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La Parada Militar

Fuentes: Punto Final

La Parada Militar es una institución que poco o nada tiene de democrática. Las charreteras y condecoraciones de los generales vestidos como para la celebración de la mayor de las hazañas, son un contrasentido en un país que luce también rutilantes necesidades postergadas casi eternamente por falta de presupuestos. Medallas doradas, plateadas, multicolores y resplandecientes, […]

La Parada Militar es una institución que poco o nada tiene de democrática. Las charreteras y condecoraciones de los generales vestidos como para la celebración de la mayor de las hazañas, son un contrasentido en un país que luce también rutilantes necesidades postergadas casi eternamente por falta de presupuestos.

Medallas doradas, plateadas, multicolores y resplandecientes, que se supone deben recordar actos heroicos, en guerreras relumbrantes de botones y misterios desfilan con patriótico esmero. Y aunque muy pocos conocen las claves para saber a qué acto heroico retrotraen, cumplen la función de relevar los egos y las fatuidades.

Hace un tiempo se descubrió que una de esas preseas ni más ni menos recordaba, y por lo tanto homenajeaba, el 11 de septiembre de 1973, y que pasados más de cuarenta años de aquella «epopeya» aún rutilaba en los pechos de los generales, sin que las autoridades políticas se molestaran en advertirlo. Es que el tándem de políticos que dirige el país se siente de lo más cómodo entre sables y gorras. Hasta la presidenta Michelle Bachelet parece disfrutar un goce único cuando revisa tropas llevando un singular ritmo que recuerda la marcha de un militar, siendo ella civil.

Los militares generan al país un gasto desmesurado. El que se lleven el diez por ciento de las ventas del cobre es una ofensa permanente a las innumerables necesidades de un país que en los mentirosos promedios luce de lo más bien, pero que en la realidad sigue siendo uno que administra sus pobres y su pobreza con un agudo sentido de puesta en escena.

Los militares disfrutan de un sistema de salud de privilegio, de una previsión que dista mucho de ser la que ellos mismos -a cargo del Estado- impusieron al resto de los trabajadores, y de una justicia también de privilegio que les permite quedar al margen de las leyes y procedimientos comunes a todo el resto. La llamada familia militar dispone de hoteles y casinos en una extensa red que nada tiene que ver con la mentada austeridad militar.

Y por sobre todo, las Fuerzas Armadas y en particular el ejército, hace gala de una enorme capacidad para olvidar lo que ha sido su rastro trágico en la historia del país.

Desde su incursión militar de mediados del siglo diecinueve para diezmar al pueblo mapuche, lo que significó un genocidio del cual jamás se conocerá el número de víctimas, pasando por las matanzas de trabajadores en numerosas y trágicas oportunidades, hasta llegar al vergonzoso once de septiembre de 1973, el ejército no puede lucir sino bajas de connacionales en sus memorias. Un reguero de sufrimiento y muerte que suman miles de chilenos.

En el caso de la Fuerza Aérea, la más lucida de las misiones en las que han hecho blanco desde sus aviones de matar ha sido cuando bombardearon La Moneda con el claro propósito de liquidar al presidente Salvador Allende y sus compañeros. Una proeza de la que no es muy cómodo enorgullecerse.

Y a propósito de las recientes tragedias que han golpeado al norte de Chile, es razonable poner en duda el efecto reconstructor de un soldado que permanece parado sin hacer nada, mientras sobre su hombro cuelga un atemorizante fusil, en medio de voluntarios que sudan la gota gorda para retirar escombros y reconstruir lo que la naturaleza destruyó. ¿Qué intenta, sino asustar? ¿Qué se propone, sino decir aún estamos aquí?

Las autoridades de la Concertación y su extensión, la Nueva Mayoría, se sienten de lo más cómodas con la actuación de la llamada «familia militar». Cada ministro de Defensa que ha pasado por esas oficinas al rato de asumir su cargo ya se siente miembro de una elite de intocables, y se olvida de todas sus anteriores locuciones democráticas.

Con un sistema político por los suelos por la corrupción generalizada, los partidos políticos transformados en maquinarias de elegir y reelegir eternamente a casi los mismos sujetos, debilitada a más no poder la mismísima institución de la Presidencia de la República, se abre espacio para que la ultraderecha, criminal como pocas en el mundo, despliegue sus mensajes caóticos a la «familia militar» invocando su sacrosanto patriotismo.

Así como en un Estado laico la existencia de un Tedéum ecuménico no debería tener cabida, del mismo modo en un país que luce tantas necesidades, la Parada Militar debería estar limitada a los cuarteles.

Publicado en «Punto Final», edición Nº 837, 25 de septiembre, 2015

www.puntofinal.cl