España fue una de los primeros miembros de Europa que ratificó democráticamente en las urnas el proyecto de Constitución Europea. Sin embargo, esta adhesión fue aparente porque no le suponía de ningún modo la aceptación del espíritu institucional europeo el cual de haber sido verdaderamente asumido transformaría sustancialmente la actual construcción de España. No estoy […]
España fue una de los primeros miembros de Europa que ratificó democráticamente en las urnas el proyecto de Constitución Europea. Sin embargo, esta adhesión fue aparente porque no le suponía de ningún modo la aceptación del espíritu institucional europeo el cual de haber sido verdaderamente asumido transformaría sustancialmente la actual construcción de España.
No estoy aludiendo a la monarquía española, la cual lo mismo que las restantes monarquías europeas de subsistir en una futura Unión Política de Europa quedarán reducidas a un nivel último de reliquias nobiliarias del Feudalismo o del Antiguo Régimen como los duques, condes, marqueses, grandes de España, miembros de las Ordenes militares de Santiago o Yuste o de las asociaciones de prestigio como la Charretera o el Toisón de Oro. Me estoy refiriendo a la manera institucional de organizar el poder político europeo con- trapuesto al español.
Si algún futuro le espera a Europa debe ésta comenzar una operación de estructuración que los Estados Nacionales ya ejer- cieron en el siglo XVIII como fue la desarticulación de los señoríos jurisdiccionales que en el caso europeo serán estatales y que serán asignados a un poder central. Sin embargo esta operación de centralización del poder económico, judicial, legislativo y de jurisdicción no significará la nivelación de las asimetrías
Como Europa debe avanzar hacia alguna parte para no quedarse en la mera CEE, propone como marchamo distintivo el modelo de vida europeo. Y para este modelo ha elegido el camino de la asimetría. Asimetría laboral ya que la Unión Europea además de ser un polo de atracción de emigrantes, se precia de tener 20 millones de desempleados. Asimetría de formatos sociales ya que mientras que Lituania, Letonia e Irlanda dedican menos del 15% del PIB a su sistema de protección social, Suecia le asigna el 30%. Asimetría en los recursos hídricos, eléctricos, de materias primas y de políticas energéticas. Porque la diferente proporción y cuantía de recursos infraestructurales que existen en las diferentes regiones europeas se pueden comprar y vender, pero no se distribuyen política y generosamente por el poder político sino aplicando la ley del mercado. En una palabra, la globalización europea respeta las asimetrías lingüísticas, culturales y aun económicas compensando las desigualdades de orden infraestructural con las ayudas económicas.
Como decía T. Garton Ash «tanto en la reforma socio-económica como en la cultura, la fortaleza de Europa reside en su diversidad». No existe una solución única y universal para las distintas regiones, zonas y naciones que conforman Europa. Los mismos mecanismos sociales o liberales no son aptos para todos los Estados Europeos. Los modelos de Estonia o de Suecia no necesariamente son buenos para otros estados europeos. Lo que cuenta es lo que funciona para cada uno. Europa debería ser una especie de gran laboratorio experimental en el que los países se espiaran constantemente y se robaran las grandes ideas. Fundamentalmente, dice el mismo autor, estamos de acuerdo en los objetivos: más crecimiento y productividad, más innovación, menos paro y sobre todo reducción de la pobreza. Sin embargo, no tenemos por qué seguir todos el mismo camino para llegar hasta ellos. Para Europa sirve una fórmula de poder confederal que ni es desafortunada ni elefantiásica.
Pero ¿qué pasa en la España que ya ha refrendado la Constitución europea?. En primer lugar y sin duda alguna debe avanzar hacia alguna parte evitando ir a dar vueltas de nuevo al molinillo de los enfrentamientos estériles por puros nominalismos y por una pretensión ilusoria de igualdad.
Porque son nominalistas los debates que actualmente sostienen los partidos políticos y las instituciones jurídicas españolas al cualificar realidades tales como nación o matrimonio. Y es que el nombre de nación se ha acrecido en sus contenidos semánticos de que modo que ya nación no es un concepto unívoco. Porque ¿qué nombre debemos dar a la entidad política que acoja a todos los ciudadanos europeos sino es el de nación europea? Si no damos a nación un contenido análogo y predicable de varios sujetos, entonces tendremos que decir que Europa es nación de naciones como España que es a su vez nación de naciones. Es decir hemos llegado a confirmar la analogía del término nación. E igualmente tendremos que concluir que la palabra matrimonio es análoga si quere- mos que la unión de dos ciudadanos del mismo sexo conlleve jurídicamente los mismos derechos y deberes que los de una unión de heterosexuales.
Por otra parte igualdad no significa destrucción de la asimetría. Si tan importante se ve en España el tema de la igualdad entre todos los españoles ¿por qué no se comienza con la distribución igualitaria de las fortunas y de los bienes inmobiliarios? Es muy fácil afirmar que todos los españoles tienen derecho a una vivienda digna y a un trabajo remunerado. La solución constitucional de igualdad sería, tras evaluar la riqueza nacional de España, asignar a cada uno de los españoles las acciones y los bienes inmuebles que le corresponde. Pero esta fórmula del reparto de tierras repetidamente ensayada en la historia decimonónica sin éxito se piensa imposible. Además, hoy día, los grupos y las fuerzas de presión en este nivel de infraestructura no quieren la simetría de poder y se vanagloria, sin embargo, de la asimetría existente entre españoles ricos y españoles pobres.
La globalización española se sigue basando en la centralización y en la nivelación. En España domina la idea de una justicia distributiva de los recursos escasos y de una pobreza controlada por el poder político. En España avasalla la idea ciega de que ya tenemos los textos dogmáticos perfectos de la Constitución de 1978 que no deben modificarse. Y ¿qué pasa si los Estatutos requieren una reforma constitucional? ¿Acaso hay partidos que acepten que por el hecho de que la mayoría ciudadana quiera una cosa, ellos deban perder la calidad del veto a la reforma constitucional? ¿Acaso el veto político llegará a controlar y aun prohibir el uso de las lenguas y las culturas como quiere hacerlo ahora con la realidad nacional? ¿La pluralidad lingüística, cultural, nacional será sólo válida para los europeos que vivan por encima de las murallas de los Pirineos?
En la concepción de España tan antieuropeos son los miembros del Partido Popular como los residuos franquistas del Partido Socialista. Ambos partidos son dogmáticos. Ambos partidos reclaman que los Estatutos que se redactan en Cataluña, el País Valenciano o Vasco sean aceptados, corregidos y aun rechazados por el Parlamento español que les aplicará el rasante de la simetría. ¿Acaso estos españoles de la simetría aceptarían que la Constitución Española debiera ser aceptada, corregida sustancialmente y aun rechazada por el Parlamento Europeo?
Tal como están constituidos los partidos políticos mayoritarios en España se llega a la conclusión de que éstos son necesarios para la vida política, pero no solucionan los problemas de los ciudadanos sino que los enmarañan y los torpedean.
Ni España ni ninguno de los Estados europeos debe tener el control de las «economías de escala» como el comercio, la investigación científica o el desarrollo de calidad. Ni mucho menos de los niveles constituyentes de las naciones como la lengua, la cultura y la conciencia nacional. Lo primero nos lo exige la creciente competencia mundial, el aumento de los precios de la energía, el enve- jecimiento de la población europea y el deterioro de los sistemas de bienestar. Lo segundo lo constituye el propio modelo de personalidad europea: asimétrico, rico de pueblos, lenguas, culturas, matices y contrastes y finalmente tolerante y humanista.
¿No sería conveniente de una vez por todas que se hiciera un referéndum sobre el talante europeo, es decir, sobre la necesaria asimetría de los pueblos, estados y naciones de España y de Europa?
* José Luis Orella Unzué – Historiador del Derecho