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La ontología del mundo de hoy

Fuentes: Rebelión

Estamos en presencia de un mundo ontológicamente hablando realmente complejo, lleno de incertidumbres, de aporías, que debe contextualizarse y relacionarse en esta era planetaria. La era de la certidumbre, como diría Ilya Prigogine, está en crisis terminal. Visiones, coincidencias Edgar Morin (s/f) en Fronteras de lo Político dice: «Resulta indispensable llevar a cabo una reforma […]

Estamos en presencia de un mundo ontológicamente hablando realmente complejo, lleno de incertidumbres, de aporías, que debe contextualizarse y relacionarse en esta era planetaria. La era de la certidumbre, como diría Ilya Prigogine, está en crisis terminal.

Visiones, coincidencias

Edgar Morin (s/f) en Fronteras de lo Político dice: «Resulta indispensable llevar a cabo una reforma del pensamiento, pues si no contamos con un pensamiento capaz de recoger el desafío de la complejidad, es decir, (…) capaz de contextualizar, de globalizar, de relacionar lo que está separado, me parece que estamos condenados a que nuestra inteligencia se quede ciega».

Howard Zinn (2007) en Sobre La Guerra afirma:

El mundo real es infinitamente complejo. Cualquier descripción de este mundo es inevitablemente una descripción parcial, y supone por lo tanto una elección acerca de qué parte de la realidad se quiere describir, detrás de la cual hay a menudo un interés definido, en el sentido de algo útil para un individuo o un grupo. Detrás de la pretensión de darnos una imagen objetiva del mundo real está el supuesto de que todos tenemos los mismos intereses, y que por lo tanto podemos confiar en aquel que describe el mundo por nosotros, pues no hace sino defender nuestros propios intereses. Es muy importante saber si nuestros intereses son los mismos, porque una descripción nunca es simplemente neutral, inocente; tiene consecuencias. Ninguna descripción es solo eso. Toda descripción es en cierto modo una prescripción.

Robert Cox (2013) en «Fuerzas sociales, estados y órdenes mundiales: Más allá de la Teoría de Relaciones Internacionales» dirá:

Las fuerzas sociales no pueden pensarse como algo existente exclusivamente dentro de los estados. Las fuerzas sociales particulares podrían desbordar los límites del estado, y las estructuras mundiales pueden describirse en términos de fuerzas sociales del mismo modo que pueden describirse como configuraciones del poder estatal. El mundo puede ser representado como un patrón de fuerzas sociales que interactúan, en el cual los estados juegan un papel intermedio, aunque autónomo, entre la estructura global de las fuerzas sociales y sus configuraciones locales dentro de países particulares.

David Harvey (2004) en «El nuevo «imperialismo»: acumulación por desposesión» sostiene que Marx nos advirtió, como es sabido, que nuestra tarea consiste en cam­biar el mundo más que en entenderlo:

Si todo fuera tal como parece superficialmente no habría ninguna nece­sidad de ciencia. Para poder actuar coherentemente en el mundo tenemos que indagar bajo las apariencias superficiales, ya que estas suelen inducir a una actuación con resultados desastrosos. Los científicos nos enseñaron hace mucho tiempo, por ejemplo, que el sol no gira en torno a la Tierra, como parece.

De las anteriores referencias se desprende que el mundo de hoy:

1. No es posible entenderlo y mucho menos comprenderlo sólo desde el punto de vista económico o político, es imprescindible relacionarlo con otras dimensiones.

2. La neutralidad o el agnosticismo no es propio de los tiempos que transcurren, estamos en presencia de un mundo transversado por un juego de intereses. La lucha de clases está más vigente que nunca, aunque Warren Buffer haya afirmado que: «Hay una guerra de clase; pero es la mía, la clase de los ricos, la que la ha declarado, y la estamos ganando».

3. Hoy el Estado-nación sigue teniendo ciertamente mucha importancia pero ya no es el leviatán que todo lo puede. Hay otras fuerzas, individuales, sociales, económicas, deportivas, tecnológicas, que gravitan en el escenario internacional que tienen tanta o más importancia que el Estado.

Premisas necesarias

Para conocer ontológicamente el mundo de hoy, es necesario dejar sentados algunas necesarias premisas.

Desde el punto de vista epistemológico es importante destacar que hoy hace presencia , en el terreno de las ciencias, una racionalidad post-clásica que habilita e incorpora problemas ignorados o vedados por el pensamiento científico moderno, absolutamente racional, entre los cuales se encuentra cuestiones relativas al desorden, el caos, la no-linealidad, el no-equilibro, la indecibilidad, la incertidumbre, la contradicción, el azar, la temporalidad, el espacio, la emergencia, la auto-organización, la continuidad, la discontinuidad.

Desde el punto de vista metodológico, siempre es recomendable acudir, más que al análisis holístico que hipostasia el todo o el funcionalismo que endiosa a las partes, al análisis integrado, de totalidad, porque es mucho más profundo en tanto da cuenta del todo y las partes en una relación dialéctica, contradictoria.

También partir de la premisa que lo complejo no puede dividirse, ya que se manifiesta en un tejido de elementos heterogéneos inseparables y asociados, que no permiten su comprensión en caso de separarse. Por tanto, n o se debe fragmentar lo complejo en partes, tampoco explicar la conducta de personas desde sólo un aspecto, las teorías sociológicas unifactoriales sobre la conducta humana no son recomendables en la actualidad. Más bien, comprender que en el momento actual, se debe tener en cuenta que el ser humano comprende no sólo la parte biológica, sino también el sello cultural que la sociedad deja en él.

De allí que, ubicar el contexto en sus múltiples relaciones y contradicciones es una necesidad. Aislar los elementos contribuye muy poco a la comprensión del mismo .

Todo se desarrolla en el marco de lo global. Lo nacional y lo local existen, tienen independencia y organización, pero están fuertemente atadas a lo global.

Los seres humanos, la sociedad, se encuentran afectados por una variedad de elementos biológicos, psíquicos, históricos, sociológicos, religioso, culturales.

Desde el punto de vista histórico, hacer uso de l os tres tiempos verbales, es decir, entender de dónde se viene (las causas, lo diacrónico) para saber el momento que se vive (lo sincrónico) y vislumbrar para dónde se va (perspectivas, pronósticos, proyección).

En ese sentido, Edgar Morin (2011), insistirá en su texto: ¿Hacia dónde va el mundo? que se debe sustituir la concepción simplista que sostiene que pasado y presente son conocidos, que los factores de evolución son conocidos, que la causalidad es lineal, y, por ello, que el futuro es previsible. Así pues, descubrimos una brecha en el pasado, a la que corresponde una brecha en el presente: el conocimiento del presente necesita el conocimiento del pasado que necesita el conocimiento del presente. El futuro nace del presente. Es decir, que la primera dificultad a la hora de pensar el futuro es la dificultad de pensar el presente. La ceguera del presente nos vuelve ip so facto ciegos al futuro

Desde el punto de vista axiológico, pensamos con la parresía de Michael Foucault (2004) que nada debe ocultarse en el discurso, esto es, la isegoría o la libertad de palabra. La verdad o la parresía se encuentran en las antípodas de la posverdad, adjetivo definido como relativo o referido a circunstancias en las que los hechos son menos influyentes en formar la opinión pública que las emociones y las creencias personales.

En el mundo de hoy predomina la posverdad, es decir, las pasiones, las emociones, las ideologías y las convicciones de todo tipo, por encima de la parresía foucaultiana.

Tres problemas, tres aporías

  1. Del «sueño americano» al «sueño chino».

De entrada una afirmación: el «sueño americano» está en crisis, aunque Estados Unidos sigue siendo con mucho la mayor economía del mundo y su poderío militar el más importante. Incluso en un entorno multipolar, Estados Unidos pudiera mantener su status como el «primero entre iguales» durante varias décadas.

No obstante, Estados Unidos está perdiendo su hegemonía económica ante el gigante chino. Después de la crisis económica internacional de 2008, se ha constatado una mayor influencia de China, no sólo por haber sorteado con éxito esa situación, sino también por su aporte a la economía mundial y el apoyo dado a naciones en dificultades.

EE.UU., ya no ejercerá su «hegemonía solitaria» como lo hizo desde el fin de la «guerra fría en 1989, ahora tendrá que compartir la «dominación mundial» con otros actores, como China, Rusia e India.

Al respecto, Mark Engler (2009, pp 4-5) sostiene:

La mayoría de los observadores políticos creen que su poderío disminuirá en los años venideros, al menos en relación con el de otros países. La «multipolaridad» se ha convertido en la consigna del momento. En un orden multipolar ya no habrá una sola súper potencia, Estados Unidos, que diga la última palabra. En su lugar, Estados Unidos tendrá que funcionar dentro de una constelación de potencias políticas y económicas regionales. 

Desde la Segunda Guerra Mundial predomina el «Sueño Estadounidense», aquel que considera que Estados Unidos es un faro para un mundo que sufre por ser capaz de lograr semejante sueño. El norteamericano le atribuye a sus valores e ideales una cierta connotación universal. Esta proviene de los Padres Fundadores. Están convencidos del excepcionalismo de la civilización de ese país, al que consideran como un prototipo del futuro desarrollo mundial, bajos las ansias de independencia, individualismo y autosuficiencia, rasgos que en general han caracterizado a esa sociedad. Se dice que en general, los norteamericanos al mirar el mundo, miran al espejo, en lugar de mirar por la ventana. Tienen una visión imperial, compartida por el moderno pueblo en la ciudad sobre la colina, que no puede concebir su negocio global sin dominación.

Según el sociólogo estadounidense, Immanuel Wallerstein (2006):

El sueño estadounidense es el sueño de la posibilidad humana, de una sociedad en la que a todos se les impulsa a dar lo mejor de sí mismos, al lograr lo máximo y a tener la recompensa de una vida confortable. Es un sueño en el que el camino de esa realización individual aparece desbrozado de obstáculos artificiales. Es un sueño en el que la suma de tales realizaciones individuales comporta un gran bien social: una sociedad de libertad, igualdad y solidaridad mutua. Es un sueño en el que somos un faro para un mundo que sufre ´por ser capaz de lograr semejante sueño (p. 5 y 6).

Para Barack Obama (2015).

Cualquier estrategia exitosa que surja para garantizar la seguridad del pueblo estadounidense y mejorar los intereses de nuestra seguridad nacional, tiene que comenzar con una verdad innegable: EEUU tiene que ser el líder. El fuerte y sostenido liderazgo estadounidense es esencial para un orden mundial basado en reglas, que promueve la prosperidad y seguridad globales, así como la dignidad y los derechos humanos de todos. La pregunta nunca es si EEUU debe ser el líder, sino cómo lo hacemos».

En relación con el «sueño chino» comencemos con una afirmación: la República Popular China, en el campo internacional, no juega con la ideología socialista que dice profesar, sino con fuerte pragmatismo.

China hoy ya no es un país «emergente», es, por el contrario, la gran potencia del siglo XXI, que participa de la gobernanza mundial y disputa en muchos terrenos la hegemonía estadounidense.

El «Sueño Chino» de gran revitalización de la nación está estrechamente vinculado con los sueños de otros pueblos, según ha dicho el presidente chino, y máximo líder de ese país, Xi Jinping (2015), para quien «no podemos lograr este sin un ambiente internacional pacífico, un orden internacional estable y el entendimiento, el apoyo y la ayuda del resto del mundo» (Asamblea General de la ONU, en la celebración de sus 70 años).

Según lo ha manifestado en distintos escenarios internacionales, el «Sueño Chino» sería la materialización de «un país próspero y fuerte, una nación vigorosa y un pueblo feliz». También ha valorado que «el mundo vive un proceso histórico de desarrollo acelerado. Nos movemos hacia un mundo multipolar», donde «el avance de los mercados emergentes y ese mundo es la tendencia de la historia».

Por otra parte, ha subrayado que «sólo aprendiendo las lecciones de la historia, el mundo puede evitar las calamidades del pasado».

Cuando se ha referido al modo de vivir en la naturaleza, y no a costa de ella, ha dicho que será uno de los retos más importantes de este siglo» y que de «todas las civilizaciones que representan a la humanidad, ninguna es superior a otra, por lo que el camino debe ser el diálogo y no el choque de pueblos».

En su política exterior, el gobierno chino mantiene una visión independiente, pacífica y propositiva ante la problemática internacional y rechaza la aplicación de medidas de fuerza para solucionar los conflictos y está en contra de la hegemonía de una nación o alianza de países para imponer sus políticas en el mundo.

Hoy en día las inversiones chinas en la región latinoamericana vienen creciendo de manera significativa, comenzando por la construcción de un canal en Nicaragua y siguiendo por las principales inversiones en recursos naturales, petróleo, gas y minería.

Una de sus prioridades de China es promover el desarrollo de las relaciones con los países en vías de desarrollo y sus vecinos asiáticos, especialmente para la cooperación económica, financiera y tecnológica y en la diversificación de sus vínculos multilaterales.

Un claro ejemplo de ello es la creación del Foro de Cooperación entre la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y China, que aprobó el Plan de Cooperación 2015-2019, con la metas de lograr 500.000 millones de dólares en intercambios comerciales y 250.000 millones de inversión directa china en la región.

Además, China anunció la puesta en ejecución de referidos al Crédito Especial para la Infraestructura de 20.000 millones de dólares, la línea de créditos preferenciales de otros 10.000 millones de dólares, el Fondo de Cooperación de 5.000 millones de dólares y el Fondo Especial para la Cooperación Agrícola por 50 millones de dólares.

Por otro lado, ofrece a los miembros de la CELAC 6.000 becas y 6.000 plazas de capacitación en universidades chinas, mientras avanzan los planes científicos y el intercambio cultural China-América Latina y el Caribe.

Otro ejemplo de esa política es la revitalización del cinturón económico de la Ruta de la Seda y la Ruta de la Seda Marítima, las cuales incluyen diversos corredores bilaterales y multilaterales, confirmando la estrategia china por promover la colaboración económica de beneficio mutuo con las naciones involucradas.

Como integrante de todos los organismos institucionales de la ONU y miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, China ha realizado esfuerzos para fortalecer la diplomacia multilateral y salvaguardar la paz.

A partir del año 2000, y tras el éxito de los Juegos Olímpicos de 2008, China ha ido elevando su presencia y protagonismo en las instituciones multilaterales, siendo un actor positivo en el entorno global.

China es miembro de la Organización Mundial del Comercio (OMC), de los Grupos G-7 y del G-20, así como fundador del grupo de los BRICS (Brasil, Rusia, India y Sudáfrica) e integra la membresía de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) y la Conferencia Asiática para la Creación de Instrumentos de Confianza (CICA).

China ha impulsado otras iniciativas, como la creación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, al que se han incorporado varios países europeos, y acogió a la Cumbre del Foro de Cooperación Asia Pacífico (APEC) 2014, donde se acordó establecer el libre comercio entre sus 21 economías.

La cada vez mayor presencia china tiene grandes diferencias con la otrora hegemonía estadounidense; frente al hard power de los Estados Unidos, basado en la imposición económica o militar, se está construyendo un soft power con características chinas que hace de la diplomacia económica y diplomática la base para las relaciones, por tanto, son relaciones constructivas.

El gigante asiático no trata de imponer su sistema político, a diferencia de la concepción estadounidense que se vende como modelo que los otros países deben imitar. O dicho de otra manera, China no está construyendo bases militares en América Latina y el Caribe ni tampoco patrocinando golpes de estado contra gobiernos legítimos.

Según el periodista italiano Claudio Gallo (2014), estamos ante dos posturas globales muy diferentes: la visión imperial de EE.UU., compartida por el moderno pueblo en la ciudad sobre la colina, que no puede concebir su negocio global sin dominación, y el punto de vista chino, cuyo único interés es aparentemente el comercio puro. Al respecto, este periodista señala: «Pekín es probablemente consciente de que su sistema político no es adorado en todo el mundo», pero, a diferencia de EE.UU., fuera de sus fronteras el gigante asiático no trata de imponer su sistema, por tanto: «la concepción estadounidense conduce inevitablemente a conflictos, mientras que la china es más abierta a establecer relaciones constructivas».

Ese proceso reafirma el rol de la dirigencia y el gobierno como los catalizadores de una década decisiva en el proceso de la emergencia de China como potencial mundial.

  1. El terrorismo y la seguritización

El 11 de septiembre de 2001, casi todos los europeos sintieron una profunda empatía con Estados Unidos. El director de Le Monde, Jean-Marie Colombani, resumió estas muestras de solidaridad en su editorial del día siguiente con el siguiente título: «Todos somos estadounidenses».

Decía Susan George en tu texto El pensamiento secuestrado (2007):

Sólo una íntima minoría reaccionó ante el atentado terrorista con un encogimiento de hombros y un comentario en el sentido de que era terrible para las víctimas pero que Estados Unidos se lo merecía. Sin embargo, en unos años, este afecto y esta identificación de la inmensa mayoría se habían convertido como el oro en plomo, y los sentimientos dominantes eran la consternación, la desconfianza y lo que el difunto periodista y novelista Hunter S. Thompson habría llamado miedo y odio hacia el gobierno de Estados Unidos.

El presidente George W. Bush dijo «Ganaremos esta guerra». Por su supuesto que si alguien hace esta afirmación su opción es la guerra.

Pero ¿qué significa la guerra? Parafraseando al filósofo francés Emmanuel Levinás, el autor de la alteridad, del ser para el otro, sería no el choque de dos substancias, no el choque de dos intenciones, sino la tentativa hecha por una de dominar a la otra. Es agarrarse de la sustancia del otro, de lo que él tiene de fuerte y de absoluto a partir de lo que tiene de débil.

Después del 11/S, Estados Unidos pondrá en marcha la política de la seguritización a través de la llamada Ley Patriota, aprobada el 24 de octubre de 2001, la cual permitió ampliar los poderes policiales del Gobierno de Estados Unidos y lo autorizó a suspender el hábeas corpus, interceptar comunicaciones efectuadas por medios electrónicos o telefónicos, modificar la designación de jueces, realizar espionaje de voicemails, recabar información de inteligencia en el exterior, aplicar sanciones comerciales, realizar el espionaje financiero en cuentas bancarias privadas de cualquier individuo sospechoso, tanto en Estados Unidos como en el exterior, levantar el secreto bancario, establecer restricciones para viajar a ese país y desde ellos, limitar la permanencia en el mismo de extranjeros.

Así que desde entonces la generalización del discurso de la seguridad está normalizando las formas de hacer política internacional para las que tradicionalmente se había reservado un carácter extraordinario, de excepción severamente restringida, debido a los especiales poderes que acarreaba su condición temporal de emergencia. Ya la seguridad no es una noción que emerge en momentos excepcionales (Carl Schmitt) sino más bien, como lo sostienen los teóricos de la biopolítica, forma parte de la «normalidad» de la tecnología del poder.

Por tanto, para tener seguridad se hace la guerra en nombre de la humanidad e implica postular que el enemigo no es un enemigo real con quien es factible negociar luego de haberlo debilitado, sino postularlo como un enemigo absoluto, al que es necesario eliminar. De allí que las guerras de ahora no son «limitadas» como en la era Westfalia (dominio absoluto del Leviatán) sino en «guerras de exterminio», entendida como la guerra general contra el terrorismo y en la cual el enemigo político no existe. Los terroristas (yihadistas) son seres inhumanos y por tanto hay que exterminarlos y con ello se da y garantiza vida. La muerte de unos para la vida de todos.

Pero a su vez, al recurrir al recurso de la humanidad, se intenta levantar el discurso universalista del liberalismo, negando con ello su carácter político particular. Se trata de trascender el espacio particular de la soberanía y los estados por uno abierto y universal. La guerra general contra el terrorismo es de todo el mundo.

La noche del 13 de noviembre de 2015 se produjeron en París varios atentados terroristas- el llamado 11/S francés-, o, en palabras del Papa Francisco, «un pedazo» de la «tercera guerra mundial». Así como la recibió EE.UU el 11/S, Francia contó con la solidaridad del mundo, bajo el lema «todos somos Francia».

Frente a esos y a los otros ataques terroristas, e l discurso al unísono es el mismo: la utilización del miedo y el cinismo con respecto a la seguridad. La respuesta de todos los gobiernos occidentales es el restablecimiento de controles en las fronteras, la privación de nacionalidad y eventualmente la modificación de la Constitución para «permitir a los poderes públicos actuar contra el terrorismo de guerra». Se habla de mayores restricciones de las libertades individuales, encarcelar a los «sospechosos» de la «guerra santa» (yihadistas) con carta blanca a la policía y a la administración para hacer justicia y decidir de forma unilateral medidas privativas de libertad (seguritización).

Pero esos mismos líderes hacen mutis frente a la responsabilidad que tiene en la existencia y desarrollo del Estado Islámico (EI), que se ha convertido en un verdadero monstruo. A esos líderes, que hoy se rasgan las vestiduras y dicen que viene con todo contra ese Frankenstein, les falta un poco de modestia. Hay que recordar en este sentido la historia fantástica que narra Mary W. Shelley, en su novela de ficción Frankenstein o el moderno Prometeo, donde el físico Víctor Frankenstein, buscando el secreto de la vida, crea un nuevo ser con partes de otros seres humanos y cuyo resultado será un monstruo con el cual tendrá que enfrentarse y, además, hacerse un cuestionamiento filosófico y moral. El final es trágico para ambos.

Aunque en honor a la verdad algo al respecto dijo la ex secretaria del Departamento de Estado, Hillary Clinton, el 14 de noviembre de 2015, al reconocer que el surgimiento del Estado Islámico en Siria se debió al financiamiento norteamericano.

Dicho esto sería recomendable preguntarse con el poeta venezolano Gustavo Pereira: ¿Por qué siguen ocurriendo estos hechos? ¿Qué tenebrosas resoluciones, qué precedentes, qué pulsaciones del mundo o del submundo, qué fiebres de venganza, qué ultrajes por cobrar impulsaron a esos seres a la desesperación y el terror?

Entre otras razones habría que mencionar las erradas políticas de Estados Unidos y sus aliados incondicionales. Las invasiones estadounidenses contra Afganistán y el Irak convirtieron ambos países en zonas de conflictos e inestabilidad, fragmentados, con gobiernos arruinados, corruptos y sin legitimidad interna. Libia se encuentra sumida en el caos y el desgobierno, con disputas intertribus. Yemen inmerso en una guerra civil estimulada desde Arabia Saudita con la venia de Estados Unidos. El fracaso para derribar al presidente sirio Bashar al-Assad ha generado la mayor crisis de refugiados en Europa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Miles de personas han muerto en las aguas del Mediterráneo tratando de alcanzar el «sueño europeo».

Todas estas acciones no han traído sino destrucción y un fervoroso odio contra EE.UU en gran parte del mundo islámico. La cadena de acciones terroristas parece que no tienen fin y visto así la guerra antiterrorista encabezada por Estados Unidos es un claro fracaso.

Más aún: ¿Cómo no responsabilizar a Estados Unidos de la nueva «criatura» cuando resulta que hasta ahora el combate contra el Daesh (acrónimo en árabe de Estado Islámico) no ha surtido los efectos buscados que se anuncian? Solo Rusia y el gobierno sirio muestran más disposición de combatir a ese «engendro».

Pero ¿por qué los mainstream, que difunden que todos somos Estados Unidos o somos Francia, no dicen que también somos Siria, somos Afganistán, Palestina, Irak, Libia o algunos de los países y pueblos que habitan el Medio Oriente y el Norte de África y son objetos permanentes de ataque terroristas? . O, con Slavoj Zizek (2016), nos preguntamos: ¿Dónde está la indignada solidaridad internacional cuando centenares de personas mueren allí?

¿Por qué en vez de hablar de «guerra» no se habla de justicia y paz, o de la imposibilidad ética de matar?

¿No sería recomendable que se entendiera que el ojo por ojo puede dejar definitivamente al mundo ciego.

Con el Papa Francisco decimos: »Los que trabajan por la guerra, que hacen la guerra son malditos, son delincuentes».

Definitivamente, es mejor transitar por la razón como fuerza y no por la fuerza como razón.

  1. La estupidez institucional

Comenzamos este acápite afirmando que en Estados Unidos los «poderes fácticos», son los verdaderos diseñadores y estrategas de la política y que más allá de las apariencias, de los estilos bonachones, con risitas incluidas o con expresiones de dureza sin rubor alguno, el presidente de ese país es un simple administrador de la cosa pública que debe garantizar a la clase dirigente su permanencia en el poder, razón por la cual no es el pueblo, sino esa clase quien lo elige.

Hoy, con Donald Trump en la presidencia, esa verdad se confirma. Sólo en apariencia Estados Unidos sería la «primera nación libre, democrática» del mundo porque en esencia realmente ha sido una especie de «caja negra» que no se sabe bien qué es lo que en realidad encierra. Tratando de descifrar esta realidad, Walter Graziano, en su texto Nadie vio Matrix, habla del «Gran Sello de los Estados Unidos» donde considera que esta nación está representada por el Novus Ordo Seculorum, es decir, por el Nuevo Orden de los Siglos, donde combina, por una lado, «el ojo que todo lo ve» y por otro, el águila, un ave de rapiña, símbolo éste propio de los imperios. Y esa doble y simultánea actuación en política exterior (la zanahoria y el garrote) le ha caracterizado en la historia, lo cual se observa en dirigentes, de cualquier estirpe, cuando han proclamado el «Destino Manifiesto» y su «Misión Providencial» como el demiurgo de ese accionar por doquier.

Por supuesto, ha habido matices, pero la actuación de Donald Trump ha desbordado cualquier pronóstico de dirigente político en el mundo; por cuanto pareciera haberse impregnado de las características negativas de los cuarenta y cuatro anteriores presidentes de Estados Unidos, con la salvedad de que en poco tiempo, sólo él ha ganado el mayor rechazo; incluso en su propio país donde cada vez es menos aceptado.

De allí pues, que ya se hable de «la fallida presidencia de Trump», que se le «acabó la luna de miel» y que ha comenzado, como diría Eduardo Liendo en su novela Contigo en la distancia, el fin del final. De hecho, en el editorial del diario The New York Times (2017, agosto, 21) no le auguran mucho futuro y afirman que la presidencia del mandatario «es un desastre ambulante» que ha mostrado incompetencia pura, y que «todos los días ofrece pruebas frescas de que su mandato está fallando para los estadounidenses».

Lo llaman el rey de la discordia y es verdad pues, no hay lugar del mundo (Europa, África, Asia Medio Oriente y América) donde no tenga «metidas sus narices» con una política exterior dirigida a generar perturbación internacional muy sui generis.

Dicho eso destacamos que Noam Chomsky (2015) habla de la «estupidez institucional» cuando hace referencia a todas las amenazas que históricamente existieron en el mundo «bipolar» de un enfrentamiento nuclear entre la Unión Soviética y Estados Unidos. Uno de esos momentos emblemáticos lo constituyó evidentemente la crisis de los misiles nucleares del año 1962 en Cuba.

La » estupidez institucional», que es enteramente racional dentro del marco en el cual opera, también varía entre lo grotesco y la enajenación virtual.

La destrucción nuclear es una de las dos mayores amenazas para la supervivencia (la otra es la destrucción ambiental), y es muy real, por cuanto en esta etapa de la sociedad humana, pone verdaderamente en peligro nuestra supervivencia. De allí que este autor sostenga que la «estupidez institucional» debiera ser nuestra principal preocupación.

Elevando a su máxima expresión la «estupidez institucional», el «rey de la discordia», el presidente Donald Trump , prometió, a finales de julio de 2017, «encargarse» de la crisis abierta con Corea del Norte tras los últimos ensayos de misiles balísticos llevados a cabo por el gobierno coreano, Así lo dijo: «Nos encargaremos de Corea del Norte (…). Nos encargaremos de todo».

» Estamos ante un mundo de grandes promesas y grandes peligros. El terrorismo ha cobrado fuerza y se propaga por el planeta; los regímenes facciosos amenazan a otras naciones y a sus propios pueblos», indicó.

Para frenar este peligro, el mandatario no sólo apeló a las alianzas globales, sino que recordó la disposición de su país a intervenir. «La vocación de América se mide en el campo de batalla; desde las playas de Europa y los desiertos de Oriente hasta las junglas de Asia». Aupado a este espíritu bélico, Trump sacó el dedo acusador y señaló uno por uno los principales factores de desestabilización mundial .

Tras demonizar al régimen norcoreano y caricaturizar a su líder, el «tiránico» Kim Jong-un, describió su acelerado programa nuclear y balístico como «una amenaza para el mundo». «No se puede aceptar que esta banda criminal se arme con misiles nucleares. Tenemos una gran paciencia pero si nos vemos obligados a defendernos o a defender a nuestros aliados, no tendremos otra opción que destruir totalmente a Corea del Norte. Ya es hora de que se dé cuenta de que la desnuclearización es su único futuro posible. El hombre cohete está en misión suicida consigo mismo», recalcó Trump.

» Es tiempo de que todas las naciones aíslen al Gobierno de Corea de Norte hasta que cese su comportamiento hostil».

Todo esto lo dijo Trump en su discurso ante las Naciones Unidas el 19 de septiembre de este año.

De allí pues, que la «estupidez institucional» puede conducirnos a salidas no sólo indeseables sino impredecibles para la paz mundial.

Referencias bibliográficas

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Franklin González. Sociólogo, doctor en Ciencias Sociales, profesor titular, ex-director de la Escuela de Estudios Internacionales de la UCV y ex embajador en Polonia, Uruguay y Grecia. Profesor de Postgrado en la UCV, en el Instituto Pedro Gual y en la Universidad Militar Bolivariana de Venezuela. Actualmente Decano de Postgrado de la Universidad Nacional Experimental Rómulo Gallegos (UNERG)

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