A lo largo de los últimos seis años hemos sido testigos en España de sucesivos episodios de manipulación política y mediática del fenómeno terrorista, promovidos por el Partido Popular y sus satélites propagandísticos. Una estrategia de alto riesgo que, con el evidentísimo fin de socavar el prestigio y la operatividad del gobierno socialista, no ha […]
A lo largo de los últimos seis años hemos sido testigos en España de sucesivos episodios de manipulación política y mediática del fenómeno terrorista, promovidos por el Partido Popular y sus satélites propagandísticos. Una estrategia de alto riesgo que, con el evidentísimo fin de socavar el prestigio y la operatividad del gobierno socialista, no ha tenido reparos en poner en cuestión las instituciones del Estado y la convivencia cívica entre los españoles.
El primero de estos episodios fue la demencial e ignominiosa campaña de intoxicación informativa en torno a los atentados del 11 de marzo de 2004. Una campaña orquestada al alimón por comunicadores sensacionalistas y ultraderechistas (como Federico Jiménez Losantos, César Vidal, Gabriel Albiac o Pedro J. Ramírez) y políticos del ala más radical del PP (entre ellos los ex-ministros Ángel Acebes o Eduardo Zaplana, sin olvidar al propio ex-presidente José María Aznar y su fundación FAES). A lo largo de estos seis años, y a despecho de las nítidas conclusiones de la Comisión de Investigación parlamentaria y de la sentencia de la Audiencia Nacional, los llamados «agujeros negros del 11-M» se han convertido en una industria tan macabra como rentable. Un repaso por el kiosko de prensa o el dial radifónico nos permite comprobar, a medio camino entre la incredulidad y el espanto, cómo todavía hoy siguen estos «conspiranoicos» erre que erre con sus malsanos desvaríos, desmintiendo la autoría de Al-Qaeda y cualquier relación de los atentados con nuestra participación en la guerra de Iraq, y señalando en cambio, de forma más o menos explícita, hacia ETA, hacia las Fuerzas de Seguridad del Estado, hacia el Partido Socialista, hacia los servicios secretos marroquíes, hacia todos ellos a la vez…
Un segundo ejemplo de esta manipulación interesada del terrorismo se produjo durante la última tregua de ETA. La oposición neoconservadora y sus satélites cívicos y mediáticos falsearon concienzudamente la naturaleza y la agenda de las conversaciones mantenidas entre el gobierno y la banda (celebradas con la autorización expresa del Parlamento, y con la más que loable finalidad de obtener una definitiva entrega de las armas por parte de ETA), presentándolas como «la rendición del Estado ante el terrorismo». Durante meses, el PP mantuvo su actitud mendaz e incendiaria en las instituciones y movilizó a sus bases más radicalizadas en sucesivas manifestaciones callejeras, en las que se menoscabó gravísimamente la verdad de los hechos y el honor de nuestras instituciones democráticas: se habló, entre otras infamias de gran calado, de un gobierno «encamado con la ETA», que «traiciona a los muertos»…
No es muy distinta la metodología que el PP y su entorno mediático están empleando en la actualidad al respecto de las supuestas vinculaciones entre ETA y el gobierno de la República Bolivariana de Venezuela. No es ninguna novedad esta satanización del presidente Hugo Chávez, que la derecha española practica con insistente entusiasmo desde hace años, y que la izquierda (por desgracia tantas veces atrapada en la lógica perversa que impone la arrolladora hegemonía mediática de la derecha), sólo es capaz de desmentir con la boca pequeña y miedosa. Pero no es tiempo de medias tintas ni de disculpas en voz baja, sino de aferrarse a la verdad con uñas y dientes y defenderla de quienes han hecho de la mentira un oficio y una ideología. Los atentados del 11-M fueron cometidos por una célula de Al-Qaeda en represalia por nuestra participación en la guerra de Iraq. Las conversaciones entre el gobierno y ETA desafortunadamente fracasaron en sus ambiciosas expectativas, pero no por eso dejaron de ser perfectamente legales, legítimas y oportunas. Y las acusaciones de connivencia entre el gobierno venezolano y ETA son una inmundicia sin el menor fundamento material, que no hace sino reiterar la misma pauta inquisitorial de los ejemplos anteriores: «terrorista, cómplice del terrorismo o amigo de los terroristas es todo aquel que no me aplaude y no se me somete». Un cedazo tramposo que, a capricho del pequeño aspirante a Metternich que desde la presidencia de la FAES aspira a presidir el universo, se abre de par en par para dejar pasar un genocidio en Iraq, un golpe de Estado en Honduras o una mafiocracia en Italia, pero se cierra como una soga corrediza sobre el pescuezo erguido de la Venezuela bolivariana.
No soportemos ni una mentira más, y a cambio tendamos la verdad al sol a la vista de todo el vecindario. Hugo Chávez no es ningún terrorista, ni un cómplice del terrorismo, ni un amigo de los terroristas, sino un gobernante con toda la legitimidad democrática emanada de unas urnas limpias, y cuyos únicos delitos son el haber roto con una larga y dolorosa tradición de sumisión de los gobiernos de su país a los Estados Unidos, el haberse enfrentado con valentía a las oligarquías locales y globales que expoliaban a su pueblo y el haber puesto la soberanía nacional y la justicia social en primer plano de su acción de gobierno. Motivos más que suficientes para que, hoy más que nunca, con orgullo y con gallardía, aún nadando contra corriente de los ríos de mierda que nuestra montaraz derecha escupe un día tras otro sobre ellos, la izquierda española reafirme sin vacilaciones su abrazo fraterno con el pueblo de Venezuela, con el movimiento popular bolivariano que encarna su ejemplar empeño de progreso y emancipación, y con el gobierno y el presidente que con tan envidiables lealtad, dignidad y firmeza de espíritu los representan.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.