Hasta indignados se han mostrado algunos periodistas y demás contertulios y comunicadores con esa ciudadanía llamada a las urnas europeas que, como ya es habitual, prefirió no tomarse la molestia. Tampoco han sido los medios de comunicación los únicos en reprochar a los ausentes su irresponsable falta de civismo. A más de un dirigente político […]
Hasta indignados se han mostrado algunos periodistas y demás contertulios y comunicadores con esa ciudadanía llamada a las urnas europeas que, como ya es habitual, prefirió no tomarse la molestia.
Tampoco han sido los medios de comunicación los únicos en reprochar a los ausentes su irresponsable falta de civismo. A más de un dirigente político le he oído censurar, así fuera con cuidada mesura, la apatía de una ciudadanía que ha a vuelto a darle la espalda, también podría decirse que las nalgas, a unas urnas compuestas y sin novio.
Que si después no tendremos derecho a quejarnos, que si nuestra ausencia la aprovechan los extremistas de todo signo, que Europa nos necesita a todos y a todas…
Hasta Mayor Oreja, ese que ni ha condenado el franquismo ni tiene empacho alguno en festejar su «extraordinaria placidez», lamentaba que la ciudadanía hubiera hecho dejación de un democrático derecho tan importante como el de votar. Sólo le bastó agregar aquello de que tanta lucha y sacrificio costó recuperar, para hacer más creíble su lamento.
En la misma hipócrita línea y casi con los mismos argumentos se mueven quienes desde los medios de comunicación, claman contra el absentismo de la gente, como si las elecciones europeas fueran una farsa y no un legítimo derecho; como si el ejercicio del voto no decidiera nada, cuando podía haber cambiado el curso del continente y de la historia; como si el ciudadano europeo fuera un simple y embozado pintamonas convidado al carnaval y no el sujeto rector de la ilustre fiesta de la libertad y la democracia..
Y se quejan de esa dejación, de esa renuncia al voto, los mismos que han defendido que la ley de partidos despojara a centenares de miles de votantes de su derecho a elegir y ser elegidos. Los mismos que ahora, frente al manifiesto fraude electoral que se denuncia, optan por mirar para otro lado y prefieren desconsiderar las evidencias que muestran las propias cifras oficiales, esos insólitos 200.000 votos blancos y los casi 100.000 votos nulos, en unas elecciones en las que sólo votó el 46% de los convocados.
Esos comentaristas que hoy censuran la ausencia de electores, debieran explicarles a quienes sí se tomaron la molestia de acudir a votar por Iniciativa Internacionalista en colegios de Villabona, Mungía, Usurbil, Elgoibar, Eibar, Legazpia, Mendaro, Etxalar, Abadiño, Orereta, Amézketa y tantos otros pueblos de Euskal herria, como del resto del Estado español, que no importa que sus voluntades hayan sido violadas de tan grosera manera, que no importa que sus votos hayan sido abortados y entregados, incluso, a partidos contrarios, como asegurara Rubalcaba, siguen siendo preferibles los votos a las bombas.
Esos comentaristas y medios que han venido aplaudiendo y jaleando la sustracción, desde la Audiencia Nacional y el Tribunal Supremo, de elementales derechos humanos, tanto en el País Vasco como en el resto del Estado español, debieran, así sólo fuera por pudor y coherencia, aplicar también con estas fraudulentas elecciones la singular teoría del ministro Rubalcaba, la llamada «contaminación sobrevenida», para, una vez reconocida la superchería electoral, aplicar y extender la citada teoría a unos resultados que, más que conseguidos, han sido perpetrados.
Si la presencia de 6 miembros «contaminados», en una lista de 50 candidatos, fue sobrado motivo en esos pretendidos tribunales de justicia para ilegalizar una iniciativa electoral, por aquello de la «contaminación sobrevenida», la misma argumentación debiera servir para anular unas elecciones contaminadas en mucha mayor proporción que la citada iniciativa.
La noche electoral, me llamó la atención que, curiosamente, en su primera comparecencia pública, lo primero que manifestó el ministro Rubalcaba fue su felicidad por no haber logrado Iniciativa Internacionalista llevar a Alfonso Sastre al parlamento europeo.
Entre tantas cosas como pudo decir el ministro, como lamentar la baja participación, felicitar a los ganadores, excusar el fracaso de su partido y candidato, o celebrar la ausencia de incidentes, lo primero que vino a expresar fue su contento por el «supuesto» fracaso de Iniciativa Internacionalista.
Horas después, al destaparse los tantos «errores», «irregularidades», «desajustes» y «equívocos», que tantos pueden ser los eufemismos que ocultan el fraude, entendí porqué.
La suerte de algunos corruptos es que en China se les fusila, en Inglaterra se ven obligados a dimitir, pero en el Estado español sólo son declarados honorables.