Suele invocarse como una especie de característica ontológica de la cultura chilena una propensión a la amnesia y tergiversación del pasado. Cualquier sociólogo silvestre -o de los otros- corroboraría con prestancia tal postura. Sin embargo estos rasgos obedecen a cuestiones de origen más elemental que una desidia: la pura y simple ignorancia. Eso nos lleva […]
Suele invocarse como una especie de característica ontológica de la cultura chilena una propensión a la amnesia y tergiversación del pasado. Cualquier sociólogo silvestre -o de los otros- corroboraría con prestancia tal postura. Sin embargo estos rasgos obedecen a cuestiones de origen más elemental que una desidia: la pura y simple ignorancia. Eso nos lleva a estar permanentemente descubriendo la pólvora y a menoscabar lo que se resiste a una comprensión cabal e inmediata.
En el año 1986 la desaparecida Revista Enfoque (para ser precisos José Román, quién dicho sea de paso es el crítico de cine más importante que ha habido en Chile) publicó una entrevista por muchos motivos notable a Raúl Ruiz. Entre otras perlas dice Ruiz que: «Chile es un país donde el elemento motor de toda emocionalidad es la vergüenza ajena, un país que no puede tomarse en serio en la historia, porque no es un país serio. Lo que, por lo demás, no tiene ninguna importancia. Chile no es ni será jamás un gran país y eso a mi me parece fantástico.
«Decidirse a hacer cine en Chile, con toda la capacidad estética del país, es tomar en cuenta su fealdad, que ya es una actitud, tomar en cuenta las torpezas, pero también las habilidades, porque quién no toma en cuenta la capacidad lúdica de los chilenos está perdiendo el noventa por ciento de lo que puede ser una buena película».
Ruiz perteneció a ese tipo de intelectuales -como Borges, Bolaños o Piglia- que hicieron de la entrevista periodística un subgénero literario, un dispositivo de provocación y apuesta. El consustancial narcisismo del dialogo periodístico se diluye en una erudita y a la vez lúdica exposición, capaz de sortear con elegante rigor la (in) competencia de los interlocutores, como atestigua el otro reportaje a Ruiz que acompaña el mencionado numero de Enfoque:
En un temprano Ensayo de los años treinta, El escritor argentino y la tradición, Borges desarrolla un argumento ya clásico. A la pregunta sobre cual es la tradición a la que se debe un escritor argentino -esto es: el contexto que acota sus matrices dominantes- responde que es la totalidad de la cultura occidental. Más radicalmente aun, el hecho de ser un «marginal», de no estar en el centro misma de ella, posibilita una relación libre y carente de prejuicios con la tradición, con sus procedimientos y retóricas.
Prueba de ello, continua Borges, es la importancia de los irlandeses en la literatura inglesa o de los judíos en occidente. Tal capacidad para innovar reside en pertenecer a una tradición pero sin sentirse vinculado a ella «por ninguna devoción especial». Situación análoga es la de los sudamericanos. El Martín Fierro es una obra fundante de la literatura argentina pero no por su «aire vernáculo» sino debido al eficaz abordaje de temas universales (el tiempo, el espacio y el mar) y por tanto abstractos.
Dicho lo anterior adquiere legibilidad la osadía de Ruiz al emprender trabajos que toman como base obras literarias de fuerte asimilación a la cultura literaria europea (¿hay otra?) como En busca del tiempo perdido, La isla del tesoro y Berenice. Lo peculiar, lo verdaderamente decisivo de esas particularísimas aproximaciones, consiste en la narración, en el modo de quebrantar su representación, más que en las eventuales «temáticas» ahí recogidas. De las muchas sandeces que se dijeron en Chile sobre su filmografía la más reiterada se refiere al «intelectualismo» y «falta de calor humano» de su obra. Sin duda que en cosas como esa pensaba Neruda, cuando al intentar resarcir el genio de Juan Emar, escribió que : » Tuve la dicha de respetarlo en estas repúblicas del irrespeto».
Alvaro Monge Arístegui es Profesor de Filosofía, Programa de Filosofía, Arte y Cultura, Universidad Arcis. Poeta y Ensayista. Realizó junto a José Ángel Cuevas los documentales Ningún libro de historia hablará de nosotros y Los muchachos del 73. Ha publicado el libro Pálida de hastío y ensayos sobre literatura, historia y filosofía.
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