Durante estos días está habiendo en nuestra ciudad un debate acerca de la continuidad o no del monumento del general Primo de Rivera en la Plaza del Arenal. Nosotras creemos importante conocer a fondo las implicaciones históricas que tiene este personaje para valorar si lo que supuso nos identifica o no. Más allá del valor […]
Durante estos días está habiendo en nuestra ciudad un debate acerca de la continuidad o no del monumento del general Primo de Rivera en la Plaza del Arenal. Nosotras creemos importante conocer a fondo las implicaciones históricas que tiene este personaje para valorar si lo que supuso nos identifica o no.
Más allá del valor artístico de la estatua, creemos que el arte no es neutro, y que el monumento a Primo de Rivera no es un retrato aséptico del dictador, sino que tiene un contenido didáctico que muestra sólo una cara de la historia (aspecto que puede comprobarse en las esculturas menores que rodean a la estatua ecuestre), silenciando la historia desconocida de aquellos que sufrieron por culpa de las acciones de dicho militar.
Por supuesto, la cara de la historia que oculta el monumento es la del carácter antidemocrático del general: la represión del sindicalismo y de las libertades públicas, las conexiones con el fascismo italiano, etc. Pero también hay un aspecto menos conocido en el currículum oscuro de la Dictadura de Primo de Rivera: el genocidio que llevó a cabo con la población del Rif durante la guerra de Marruecos. Tras el desastre del ejército colonial español en Annual (1921), el Rey Alfonso XIII y el dictador Miguel Primo de Rivera quisieron dar una «lección» a la población del Rif marroquí bombardeando las aldeas de la zona con armas químicas.
Los bombardeos se fueron sucediendo hasta acabar con la revuelta liderada por Abdelkrim el Jatabi, a costa de la masacre de miles de víctimas inocentes. La novela «Imán» de Ramón J. Sender, verdadero alegato antimilitarista de la época, es uno de los escasos testimonios de la masacre. Sender volcó en el texto su experiencia vital como soldado de la campaña africana, entre 1922 y 1924, que incluyó el contacto de primera mano con el gas mostaza. No era la primera vez que un país occidental ordenaba un ataque contra población civil con el novedoso armamento químico elaborado durante la Primera Guerra Mundial: gas mostaza -yperita- fosgeno, difosgeno y cloropicrina. Tras la utilización masiva del armamento químico durante la Primera Guerra Mundial se decidió (en el Tratado de Versalles de 1919 y la Convención de Ginebra de 1925) ilegalizar toda manufactura, importación y uso de armas químicas. A espaldas de la legalidad internacional, España y Alemania firmaron un acuerdo en 1923 para la construcción de una fábrica de armas químicas en La Marañosa (Madrid) que sería bautizada como «la Fábrica Alfonso XIII» en deferencia a la afición del monarca por este tipo de armamento. Los asesores alemanes concluyeron que el gas mostaza era la sustancia química idónea para bombardear las kábilas del Rif y de la Yebala, ya que además de sus efectos sobre la población, podía impregnar sus campos y sus escasos depósitos de agua.
Durante los años siguientes la Marañosa llegó a fabricar ingentes cantidades de este gas. También fueron empleadas bombas de fosgeno y cloropicrina, lanzadas desde aviones y artillería terrestre. La campaña de bombardeos con gases tóxicos, que se prolongaría hasta 1927, alcanzó su mayor intensidad en el período 1924-1926, durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera. La estrategia consistía en lanzar las bombas de gas en las áreas más pobladas y a las horas en las que más víctimas podían producir, de modo que el bombardeo de los zocos de las aldeas se convirtió en una rutina. Minada de esta forma la moral de resistencia de la población civil y combatiente, la campaña militar francoespañola de los años siguientes culminaría en la derrota de Abdelkrim y la destrucción de la «República Confederada de las Tribus del Rif» en 1926. Sus vencedores no tardarían en extraer los réditos de la victoria para afirmar sus respectivas posiciones en clave nacional interna.
Por el lado francés, el mariscal Pètain vio enriquecido su currículum militar, en el que se apoyaría para encabezar gobierno pro-nazi de Vichy, en 1940. Por la parte española, la casta de militares africanistas capitaneada por Sanjurjo, Franco y Millán Astray aprovecharían la experiencia y el poder adquiridos para levantarse contra la Segunda República, provocando a la postre el estallido de la Guerra Civil. En cuanto a la población rifeña, el impacto de las armas químicas fue tan enorme como duradero. El historiador Sebastian Balfour ha constatado la supervivencia de una tradición oral en la región sobre los efectos de los bombardeos tóxicos de los años veinte, que da fe de las muertes producidas y de los estragos de las enfermedades que asolaron a sus habitantes: quemaduras, cegueras permanentes o temporales, lesiones en la piel, problemas respiratorios y gástricos.
Singular importancia revisten los testimonios recogidos acerca de la contaminación de animales, cultivos y pozos de agua, que según algunas versiones podrían explicar el mayor índice de enfermedades cancerosas que todavía hoy presenta el Rif con respecto al resto de Marruecos. En la actualidad, la Asociación de las Víctimas del Gas Tóxico -ATGV- fundada en el 2000 en la ciudad rifeña de Al Hoceima lucha por el reconocimiento y la justicia en esta historia. Por su parte, el Estado español jamás ha reconocido ni se ha disculpado por un hecho que, según la ATGV, constituyó formalmente un «crimen contra la humanidad» que vulneró los diversos tratados internacionales en vigor respecto al uso de armas químicas. Y, según algunos testimonios, el propio rey Alfonso XIII afirmó en 1925 que..»(…) lo importante es exterminar, como se hace con las malas bestias, a los Beni Urriaguel y a las tribus más próximas a Abdelkrim».
La asimilación del enemigo con la imagen de «bárbaro» o de «bestia» servía para justificar el recurso a cualquier medio que fuera necesario para su liquidación, para su genocidio. Es esta visión de desprecio por las culturas distintas la que hoy en día no debe tener lugar en nuestras vidas, porque aspiramos a una sociedad diversa y solidaria con los otros pueblos. No tendría coherencia, enviar ayuda humanitaria a Alhucemas por su reciente terremoto (como meses atrás ha hecho nuestro Ayuntamiento), por un lado, y ensalzar por otro a un tirano que aplastó a la gente del Rif con armas químicas. Como vemos, el delirio militarista del régimen de Primo de Rivera llevó hasta el extremo el desprecio por la vida humana. No hay grandes obras públicas ni localismos trasnochados que justifiquen que semejante personaje siga ocupando la Plaza del Arenal. En un museo, y con la otra versión de la historia al lado, estaría mucho mejor.