis basados en un trabajo de archivo o de memoria histórica, sino más bien en reactualizaciones de viejas propagandas.” Un fenómeno que cogió un nuevo repunte con la ofensiva derechista derivada de la llegada al poder del Partido Popular en 1995, con escritores como César Vidal o Pío Moa, y periodistas como Jiménez Losantos. En sus libros y artículos recuperan la historiografía franquista, sin aportar otra cosa que su intencionalidad política en glosar las bondades del antiguo régimen, minimizar el alcance de la represión, y darle una dimensión exagerada a los errores de la República. De esas fuentes beben los votantes de VOX y una gran parte de los del Partido Popular, pero yo no le llamaría un estudio serio de la memoria.
¿Cuál es el principal trabajo, que debería priorizarse y que queda por hacer?
La primera tarea, no digo que sea la principal, que tenemos en este momento sobre la mesa es el anteproyecto de Ley de Memoria Democrática, que sigue tejiendo las redes de la impunidad, y que no soluciona muchos de los problemas que planteaba la anterior Ley de Memoria Histórica de 2007. Como muestra es la propuesta para instaurar el día de las víctimas del franquismo el 31 de octubre, el día que se aprobó el texto de la constitución, en un parlamento en el que no hubo una condena de la dictadura, ni una reivindicación de la legalidad de la II República, ni una mención a las víctimas. Tampoco se habla de derogar la Ley de Amnistía de 1977, verdadera piedra angular de esta impunidad, y si bien habla de hacer un censo de víctimas del franquismo, en ningún momento menciona la necesidad de hacer también un censo de verdugos.
Es urgente la apertura pública de todos los archivos, también de los militares y de los policiales, y que exista un programa de recuperación y digitalización de los archivos referentes a la dictadura y a la transición, porque, nos lo han dicho muchos de los investigadores e historiadores que trabajan en esta materia, muchos están en tan mal estado que está en riesgo su conservación.
¿La solvencia en este campo mejoraría las condiciones de convivencia de la sociedad española?
El punto de partida en el tema de la Memoria es el pacto del olvido, la ley de punto final, el germen de la impunidad franquista es la Ley de Amnistía de 1977, que en su artículo segundo, señalando que delitos quedan amnistiados dice: “Los delitos y faltas que pudieran haber cometido las autoridades, funcionarios y agentes del orden público, con motivo u ocasión de la investigación y persecución de los actos incluidos en esta Ley.” Y seguidamente, “Los delitos cometidos por los funcionarios y agentes del orden público contra el ejercicio de los derechos de las personas.”
La derogación de esta Ley tendría que ser el punto de partida, para la recuperación de la salud democrática de esta sociedad, que durante demasiado tiempo ha asumido como buena la verdad oficial de que en la Transición era necesario el olvido y el perdón, y, por lo tanto, asumir las herencias del pasado, como una deuda obligada, entre ellas la jefatura del estado, que, ahora empieza a estar en cuestión, aunque no por su ligación con el franquismo, sino por la corrupción.
No se puede alegar eternamente a la fractura social, al enfrentamiento entre españoles, a agitar el fantasma de la guerra civil, para impedir una auténtica ruptura con el régimen anterior, y esa ruptura debe empezar con la derogación de esa ley de punto final. Creo que esta sociedad tiene que avanzar hacia la Verdad, la Justicia y la Reparación, primero conociendo nuestra Historia, la Memoria que durante tantas décadas ha estado silenciada, después haciendo justicia para cerrar esas heridas abiertas, para que esas víctimas que a día de hoy siguen siendo culpables para el estado, puedan restaurar su memoria, y sean reparadas por ese estado bajo cuyo paraguas se cometieron estos crímenes.