«Patrimonio cultural e Historia viva de una Ciudad», «un ambiente de incertidumbre, valor y riesgo»… Éstas, son sólo dos frases extraídas de la literatura al servicio de la crueldad, con la se trata de adornar la publicidad que el Ayuntamiento de Coria (Cáceres), hace de una de las más sangrientas tradiciones que perduran en nuestro […]
«Patrimonio cultural e Historia viva de una Ciudad», «un ambiente de incertidumbre, valor y riesgo»… Éstas, son sólo dos frases extraídas de la literatura al servicio de la crueldad, con la se trata de adornar la publicidad que el Ayuntamiento de Coria (Cáceres), hace de una de las más sangrientas tradiciones que perduran en nuestro país, costumbre no sólo permitida y subvencionada por las autoridades, sino que para mayor perversión del concepto de «provechoso» para la sociedad, se enmarca dentro de unos festejos que han sido declarados de Interés Turístico Nacional. Estamos hablando de El Toro de Coria, que tiene lugar entre los días 23 y 29 de junio de cada año en esa población extremeña con motivo de las Sanjuanadas.
Para quién desconozca en qué consiste este «edificante» espectáculo, decir que consiste en soltar en el pueblo a un toro para que durante dos interminables horas de sufrimiento, los asistentes le lancen con unas cerbatanas llamadas «trabucuh» unas agujas conocidas como soplillos. Como atestiguan las imágenes, los dardos se van clavando en todo el cuerpo del animal, no se libran sus ojos y sus orificios nasales de recibir estos aguijones lanzados por la masa enfervorecida, cuyo disfrute y pasión aumentan a medida que el toro va viendo menguadas sus fuerzas. Tras dos horas de tormento y de dolor, tras ciento veinte minutos en los que una horda se ensaña de forma salvaje con el pobre animal, llega el final de esta atrocidad con un acto que representa la más pura expresión de la sinrazón, del sadismo y que da fe de hasta qué punto el hombre es capaz de hacer gala de los más bajos instintos. Para explicar cómo culmina esta barbaridad, voy a emplear un texto que alguien escribió con la intención de atraer a sus posibles lectores para que acudiesen a participar en estos festejos: «La muerte del bicho implica la culminación del ritual. Hoy es el tiro de fusil el que acaba con él en cualquier plazuela… Nada más caer, acude presto el mozo a llevarse las turmas (testículos), la bolsa seminal donde se concentra todo el potente poder fecundador. Quien la consiga, se erige en auténtico triunfador de la Fiesta; ha alcanzado, nada más y nada menos, que el tesoro más preciado… Ahora es el mozo el dios, el que mayor virilidad posee de toda la concurrencia; por eso levanta los brazos y pasea, triunfante, mostrando a todo el mundo las abultadas turmas del toro sacrificado…».
Así, con esas dosis insultantes de machismo, crueldad, atavismo y ensalzamiento del sacrificio de un ser vivo, para satisfacer las inclinaciones más primarias de un colectivo embrutecido y las objetivos económicos de aquellos que se lucran con esta salvajada, es como se nos relatan, destilando orgullo y satisfacción por los actos descritos, los últimos momentos del toro, en los que asaeteado en todos los rincones de su cuerpo, acaba por recibir un disparo con la intención de terminar con su vida; pero cuando esto ocurre y aunque el animal, malherido, permanezca en ocasiones todavía vivo y sensible al dolor aún sin capacidad de movimiento debido a la gravedad de sus heridas, uno de los asistentes se lanza hacia él con un cuchillo y de un tajo le secciona los testículos que se convertirán en el sangriento trofeo que acredite su hazaña. La pobre criatura, tras la intervención del «valiente» mozo amputándole sus órganos sexuales, concluye su agonía con el espantoso sufrimiento de ser mutilado mientras todavía está vivo en muchos de los casos.
Lugareños y foráneos, niños y ancianos, todos ellos espectadores de una costumbre que bien podría haber sido la celebrada en algún rincón apartado del planeta como parte del acervo cultural de una tribu en la que se haya transmitido generación tras generación y que a nosotros, los exquisitos y siempre políticamente correctos occidentales, los orgullosos habitantes del primer mundo, nos parecería sin duda una práctica bárbara, un acto de vandalismo cruento si sus protagonistas lucieran tez negra y su indumentaria fuesen unas escasas pieles rudimentarias y unos cuantos abalorios mientras practicaban rituales animistas con sacrificio de animales, o si se tratase de los musulmanes cuando según el Rito Halal, tumban a las vacas mirando a La Meca y sin aturdimiento previo, las degüellan y las sangran en vivo, algo que por cierto se está tratando de introducir en nuestro país por ese colectivo ante la pasividad del Gobierno.
España, 2008, un país moderno que camina con su tiempo, en el que el atraso, la ignorancia y la miseria, señas de identidad que en el pasado le acompañaron, han sido superadas hace décadas; un Estado adelantado, preocupado por los avances sociales, por la igualdad, por el respeto de los derechos, por la prevalencia de la razón sobre supersticiones y usos contrarios a la dignidad o que atenten contra otros seres… ¿Seguro que es así, es esa la España real? ¿o tendremos que reconocer que no podremos sentirnos orgullosos de cuanto se ha conseguido mientras sigamos siendo testigos, copartícipes, consentidores y hasta valedores de tradiciones repugnantes como la de El Toro de Coria, en la que la diversión de los hombres pasa por la tortura, la mutilación y el calvario prolongado de un animal hasta su ejecución? ¿A qué espera el Gobierno, conocedor como es sin duda de que cada día que pasa más gente alza su voz en contra de estas prácticas brutales y para exigir que dejen de tener el carácter de legal o de interés público, para legislar de una vez por todas en ese sentido y poner fin a tales desmanes? Mientras no ocurra tal cosa, seguiremos siendo un país que ha de sentir vergüenza de que sus mayores enseñen a los niños que humillar, maltratar, lacerar, castrar en vivo y ejecutar a un toro, es una diversión digna de ser calificada como patrimonio cultural.
La británica Vicki Moore, llegó a España en 1988 como turista y quedó horrorizada ante el maltrato al que eran sometidos unos burros en unas fiestas locales a los que consiguió salvar comprándolos, dedicándose desde entonces a recorrer nuestro país para filmar y denunciar todas estas situaciones de maltrato. En 1995, viajó hasta Coria para ser testigo gráfico de la carnicería perpetrada con el animal y su altruismo terminó en tragedia, fue empitonada hasta diez veces por el toro; tras siete horas de una operación en la que se le pudo salvar la vida, continuó con su lucha a pesar de las terribles secuelas que le quedaron, hasta que en el año 2000 y siempre como consecuencia de la tremenda cogida, falleció con tan solo 45 años. Hoy en día Vicki Moore es un ejemplo y un amargo recuerdo para todos los que se sienten comprometidos con la abolición de estas costumbres aterradoras, pero la continuidad de la obra que ella comenzó, no cuenta ni con el apoyo ni con la publicidad de la que si se benefician las localidades que organizan estos eventos sangrientos como parte de su programa festivo.
Ruego a todos aquellos que quieran que esta locura se acabe para siempre, a informarse de los actos de protesta convocados por diferentes asociaciones contra el maltrato animal, así como a expresar su repulsa a través de cartas dirigidas a los responsables de la continuidad de El Toro de Coria; toda esa información se puede encontrar en la página web de estos grupos sin ánimo de lucro, cuyo único fin es detener tradiciones como ésta, símbolo como pocos del egoísmo, la incultura y la irracionalidad que siguen presentes en tantos rincones de nuestro país y ante las que permanecer indiferentes, es tanto como incentivarlas y alimentarlas. Mirar hacia otro lado cuando la víctima no somos nosotros, es contribuir a que mañana, nadie quiera contemplar nuestro dolor ni acuda en nuestra ayuda cuando seamos nosotros los agredidos. Y no vale la razón de que «sólo» son animales, vivimos en una época en la que deberíamos de haber comprendido que el daño gratuito o como forma de diversión a nuestro entorno, sólo nos empobrece moralmente y acaba irremediablemente volviéndose contra nosotros. El próximo mes, en junio, varios toros volverán a padecer un tormento indescriptible en Coria y qué haremos nosotros, ¿consentir, lamentar y olvidar una vez más?
Enlaces de interés:
www.liberaong.org
www.equanimal.org
www.altarriba.org
www.antitauromaquia.org
www.animanaturalis.org
www.actyma.org
www.latortura.es
www.findelmaltratoanimal.blogspot.com