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Sobre Faherenheit 9/11

La obra de un patriota

Fuentes: El País

Fahrenheit 9/11 es increíble. No tanto como película -aunque es una película astuta y conmovedora-, sino como acontecimiento. La mayoría de los críticos intentan quitar importancia al invento y menospreciar la película. Luego veremos por qué. El filme de Michael Moore conmovió profundamente a los artistas que formaban el jurado del Festival de Cine de […]

Fahrenheit 9/11 es increíble. No tanto como película -aunque es una película astuta y conmovedora-, sino como acontecimiento. La mayoría de los críticos intentan quitar importancia al invento y menospreciar la película. Luego veremos por qué. El filme de Michael Moore conmovió profundamente a los artistas que formaban el jurado del Festival de Cine de Cannes; parece que el voto para darle la Palma de Oro fue unánime. Desde entonces, ha llegado a muchos millones de personas. Durante sus primeras seis semanas de exhibición en Estados Unidos, los ingresos de taquilla superaron los 100 millones de dólares, es decir -aunque parezca asombroso-, aproximadamente la mitad de lo que ingresó Harry Potter y la piedra filosofal durante un periodo equiparable.

La gente nunca ha visto una película como Fahrenheit 9/11. Los únicos a los que parece haber molestado son los llamados creadores de opinión en la prensa y los medios de comunicación.

El filme, considerado como acto político, puede constituir un hito. Ahora bien, para captarlo del todo hace falta tener cierta perspectiva de futuro. Vivir con la vista puesta en las últimas noticias, como hacen en general los creadores de opinión, reduce la visión de una persona: cualquier cosa es una complicación, nada más. La película, en cambio, cree que puede contribuir mínimamente a cambiar la historia del mundo. Es una obra inspirada por la esperanza.

Lo que la convierte en acontecimiento es el hecho de que sea una intervención eficaz e independiente en la política mundial inmediata. Hoy en día es raro que un artista (y Moore lo es) logre hacer una intervención de ese tipo e interrumpir las declaraciones preparadas y llenas de evasivas de los políticos. Su fin inmediato es disminuir las probabilidades de que el presidente Bush sea reelegido el próximo mes de noviembre. De principio a fin, invita a un debate político y social.

Denigrarla diciendo que es propaganda es una ingenuidad o una perversidad, porque olvida (¿deliberadamente?) lo que nos enseñó el último siglo. La propaganda exige una red de comunicación permanente para poder reprimir de forma sistemática la reflexión con lemas emotivos o utópicos. Su ritmo suele ser rápido. La propaganda sirve siempre los intereses a largo plazo de alguna élite. Esta película aislada y heterodoxa es, muchas veces, lenta y reflexiva, y no tiene miedo del silencio. Convoca a los espectadores a pensar por sí mismos y relacionar las cosas después de reflexionar. Y la gente con la que se identifica y a la que defiende es la gente a la que no se suele escuchar.

Presentar enérgicos argumentos no es lo mismo que saturar con propaganda. Fox TV hace esto último, Michael Moore hace lo primero.

Desde los tiempos de la tragedia griega, los artistas se han preguntado periódicamente cómo podían influir en los acontecimientos políticos. Una cuestión delicada, porque se trata de dos tipos muy distintos de poder. Existen numerosas teorías estéticas y éticas que abordan este interrogante. Para quienes viven bajo tiranías políticas, el arte ha sido con frecuencia una forma de resistencia oculta, y los tiranos suelen buscar maneras de controlarlo. Sin embargo, siempre ha ocurrido en términos generales y en un territorio amplio. Fahrenheit 9/11 es una cosa distinta. Ha logrado intervenir en un programa político y entrar en su propio terreno.

Para que sucediera así, era necesario que coincidieran diversos factores. El premio de Cannes y el desacertado intento de impedir que se distribuyera el filme fueron factores fundamentales en la creación del acontecimiento.

El hecho de señalarlo no quiere decir, en absoluto, que la película en sí no merezca la atención que está recibiendo. Es recordarnos simplemente que, en el ámbito de los medios de comunicación, un gran acontecimiento (el derribo del muro diario de mentiras y medias verdades) es forzosamente una cosa infrecuente. Y ese carácter infrecuente es lo que ha hecho que la película sea un caso ejemplar. Un ejemplo para millones de personas, como si hubieran estado esperándola.

El filme sugiere que la Casa Blanca y el Pentágono, en el primer año del milenio, cayeron en manos de una banda de matones -junto con su portavoz renacido- para que, a partir de ese momento, el poder estadounidense estuviera prioritariamente al servicio de los intereses mundiales de las empresas. Una situación descarnada que se acerca más a la realidad que la mayoría de los editoriales llenos de sutileza. Sin embargo, más importante que la situación es cómo se expresa la película. Demuestra que, a pesar del poder manipulador de los expertos en comunicación, los discursos presidenciales llenos de mentiras y las ruedas de prensa insulsas, una sola voz independiente, que destaca ciertas verdades que muchísimos estadounidenses están ya descubriendo por sí solos, puede atravesar la conspiración de silencio, la atmósfera artificial de miedo y la soledad de sentirse políticamente impotentes.

Es una película que habla de deseos remotos y obstinados en un periodo de desilusión. Una película que cuenta chistes mientras la orquesta toca el Apocalipsis. Una película en la que millones de estadounidenses se reconocen a sí mismos y ven las formas de engaño concretas que emplean con ellos. Una película que habla de discutir todos juntos sobre sorpresas, en general malas, pero en algunos casos buenas. Fahrenheit 9/11 recuerda al espectador que, cuando se comparte el valor, se puede luchar aunque todo esté en contra.

En más de mil cines de todo el país, Michael Moore se convierte con esta película en un tribuno del pueblo. ¿Y qué es lo que vemos? Bush es claramente un cretino político, tan ignorante respecto al mundo como indiferente ante él. Mientras que el tribuno, preparado por la experiencia popular, adquiere credibilidad política, no como político profesional, sino como la voz que expresa la ira de una multitud y su deseo de resistir.

Hay otra cosa increíble. El objetivo de Fahrenheit 9/11 es impedir que Bush arregle las próximas elecciones igual que arregló las anteriores. Su centro de atención es la guerra de Irak, totalmente injustificada. Pero su conclusión va más allá de estos dos asuntos. Declara que una economía política generadora de una riqueza que aumenta sin cesar, rodeada de una pobreza que también aumenta de forma desastrosa, necesita, para sobrevivir, una guerra continua con algún enemigo exterior inventado para mantener el orden y la seguridad en el interior. Necesita una guerra interminable.

Por consiguiente, 15 años después de la caída del comunismo, décadas después del supuesto final de la historia, una de las principales tesis de la interpretación marxista de la historia vuelve a convertirse en tema de debate y posible explicación de las catástrofes actuales.

Siempre son los pobres los que son más sacrificados, anuncia calladamente Fahrenheit 9/11 en sus últimos minutos. ¿Hasta cuándo?

No hay futuro para cualquier civilización en el mundo que ignore hoy esta pregunta. Y ésa es la razón de que se haya hecho esta película y se haya convertido en lo que se ha convertido. Es una película que desea, con todo su corazón, que Estados Unidos sobreviva.

John Berger es escritor británico. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.