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Algunos días después

La muerte en el asfalto de un trabajador senegalés

Fuentes: Rebelión

Para Rafael Chirbes, in memoriam et ad honorem   Veo que hemos llegado a un mundo en el que puedes contemplar en la prensa un video en el que media docena de mossos se agachan en torno a alguien tendido en el suelo y lo encubren, como si lo estuvieran reanimando, o sometiendo a una […]

Para Rafael Chirbes, in memoriam et ad honorem

 

Veo que hemos llegado a un mundo en el que puedes contemplar en la prensa un video en el que media docena de mossos se agachan en torno a alguien tendido en el suelo y lo encubren, como si lo estuvieran reanimando, o sometiendo a una operación, y de entre la masa que forman los cuerpos de los mossos salen unos alaridos atroces (¿qué le estarán haciendo?, ¿qué forma de atender al paciente es esa?), y resulta que estos osos uniformados o gorilas salvajes lo que están es apaleando y pataleando a un hombre que aúlla de dolor, y ves en el vídeo cómo agitan los brazos y cómo sueltan las patadas, y ves que hay gente cerca que mira, y eso ocurre en el centro de Barcelona, en el corazón de Cataluña, gente que se está quieta viendo cómo los mossos se cargan a un tío -se lo cargaron- y hay un espectador que ejerce su derecho a decidir y se mueve o dice algo, pero surge un gorila que se abalanza sobre él y lo secuestra con todos sus derechos (salut, companys, ja tenim la nostra policia); en fin, veo así el país, en un mundo en el que en sólo un mes los servicios secretos yankis han espiado setenta millones de conversaciones muchas de ellas de tipos que están convencidos de que el capitalismo es un sistema de explotación escandaloso, pero que, al fin y al cabo, es un sistema que deja en paz tu vida privada: y no quieren darse cuenta de que ni siquiera eso es verdad (están asustados con su casa, con su trabajo, con su salud), no quieren darse cuenta de que no hay ni trabajo digno, ni sueldo decente, ni vida privada;

Rafael Chirbes (2013)

 

In memoriam senegalés anónimo. Primera víctima de la criminalización de la pobreza del verano. Su muerte nos señala.

Jaume Asens (2015)

 

Las personas de mi generación, especialmente las mujeres, nos sentimos muy representadas por lo que ha escrito y denunciado el helenista gramsciano Miguel Candel. Sus palabras:: «En este país (y no sólo en «Madrit») hay una larga tradición de detenidos por la policía que «se tiran por las ventanas». Remember Enrique Ruano. Lo que de momento no ha hecho nadie es imitar a Walter Husemann, un obrero comunista alemán detenido por la Gestapo, que intentó realmente arrojarse por el balcón, pero arrastrando consigo a un policía nazi… Ojo, no pretendo dar ideas…»

También con lo manifestado por Manuel Zaguirre en «Ya vale de hipocresías y mentiras» [1]. El ex secretario general de la USO lo ha explicado con la claridad y el coraje poliético que se debe exigir a un ciudadano de izquierdas y humanista.

Recuerdo algunas de sus reflexiones:

«[…] Por la mañana, en casa aun, oigo en un informativo horario que han habido graves disturbios en Salou, con cortes del tráfico ferroviario, a causa de una intervención policial contra «manteros» senegaleses que ha provocado el suicidio de uno de ellos. Yo vengo de un tiempo y de un país, que diría nuestro querido Raimon, que cuando una intervención policial llevaba pareja la muerte del intervenido nadie pensaba en el suicido de éste … Por precaución telefoneé al servicio de Rodalies de Catalunya, cercanías, a ver qué incidencias había en el trayecto […]».

La voz informó a MZ de que «a causa de actos vandálicos el tráfico ferroviario está interrumpido en Salou, y que el tren nos llevaría hasta Tarragona; allí un autobús nos llevaría hasta Cambrils -estación posterior a Salou y anterior a Hospitalet- y desde allí continuaría a sus destinos naturales de Tortosa o Valencia …» Su respuesta: «actos vandálicos son los de los policías autonómicos o municipales acosando a los vendedores informales callejeros y robándoles la mercancía…», algo endémico y en auge en toda Catalunya».

Tras el viaje y la reflexión, algunas de sus afirmaciones críticas:

«El problema de fondo y los antecedentes de lo sucedido en Salou es la cuestión de la venta ambulante con la que sobreviven miles de inmigrantes, senegaleses y de otras muchas nacionalidades, incluyendo españoles. Es un auténtico acoso policial, ordenado por las autoridades, que incluye requisarles, robarles, la mercancía y ponerlos en el disparadero de la expulsión del país, pues muchos de ellos no tienen sus papeles en regla. Todos hemos visto alguna vez a estos muchachos saliendo a la carrera con sus hatillos de baratijas porque la policía se les echa encima».

Ese acoso, recuerda, es extensivo a otras actividades de supervivencia, no sólo a la venta callejera. La razón que se esgrime para el acoso es, en su opinión, un monumento a la hipocresía:

«Se les acusa de «competencia desleal con los honrados comerciantes -léase cadenas transnacionales de distribución- que pagan sus impuestos». ¿Dónde queda el discurso sobre la libertad de comercio, de empresa, de mercado? Para los negritos manteros no cuenta por lo visto. Al tiempo que se les cierran todos los caminos de supervivencia, y se les exime piadosamente -hipócritamente- de responsabilidad, se aduce que las mercancías que venden proceden de mafias que las producen a muy bajo coste. Y yo les digo que proceden de los mismos sitios infernales que las mercancías que venden las grandes cadenas comerciales españolas, europeas o norteamericanas: de la explotación de mujeres, niños y hombres, que producen intensivamente con salarios de hambre y condiciones de trabajo insoportables, en China, Bangla Desh, Marruecos…». Como todas sabemos: «Las multinacionales pagan una ridiculez por el balón o la camiseta de Messi y a ti te la venden por cien veces ese valor; el mantero te lo vende por la tercera o cuarta parte…, ese es su delito».

No se pierdan el resto.

Zaguirre finaliza su nota con estas palabras: «Por cierto, fuentes oficiales de toda solvencia han cifrado en unos 9000 euros el coste de los «actos vandálicos» de los manteros senegaleses en Salou el pasado 12 de Agosto. Intolerable. Es una cantidad desorbitada, muy superior al coste de la vida de un puto negro al que ayudaron a suicidarse…»

Clara Gil del Olmo [2], por su parte, explicaba el pasado 17 de agosto las duras condiciones de vida de estos trabajadores desfavorecidos y acosados:

«Khadim recorre cada día 80 km en tren para vender camisetas del Barça. No son las oficiales, sino falsificaciones por las que paga unos 20 euros la unidad». Si tiene un día bueno, si la policía no le confisca la mercancía ni los clientes regatean en exceso, Khadim puede conseguir unos 15-20 euros para él después de unas 12 horas de trabajo. Pero son muchos los días que vuelve a casa sin nada: sin dinero y sin mercancía. Khadim vive en «un pequeño apartamento de dos habitaciones en la plaza Sant Jordi (Salou) con cinco compatriotas más».

Hasta hace cuatro días compartía estancia con Mor Sylla, el trabajador senegalés que murió «en la operación policial realizada contra la venta ambulante en la madrugada del pasado miércoles 11 de agosto».

Es uno de los más de 1.700 senegaleses censados en Salou. Mide casi dos metros, está en perfecta forma física, tiene 32 años. «Cuenta que en su ciudad natal (Saint Louis) era pescador. Llegó a Cataluña en 2003 buscando una vida mejor. Alternó trabajos en la obra con los que consiguió los papeles, hasta que estalló la crisis económica. Ahora se dedica al top manta». Como la gran mayoría de sus compatriotas.

Él es consciente de que la actividad que realiza es ilegal. Pero asegura que es su única alternativa. No le gusta, con razón, la palabra «mantero». Se consideran, son de hecho, vendedores, «personas que intentan ganarse la vida y ayudar a sus familias en casa». Su hermana tuvo mejor suerte. «Obtuvo una beca para estudiar en la Universidad de La Sorbona de París y trabaja «dignamente» en Francia». Él prefiere vender camisetas en la calle que pasar droga. «Me avergonzaría tener que mantener a mis hijas con el dinero de la droga».

Khadim opina que la actuación policial que acabó con la vida de su amigo fue «desproporcionada». «Todavía no entendemos por qué mandaron a los Mossos d’Esquadra. No teníamos más de dos maletas de objetos. Nos trataron como a terroristas». Siente rabia por la muerte de su compañero.

Pero toca ir a trabajar. «Se dividen en turnos. Los mayores se levantan a las 6 de la mañana y no vuelven a casa hasta la noche. Los más jóvenes prefieren esperar a las horas de menos calor aprovechando la afluencia de turistas en el paseo marítimo. Viajan en tren, 40 kilómetros de ida y 40 de vuelta». Muchos pasan la noche en la calle. Terminan la jornada a las tres de la mañana. A esas horas, no pasan trenes.

Khadim paga 80 euros mensuales por una litera que comparte con Baba Car. Los gastos aparte. En el cuarto de al lado de su casa dormía Mor, junto a Mamadou. «En el salón, un sofá cama y un colchón improvisado alberga a otros dos compañeros… la comida es austera y se divide entre todos. «Cada día cocina uno, nos apañamos con menos de 80 euros al mes para comer. El resto se guarda para el invierno, cuando no hay trabajo, y si podemos regresamos unos meses a casa».

Los últimos dos años no han sido buenos; tendrá que esperar para volver. «En un mes de temporada alta, Khadim puede sacar alrededor de 450 euros, de los cuales la mitad va destinada a pagar el alquiler y la comida. Los 200 restantes los manda a Senegal». ¡En los meses de temporada alta! ¡145 euros para la comida del mes y el pago de recibos y transporte!

Hace más de 40 años que llegaron los primeros senegaleses a Salou, la comunidad senegalesa más numerosa de España. Se reparten entre Sitges, Coma-Ruga, La Pineda o Cambrils. La primera generación vendía en la playa collares, pulseras y artesanía que traían de su país. Consiguieron ganar algo de dinero para abrir pequeñas tiendas. Sus hijos van a la escuela y hablan castellano y catalán. «Son nuestros vecinos. Han cuidado a nuestros hijos y nosotros a los suyos. Son una comunidad tranquila y respetuosa», explica Mateo, un vecino de 65 años de Salou. «Tenemos una relación muy buena desde hace treinta años, pero lo que pasó el miércoles marca un antes y un después. Tememos que la buena convivencia de treinta años se haya roto en diez minutos», añade.

Otro caso, este de Barcelona. Desde 2005, Dan vive en el barrio de la Barceloneta (allí nació mi compañera, allí vivió durante años su familia(. Llegó a Barcelona acompañado de su hermano pequeño para reunirse con su padre. Habla castellano, catalán, inglés, francés y wolof, la lengua mayoritaria en Senegal. Tuvo que dejar los estudios en 2011. Su padre murió de cáncer. Desde entonces se dedica a la venta de productos falsificados. Lleva deportivas, igual que el resto de sus compañeros, «para correr si viene la policía».

El pasado diciembre de 2014 la policía le esperaba en la puerta de su casa. Le quitaron la mercancía y le pusieron una multa de 250 euros. Al no poder pagarla, tuvo que cumplir quince días de prisión. Tiene el título de ayudante de cocinero; también el de soldador. Pero no consigue trabajo. «Echo currículums todos los días, pero nadie me contesta. Nunca nos sentamos, siempre estamos de pie, en alerta y preparados para correr». Niega que haya mafias en los manteros. Se ayudan entre ellos. «Algunos han llegado hace cuatro meses y no saben cómo funcionan las cosas. Compramos la mercancía en los chinos o en grandes almacenes, pero nadie nos controla ni nos obliga a vender. Si alguno no llega a final de mes, le ayudamos entre todos. Esos son nuestros servicios sociales»

La Asociación «Espacio del Inmigrante» lleva tres años trabajando en el barrio barcelonés del Raval (el antiguo barrio chino, donde yo empecé a trabajar a los 13 años) prestando asesoría y atención médica a los inmigrantes llamados irregulares. «Los trabajadores senegaleses son conscientes de que lo que hacen es ilegal, pero también son conscientes de que no tienen otra alternativa». Son palabras de César Ulises, uno de los miembros de la asociación. «Ellos son el último eslabón de una cadena, el más visible. Una imagen que se ha querido erradicar desde los gobiernos porque no casa con la de la Barcelona cosmopolita y fashion«. El objetivo de la cooperativa es la normalización de los vendedores para que puedan convertirse en interlocutores y actores que formen parte de la comunidad. Es decir, para que cuenten.

El gobierno convergente-unionista de Xavier Trias, declaró hace cuatro años la guerra al top manta. Los aplausos del PP aún se recuerdan. «El top manta no va a desaparecer. Lo que tenemos que hacer es encontrar alternativas legales para poder conciliar a todos los actores implicados: comerciantes, Guardia urbana, Ayuntamiento, vecinos y, por supuesto, a los trabajadores senegaleses», en opinión de Ulises..

Las intervenciones de los Mossos a las 6 de la mañana, las muertes evitables, el menosprecio a los demás, las presiones policiales, los comentarios y órdenes de extrema derecha del alcalde convergente de Salou, agravan más el problema desde atalayadas de inhumanidad. Los trabajadores senegaleses son parte de nuestra comunidad. ¿No rigen para ellos los derechos que todas tenemos? ¿Somos capaces de ponernos en su lugar? ¿No deberíamos ser solidarias con ellos? ¿Qué haríamos nosotras en su caso?

Notas:

[1] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=202178

[2] http://ccaa.elpais.com/ccaa/2015/08/16/catalunya/1439747570_155920.html

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.