D e haber querido entregar un mensaje respecto a su tan anhelada agenda proigualdad, el gobierno, es decir la dirección de la CUT y el Ministerio del Trabajo, debieron haber hecho un esfuerzo y leer de una manera mucho más inteligente el momento político antes de hacer la cachaña de negociar el salario mínimo. No […]
D e haber querido entregar un mensaje respecto a su tan anhelada agenda proigualdad, el gobierno, es decir la dirección de la CUT y el Ministerio del Trabajo, debieron haber hecho un esfuerzo y leer de una manera mucho más inteligente el momento político antes de hacer la cachaña de negociar el salario mínimo.
No se sabe aún qué fenómeno del alma humana concurre para el desaguisado de hacer mal algo que ofrece la opción de hacerlo, si no bien, por lo menos no tan mal.
El caso es que no sólo se aumenta en una miseria el salario mínimo, sino que el acuerdo alcanzado hipoteca una mejora, con los mismos rasgos miserables que la anterior, hasta el año 2016. En circunstancias que hacía no poco la presidenta de la CUT, Bárbara Figueroa, decía que los doscientos cincuenta mil que le exigían al gobierno de Sebastián Piñera eran «irrenunciables».
La voltereta que sacó al PC de la marginalidad de la política, aparecía en sus inicios como una brillante maniobra estrictamente electoral. La necesidad tan humana como cualquiera de salir de los bajos fondos de la política, y de terminar de una vez por todas con esas eternas reuniones con fragmentos de la Izquierda para el efecto de ponerse de acuerdo en cómo enfrentar la siguiente derrota, explicó en su momento el cambio estratégico. Y en una notable operación política, propia de la guerra de guerrillas, con un exiguo número de votantes por todo capital, con dirigentes sociales en áreas especialmente estratégicas, y con una larga historia de lucha, se propuso y logró meterse en la ligas mayores. Le cambió el nombre a la Concertación, introdujo importantes propuestas en el nuevo programa de gobierno y se eleva hoy mismo como el más fiel bacheletista de la historia.
El movimiento estratégico del PC le ha permitido aumentar exponencialmente su número de diputados, llegar al gabinete y a una no despreciable cantidad de cargos en las reparticiones del Estado. Pero también le ha traído no pocas críticas. Pero en un país en el cual la impunidad es tan gravitante y omnipresente como la cordillera de los Andes, da lo mismo.
Con todo, haberse arriesgado a aceptar un monto tan exiguo como el que la presidenta de la CUT acepta, es sin duda una maniobra que debió haber sido sopesado de otra manera. No es que no haya manera de subir el sueldo mínimo. Es difícil pensar que un empresario por muy pichiruche que sea, no está en condiciones de hacerlo. El mensaje es ideológico. Veamos no más lo que opina la ultraderecha respecto del portento. Lo encuentran «razonable». No cabe duda que esta opinión representa el sentir íntimo y agradecido de los poderosos, porque se mantiene a ese millón de trabajadores que reciben esa miseria, atados por la soga de las deudas que pagan una deuda que, a su vez, paga otra.
Si ese monto es «razonable» para los poderosos, será porque es realmente una miseria.
Recordemos lo hábil que es la ultraderecha nacional en la utilización de subterfugios lingüísticos cuando quiere encubrir la verdad: presuntos desaparecidos, excesos policiales, apremios ilegítimos. Hoy agrega, para disimular su regocijo, el de «razonable», para no decir miserable, egoísta, injusto, poca cosa.
Y, como siempre sucede, lo más trágico no se encuentra en pesos más o pesos menos, en rendiciones a cambio de una u otra prebenda, en cooptaciones y sometimientos de quienes por historia e ideas están llamados a estar precisamente en la vereda de enfrente. Lo realmente delicado, si se mira desde el punto de vista de las luchas de la gente, está en que en el otro lado no haya reacciones como las que debería haber. Y de nuevo se corre el riesgo de que en poco tiempo más, todo seguirá según se necesita.
Es que el acuerdo CUT-gobierno, con perdón del pleonasmo, refuerza uno de los pilares del modelo de dominación: los salarios bajos. Así como la represión y vigilancia a los estudiantes, la ocupación de territorio mapuche, las pensiones de hambre, el lucro en cada intersticio de la sociedad, son condiciones necesarias para la existencia del modelo, los sueldos de miseria son también parte de esta cultura.
Publicado en «Punto Final», edición Nº 808, 11 de julio, 2014