Ayer, 22 de mayo del 2016, hubo una clase de historia en las calles de Zaragoza. Una clase de esas que no aparecen en los libros de secundaria, ni en los manuales o en las programaciones didácticas. Una clase sobre reorientaciones de la teoría social, la movilización y la necesidad de un compromiso con el […]
Ayer, 22 de mayo del 2016, hubo una clase de historia en las calles de Zaragoza. Una clase de esas que no aparecen en los libros de secundaria, ni en los manuales o en las programaciones didácticas. Una clase sobre reorientaciones de la teoría social, la movilización y la necesidad de un compromiso con el cambio social… en suma, una «historia desde abajo». Ayer miles de personas mostraron su apoyo, entre gritos de dignidad y libertad. Algunos de los vítores decían que defender la tierra no es delito. El naturalista Joaquín Araujo dijo en su momento que «la tierra ama nuestras pisadas, y teme nuestras manos». En 1960 en Aragón se inauguró el embalse de Yesa, provocando el abandono de pueblos como Ruesta, Tiermas y Escó. Se estima que la población afectada fue más de 1.500 personas. Como se sabe, colateralmente ante la expropiación y plantación de pino para evitar la colmatación del embalse, se vieron afectados aguas arriba los pueblos de Larrosa, Villanovilla, Bescós de Garcipollera, Bergosa, Acín de Garcipollera, y Yosa de Garcipollera en el valle de la Garcipollera, inundándose 2.408 hectáreas de tierras de cultivo.
No nos engañemos, no sólo la medida contra los ocho de Yesa es injusta -que lo es- también es esperpéntica. Precisamente Ramón del Valle Inclán pensaba que la eterna noche del pasado se abre a la eterna noche del mañana. La sociedad que construimos ayer y la que construimos hoy, no puede ni debe ser la sociedad del silencio que renuncia a su tierra por el miedo. Según la ley parece ser que la apropiación de una tierra es lícita porque no es de la sociedad, ni del paisanaje que la habita, sino del poder. El Estado a expensas de la sociedad. Inundar la memoria de agua, de esa gente que hace la verdadera historia, la «intrahistoria» unamuniana que nunca poblará las estanterías, pero que por ello no deja de ser real, será un acto legal, pero desde luego es inmoral.
Los ocho de Yesa protestaron contra hidratación en octubre del 2012, junto a otros centenares de personas, en contra de los funcionarios de la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE) que acudían a Artieda, para firmar las actas de expropiación para el recrecimiento de Yesa. Las instituciones hechas en teoría por y para la sociedad se empeñan en olvidarse de su legado y hacer uso del poder coactivo, para imponer su verdad. Verdades axiomáticas, incuestionables, como que el mundo rural, la tierra y la memoria de unos pocos, no merece la pena ser considerada. Un despotismo que no sólo impone, sino que coarta y arremete contra cualquier oposición. No se dejen engañar por los que dicen que fueron actos violentos, la manifestación fue de gente pacífica que protestaba contra la supresión de espacios inundados, tragados por el agua.
Ayer la sociedad recorrió las calles de Zaragoza para pedir la absolución a los ocho de Yesa, la libertad de opinión y en esencia, de manera transversal, abogaba por la supresión de cualquier ley que tenga como objetivo amedrentar defendiendo el derecho a una tierra y a la memoria de la gente que la habitó y la sigue habitando. Una tierra que aunque algunos se empeñen en que pronto no aparezca en los mapas y yazca sumergida en el agua, gracias a unos pocos, su memoria sigue sin estar silenciada. Ayer esa historia sumergida reapareció de la mano de los ocho de Yesa. Hoy ha comenzado el juicio a los 8 de Yesa. El fiscal y la acusación particular acusa a unas personas que han defendido de manera pacífica el territorio donde han vivido y trabajado, oponiéndose a la expropiación. Ayer la marcha acabó con el canto a la libertad de Labordeta. El mismo autor apuntaba en sus Cuentos de San Cayetano «huérfano de veranos quise huir, escribiendo esto de las memorias agrestes de aquellos años grises, represivos y adocenados». El hoy y ayer a veces se confunden. Esperemos que a pesar de todo, por los ocho, sus familias y allegados y por el bien de todas y todos, por el ayer, el hoy y nuestro mañana… se haga justicia y sean absueltos de todos los cargos.
José Antonio Mérida Donoso es profesor de historia y lengua y literatura
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