Abandono y desolación… La impresión es unánime entre quienes han accedido a las instalaciones que en su día albergaron al diario «Egin» y la emisora Egin Irratia en el polígono Eziago de Hernani. Desde su cierre en 1998, el pabellón y los bienes han sufrido un progresivo e irreparable deterioro hasta el punto de la […]
Abandono y desolación… La impresión es unánime entre quienes han accedido a las instalaciones que en su día albergaron al diario «Egin» y la emisora Egin Irratia en el polígono Eziago de Hernani. Desde su cierre en 1998, el pabellón y los bienes han sufrido un progresivo e irreparable deterioro hasta el punto de la práctica ruina, consecuencia del abandono y la desidia de la administración judicial. El Tribunal Supremo anuló en 2009 la declaración de ilicitud de la actividad editora y confirmó la improcedencia de la clausura de los medios y de sus instalaciones, pero el patrimonio nunca ha sido devuelto a sus propietarios.
Una bocanada de atmósfera húmeda, polvo y un penetrante olor ácido atrapan al visitante nada más franquear el umbral de la nave industrial. Unos pocos minutos de estancia en la penumbra entre restos de mobiliario, escombros e, incluso, charcos de agua estancada y centímetros de barro bastan para afianzar la sensación perturbadora de ahogo, de desasosiego… Atravesar la puerta principal de «Egin» es viajar al corazón de las tinieblas judiciales.
Así lo han podido constatar quien fuera apoderado de la sociedad editora Orain S.A., Tomás Arrizabalaga, los abogados de la empresa Álvaro Reizabal e Iñigo Iruin y un reducido equipo de informadores, que han visitado recientemente las instalaciones del antiguo periódico. Han acudido con un notario a fin de levantar acta del estado actual e incorporarla a la solicitud ya presentada ante la Sección 3ª de la Audiencia Nacional para que el administrador judicial rinda cuentas de su gestión durante los 14 años de clausura y explique el destino de los fondos que obraban en su poder para la conservación del patrimonio.
Precisamente, con la supuesta finalidad de preservar durante el proceso judicial la actividad empresarial y los bienes de las cinco sociedades afectadas por la «Operación Persiana», el instructor del caso, el juez Baltasar Garzón, nombró el 21 de julio de 1998 un administrador judicial. La persona designada fue Antonio López Iranzo, funcionario de la Agencia Tributaria de Madrid, cuyo nombramiento continúa vigente al no haber sido revocado, según entiende el abogado Reizabal.
El procedimiento judicial del «caso Egin», inmerso en el Proceso 18/98, culminó con la sentencia de la Audiencia Nacional de 2007 por la que 11 de los 18 procesados fueron condenados a severas penas de prisión por «integración» o «colaboración» con organización armada, que iban desde los 4 hasta los 24 años de cárcel, sumando un total de 150. En 2009, el Tribunal Supremo atendió los recursos de casación de las defensas y redujo a casi la mitad las condenas, a la vez que anulaba la declaración de ilicitud de la actividad de las empresas y suspendía su disolución y la liquidación de bienes. No había motivo, por tanto, para haber clausurado las empresas y debían volver a manos de sus administradores naturales. Pero no ha sido así.
Nada más producirse la clausura del periódico y el cese de actividades, el juez ordenó también la custodia policial de la nave, por lo que agentes de la Policía española se turnaron durante meses en la vigilancia en el interior del edificio, donde comían, pernoctaban y velaban por el precinto judicial. Las instalaciones de la Parcela B-10 del polígono Eziago donde «Egin» y Egin Irratia tenían sus redacciones centrales y donde se hallaba la rotativa del periódico permanecieron precintadas hasta el 18 de julio de 2003. Aquel día, una delegación de directivos del grupo Orain y del diario, encabezada por su director, Jabier Salutregi, acompañados por sus abogados y un grupo de periodistas, pudieron acceder por primera vez desde el cierre al interior del edificio.
El impacto de los asistentes fue notorio: desorden, suciedad, goteras, instrumental desaparecido, máquinas invalidadas… Hallaron un «panorama desolador» y un «periódico desvencijado» después de cinco años de clausura bajo el amparo del administrador judicial. Pero si aquello resultó «deplorable» para los visitantes, 9 años más tarde de aquella incursión y 14 después del cierre, el panorama es notablemente más desolador.
Abandono y destrucción
Nada más traspasar la puerta, el visitante se encuentra de golpe con un desorden de restos de mobiliario, escombros y hasta un insólito colchón de origen inexplicable. El que un día fuera el animado comedor es hoy un espacio desolado, lúgubre y embarrado del que han desaparecido los equipamientos y hasta los marcos de las puertas. La escalera a la recepción y su cúpula luminosa están tomados por un espeso moho verde y hasta por vegetación en algunos puntos. Sobre el suelo todavía reposan algunos ejemplares del último «Egin» impreso aquel 15 de julio de 1998. La centralita desde la que se atendían las llamadas telefónicas y a las visitas está cubierta de escombros desmoronados del techo.
La sensación se hace todavía más asfixiante al acceder a los despachos de dirección, sumidos en la oscuridad absoluta al haber sido tapiadas sus ventanas. Aquí es donde se alojaban los policías que custodiaron el edificio, como denota la vajilla y hasta las bombonas de gas y sartenes abandonadas. O los posters de revistas pornográficas, banderines deportivos castellanos o hasta un escudo de Euskal Herria sobre el que jugaban a los dardos. El estado en esta zona es devastador: algunos muebles están volcados, estanterías arrancadas, techos desplomados y todo cubierto por escombros y desechos. En el que fuera despacho del director, se aprecia que la falsa cubierta de escayola ha sido derribada expresamente pues no se aprecian restos de goteras del tejado superior.
El paso hacia la redacción aumenta más, si cabe, la sensación de devastación. Aquí, al caos de origen humano se van sumando los factores ambientales. El agua de la lluvia y el paso del tiempo sobre las estructuras de cubierta han abierto vías que desembocan sobre lo que en su día fueron coquetos despachos de redacción y hoy son una escombrera incalificable. La visión de la redacción central conduce instintivamente al imaginario de la desolación producida por catástrofes naturales o guerras. El espacio que un día fuera el corazón del periódico pletórico de vitalidad es hoy un lugar siniestro. Al desorden de mesas desvencijadas, equipos informáticos desventrados, fotografías y papeles esparcidos por doquier se suman los grandes vacíos tenebrosos del techo hundido y los paneles del suelo levantados, supuestamente, para robar el cableado interno, en una superficie viscosa y maloliente.
De camino a la sección de montaje y fotografía, el instrumental matriz del sistema informático ha sido desvalijado y sus despojos arrojados entre restos metálicos. La humedad de los techos hundidos y las grietas del tejado se han adueñado también de lo que fueran las instalaciones de Egin Irratia. Los equipos técnicos y hasta parte del mobiliario de cabina han sido saqueados; el destrozo y el abandono se han apoderado de todo el local. En el estudio del fondo, un charco pastoso da paso a la imagen dantesca de estanterías y cintas radiofónicas arrojadas de manera caótica sobre el suelo y las mesas de control ante paredes ennegrecidas por la humedad.
El área de administración tampoco ha escapado a la desidia judicial, el paso demoledor del tiempo y la inquina humana. El foco de la linterna desvela en la oscuridad archivos desbaratados, canaletas eléctricas arrancadas, materiales revueltos y el golpeo incesante de la gotera que alimenta el gran charco gelatinoso que cubre parte del espacio central.
Una rotativa devastada
Pero la imagen tal vez más sobrecogedora espera tras la puerta de bajada a la nave. Allá se encuentra la rotativa de dos pisos de altura que supuso 600 millones de pesetas (3,6 millones de euros) de inversión y apenas contaba con siete años de vida cuando fue ajusticiada para siempre. Una parte del tejado se ha hundido definitivamente sobre la cubierta que protegía la máquina y la ha abierto al cielo y hasta a una enorme lechuza blanca que encontró cobijo en el antiguo periódico. A la labor de los policías bajo el mandato del juez Baltasar Garzón que en julio de 1998 desmontaron piezas para inutilizar el mecanismo de impresión se han sumado posteriormente otras manos ajenas que han expoliado todo el cableado, las piezas y mecanismos supuestamente vendibles en el mercado negro. Hasta los pasamanos y las barandillas de la máquina.
La fuerza de la naturaleza se ha hecho patente también en el edificio desatendido. Las últimas -aunque probablemente no únicas- inundaciones del pasado mes de noviembre entraron por la parte trasera de la nave con la fuerza de un pequeño tsumani y, además de alcanzar una altura de unos 80 centímetros, el agua introdujo troncos, ramas y desperdicios de todo tipo, arrastrando lo que pilló a su paso y formando una gran barricada de desechos en la zona de carga de las furgonetas de reparto. En el suelo perdura todavía una capa de entre 5 y 15 centímetros de lodo reseco y resquebrajado en algunos lugares, y acuoso en otros. Las decenas de bobinas de papel prensa yacen empapadas, apiladas o derrumbadas, bajo un intenso hedor húmedo a putrefacción.
En una de las paredes, junto a la escalera, sobrevive al paso de la devastación un mortecino cartel de 1993: «Egin-ekin, adierazpen askatasunaren alde».
La «puntilla de muerte» contra un valor con el que hacer frente a la deuda
Tomás Arrizabalaga, apoderado de Orain S.A. en el momento de su clausura y cuya imagen sosteniendo en la mano ante los policías el último ejemplar de «Egin» se hizo emblemática, es taxativo al valorar su inspección visual del lugar: «Si me llevé una impresión fuerte en 2003, esta vez ha sido terrible. Las máquinas desmanteladas, se han llevado de todo: chatarra, cobre, todo tipo de ordenadores, fotos, discos… Han destrozado todo. Se han llevado hasta puertas con su marco entero».
«En 2003 salimos con lágrimas de los locales de `Egin’ por el deterioro de las instalaciones de nuestro periódico -recuerda-, pero lo de 2012 es increíble, personalmente me vinieron a la memoria las imágenes del tsunami de Japón». Para Arrizabalaga, «el abandono ha sido total» desde el cierre, «nadie se ha preocupado del mínimo mantenimiento» y el pabellón aparenta ser «irrecuperable».
«La ineptitud en la gestión empresarial del administrador judicial -opina- ha sido la puntilla de muerte para unas empresas que estaban funcionando con normalidad, con más de doscientos trabajadores en plantilla, colaboradores, publicistas, chóferes, etc. La Audiencia Nacional, con el plácet del poder político del momento, lo hundió con el cierre de julio de 1998».
Para el abogado Álvaro Reizabal, defensor de los procesados y de los intereses del grupo comunicativo Orain, la sensación es similar tras abandonar la nave industrial: «Desolación ante tanta destrucción; yo había asistido también en el año 2003 y en aquella ocasión pudimos apreciar los deterioros producidos por el paso del tiempo (goteras, cristales rotos, etc. ), pero lo que hemos visto esta vez es la destrucción absoluta. La misma sensación que suele tenerse cuando se ven imágenes de edificios tras una guerra».
El abogado muestra, asimismo, la convicción, «si bien como profanos y por tanto carente de conocimientos técnicos, de que ese edificio habrá que derribarlo, pues su rehabilitación sería más costosa que una nueva construcción».
Reizabal apunta también su «indignación al comprobar cómo se encuentran unas instalaciones que debieron ser objeto de protección por parte del administrador judicial nombrado al efecto y en las que -no se olvide- durante años hubo presencia policial».
Arrizabalaga ahonda en esa reflexión: «¿Quién se va a responsabilizar de esta nefasta gestión? El valor de los locales, el de las máquinas, la mancheta, etc. se ha echado a perder. Ese valor debía haber servido para hacer frente a las deudas con la Seguridad Social».
Fuente: http://www.gara.net/paperezkoa/20120506/338967/es/La-muerte-administrada-patrimonio-Egin-Hernani/